25 de diciembre de 2011

NATIVIDAD DEL SEÑOR

MISSA DEL DÍA

Homilía predicada por el P. José Alegre, abad de Poblet
Is 52,7-10; Salm 97,1-6; Hebr 1,1-6; Jn 1,1-18

«La música unirá a los hombres más que cualquier otra manifestación del arte. Los poetas cantan la paz. Pero también los músicos la cantan. La Paz existe. Llegará el día en que la encontraremos. La palabra y el canto hallaran la paz». (Pau Casals)

«La Palabra ya existía al principio». Era Dios. «En la Palabra había vida». La Palabra es vida. Es Dios. «Los que la reciben, reciben el poder de ser hijos de Dios». Los que reciben esta Palabra «nacen de Dios». Y Dios no muere. Por ello puede escribir con toda razón el poeta:

«En la palabra que desde dentro de mí
resuena en torno a mi,
Señor, yo me siento más fuerte que mi propia muerte».
(Carles Riba)

Esta Palabra ha venido al mundo y en el mundo estaba. Esta Palabra estaba ya en la belleza del ritmo de la vida. El mundo desconoció estas armonías de la palabra que vibran en la belleza de la creación. Y Dios en su inmenso amor por nosotros «habló de muchas maneras y en diferentes y múltiples ocasiones. Hasta que últimamente nos ha hablado por el Hijo». Y ha querido dejar su más bella melodía entre nosotros. Una melodía asequible al oído y el corazón humano. Dios se humaniza, se hace el más bello de los humanos. Para hablarnos con palabras humanas, y para que podamos encontrarnos con Él a través de la palabra humana, a través de la vida humana. Por ello la Palabra se hace melodía, música, en el corazón humano, como canta el poeta:

«Música: tú, agua de nuestra fuente,
chorro que cae, tono que refleja, calma pura…»
(Rilke)

Haciendo realidad las palabras de Jesucristo: «el que cree en mí, el que recibe mi palabra, de sus entrañas manaran ríos de agua viva» (Jn 7,39). Unas aguas que caen, que resuenan desde el corazón, desde un corazón silencioso, o sumido en la noche, unas aguas que como la melodía del claustro del monasterio acompaña la cena que recrea y enamora. Una cena que se organiza entre tú que escuchas la Palabra, que golpea a tu puerta y le abres tu casa. Una cena acompañada de la melodía de estas aguas como música de fondo, música callada y soledad sonora.

Porque la Palabra habla en el silencio y en silencio ha de ser escuchada. Y en esa soledad interior que escucha, que acoge la Palabra se empieza a gestar la nueva vida, el hombre nuevo, la humanidad nueva. Este es el motivo principal por el que debemos enamorarnos de la Palabra, esta Palabra, este Verbo divino que se reviste de humanidad.

Escribe Juan Maragall, de cuya muerte se cumplió esta semana 100 años: «¿No os habéis encontrado nunca en un bosque muy grande en una quietud, en una paz llena de vida que parece una adoración de toda la tierra? Pues así adoran las almas de los enamorados a través de brillo silencioso de las miradas. Y por último, al final, una música animada, ¡oh maravilla! Una palabra. ¿cuál? Cualquiera; pero como viene con toda el alma del silencio que le ha engendrado, sea la que sea, probad de conocer el sentido; en vano; nunca llegaréis al fondo, y os espantaréis del infinito que lleva en sus extrañas».
(Juan Maragall)

Escuchar la Palabra, dejar que Dios me mire, que escrute mi espacio interior. Mirar yo esta Palabra, considerarla, que el silencio de Dios se cruce con el silencio de mi corazón, hasta que me nazca una palabra. ¿Cuál? Cualquiera, es una palabra nacida del amor, y toda palabra que nace del amor lleva un mensaje de paz; toda palabra que nace del amor nos hace mensajeros de paz.

«Qué hermosos son sobre los montes los pies del mensajero que anuncia la paz, que trae la buena nueva, que anuncia la victoria».

Pues ese mensajero eres tú, yo, somos nosotros… pero siempre animados y acompañados por la melodía de este cántico nuevo. La palabra y el canto hallaran la paz. La Paz existe.

NATIVIDAD DEL SEÑOR

MISA DE MEDIANOCHE

Homilía predicada por el P. José Alegre, abad de Poblet
Is 9,2-7; Salm 95,1-3.11-13; Tit 2,11-14; Lc 2,1-14

«Os dejo la paz, os doy mi paz». La paz es una palabra con fuerza en esta noche. Incluso fascinante. Lo es en el deseo de los hombres, en felicitaciones, reuniones familiares, regalos. No siempre se convierte en realidad, sino más bien en una renovada frustración.

La liturgia es también una invitación a celebrar y vivir la paz. Después de todo el tiempo de Adviento, tiene fuerza esta noche, el canto del Gloria. El canto de alabanza de los ángeles ante los pastores en la noche de Belén: «Gloria a Dios en el cielo y en la tierra paz a los hombres». Gloria y paz.

La «gloria de Dios» es la «kabod» hebrea, que viene a ser el peso, la fuerza que tiene un ser, en este caso Dios, en su existencia; sería la honra de Dios, que se revela en su majestad, su poder, el resplandor de su santidad, el dinamismo de su ser. Los ángeles cantan esta Noche la Gloria de Dios. Pero ¿dónde aparece esta gloria, donde se nos manifiesta este poder, este resplandor de la santidad divina? En el hombre. En un Niño que aparece recostado en el regazo de santa María. En un Niño débil, recostado en un pesebre. Una contradicción desconcertante, que nos cuesta comprender.

El canto de los ángeles acaba con «y paz a los hombres que Dios ama». Dios ama a todos los hombres. A todos. Y la gloria de Dios se manifiesta en el hombre, y para el hombre. Por esto dirá san Ireneo: «La gloria de Dios es que el hombre viva. La gloria del hombre es Dios. El hombre es el beneficiario de la actividad de Dios de toda su sabiduría y de todo poder».

¿Cómo se manifiesta esta gloria de Dios en nuestra vida? En la vida de todo hombre, del cual dice el salmista: «Señor Dios nuestro, ¿qué es el hombre para que te acuerdes de él?»

Algo nos sugiere Isaías en la primera lectura, cuando habla de «la vara del opresor, del yugo de la carga, de la bota del soldado, del vestido empapado en sangre». No, el hombre, en esta situación no vive, no manifiesta la gloria de Dios.

Es lamentable que lo que dice Isaías hace miles de años, lo podemos contemplar hoy en las imágenes de unos soldados pateando una muchacha y desnudándola en plena plaza de Tahir en Egipto, y lo podemos contemplar en las mujeres que tiene que prostituirse para dar de comer a sus hijos; el yugo de la carga que soportan tanto miles de menores de edad para llevar el pan a su familia. Los medios de comunicación son prolijos en noticias sobre el continuo ultraje y menosprecio que se hace de la dignidad humana. Esta secuencia del profeta Isaías es de muy fuerte actualidad en nuestra sociedad. No cuesta comprender la Gloria de Dios.

Es evidente que aquí no aparece la gloria de Dios. Una gloria que, sin embargo, el profeta anuncia cuando habla de «una luz grande iluminando a todo el pueblo» que camina a oscuras; «una gloria que crecerá» dentro del pueblo, dentro de cada uno «con el gozo y la alegría».

Esta gloria se manifestará con «el nacimiento de un Niño, que será Príncipe de la Paz». Este Nacimiento es el que celebramos esta Noche. Pero ya la llevamos celebrando muchos años, y parece que cada Navidad en lugar de Paz nos deja frustración, tristeza. No llegamos a sintonizar en profundidad con la Paz. Nos cuesta comprender la Gloria de Dios.

Quizás necesitamos cambiar el chip de nuestra celebración, el chip de nuestra vida, porque vida y celebración van unidos íntimamente.

San Pablo nos asegura que «ha aparecido la bondad de Dios, su amor a los hombres», a todos los hombres, a quienes trae su salvación. A continuación nos invita a tener cuidado con nuestra manera de vivir y nos habla de «renunciar a la vida sin religión, a los deseos mundanos; de llevar una vida sobria, honrada y religiosa».

Aquí tenemos puntos muy concretos para analizarnos a nosotros mismos y discernir si aceptamos todos estos consejos en bloque o solo algunos de ellos. Y quizás tenemos que trabajar mucho más en este camino de la paz. Y yo diría que en la línea de un precioso Christma que recibí de un niño: Una tarjeta dibujada por él llena de colores vivos y sabiamente distribuidos y relacionados, como mostrando la belleza de la Creación. Y emergiendo de entre esos colores una palabra: «púa» (pincho, en castellano) y trazando desde la «u» de púa una línea que dibuja otra palabra: «pau» (paz en castellano).

Nuestra tarea, nuestra responsabilidad quizás sea limar las púas, los pinchos, hasta convertir estos pinchos en letras de paz.

LA VOZ DE LOS PADRES

TEXTOS PARA LA NAVIDAD
Navidad

Pregón de la Navidad
Hermanos, esta noche es una noche especial.
Escuchad la Buena Noticia,
la que apenas saldrá en los periódicos...

Miles de millones de años habían pasado
desde que empezó a existir la tierra,
adquiriendo forma de entre el medio de las galaxias
y separada del Sol.

Mas de mil millones desde que en esta tierra,
como consecuencia de un estupendo proceso
de evolución y de crisis
surgió la Vida.

Millones de años desde que de las cavernas
surgieron los primeros humanos,
de pie, prestos a luchar por la vida,
y acoger el Espìritu Divino que desde los orígenes
planeaba sobre las aguas del primer caos.

Dos mil años hacía que Abraham,el padre de los creyentes,
obedeciendo la llamada de Dios,
partió hacia una tierra desconocida,
para dar origen al pueblo elegido, el heredero de las promesas.

Mil años que David, un pastor sencillo
que guardaba los rebaños de su padre Jesé,
fue ungido por el profeta Samuel
para ser el gran rey de Israel.

Hacía siglos que el pueblo judío esperaba al Salvador,
al Mesías, anunciado por los profetas,
el que les iba a liberar de toda opresión,
el que iba a establecer un nuevo orden de paz y justicia,
de amor y libertad.

Y por fin, en la olimpiada 94,
en el año 752 de la fundación de Roma,
en el año 42 del reinado del emperador Augusto,
hace ahora 2011 años,
en Belén de Judá, un pueblo humilde de Israel,
ocupado por los romanos,
en un establo, porque no había lugar en la posada,

NACIO EL HIJO DE MARIA, ESPOSA DE JOSE,
DE LA FAMILIA DE DAVID,
JESUS DE NAZARET,
LLAMADO EL MESIAS, EL CRISTO,
EL SALVADOR QUE LA HUMANIDAD ESPERABA,
HIJO DE DIOS DESDE SIEMPRE.

Nosotros, los que creemos en El,
nos hemos reunido aquí.
Mejor, Dios nos ha reunido
para que celebremos con gozo
nuestra fe en Cristo Jesús.
Hermanos, alegraos
y haced fiesta.

Celebrad la Buena Noticia.
La mejor Noticia de toda la historia
del mundo y de la humanidad.

La auténtica Noticia
que este mundo nuestro espera, aún sin saberlo.

El Nacimiento de Jesús de Nazaret,
que nos demuestra que Dios sigue siendo un Dios cercano,
un Dios que ama y que salva
y que quiere comunicar su vida a todos,
también a los que poblamos la tierra
en el año de gracia de 2011.

LA CARTA DEL ABAD

Querido Juan:

He recibido tu preciosa felicitación de Navidad. Me ha encantado. Me llena de alegría el corazón. La tengo siempre cerca de mí. Como un punto de libro. Yo diría del «libro del corazón». Y, con todo, una felicitación sencilla:

Tamaño de una postal. Llena de cuadros, espirales, circunferencias de color muy vivo… Salpicada de líneas diversas, rectas, curvas, la «mancha» de algún árbol… Todo entrecruzado de verde, mucho verde, como una sugerencia urgente de caminos. Un regalo para la vista… Y dos palabras. Solo dos palabras que desde mi mente de adulto sugieren un juego importante de la vida. Las dos palabras en catalán, escritas por ti. Y es en catalán como se entiende este juego: una primera palabra «pua» (en castellano, también se dice «púa», o pincho). De la «u» sale una línea, recta y curva, que acaba en el extremo con una flecha, señalando la segunda palabra: «pau» (en castellano, «paz»).

Joan, gracias por esta felicitación navideña, llena de imaginación, imaginación viva, llena de color. Es la imaginación que nos falta con excesiva frecuencia a los adultos. Nosotros hacemos felicitaciones más serias, con textos que todos nos sabemos, que leemos con prisa, o no leemos, al ver repetido el texto del año anterior. En una palabra, que son felicitaciones que no llegan a invitarnos a una Navidad feliz.

Tu felicitación si que es una invitación a vivir una Navidad feliz. Mejor: a hacer una Navidad feliz. Y esto depende de nosotros. Porque Dios ya nos preparó una Navidad feliz, haciéndonos una casa llena de vida y de colores vivos como los pintas tú. Pero los hombres por las habitaciones de esta casa llena de colores y de vida fuimos poniendo «púa», y claro se camina mal y se vive peor cuando vamos por caminos de pinchos, de púas, y tú nos sugieres este juego de cambiar las letras de la palabra y escribir la palabra “paz” (pau) por las habitaciones de nuestra casa.

Y este juego es el que nos viene a recordar la Navidad, año tras año. Navidad es «Dios-con-nosotros»; pero si estamos separados por tantos pinchos, tantas «púas» no podemos tener la paz, que es la cuna donde necesita recostarse Dios, nada más nacer en medio de la belleza de la Creación, que Él mismo trabajó para nosotros los hombres, sus hijos. Esa paz que los mismos ángeles del cielo cantaron aquella Santa Noche.

Muchas gracias, Joan, por recordarme que la Navidad necesita de mucha imaginación. ¡Llegar a imaginar el amor de Dios!; lleno de tanto amor que sobre su vestido divino viene a ponerse nuestro vestido humano, para empezar a limar, los pinchos, las púas, por los caminos de los hombres, y a saludar con la palabra que es la primera piedra de la casa de la Navidad.

Gracias, Joan por recordarme, que la Navidad quizás no sea sino un juego, un juego que nos pide mucha imaginación, mucha generosidad… Y quizás las personas adultas, somos ya demasiado adultas para ciertos juegos. Y sin embargo, hoy más que nunca, necesitamos, urgentemente, este juego de la Navidad.

Muchas gracias, Joan. Un abrazo de tu amigo,

+ P. Abad

18 de diciembre de 2011

LA VOZ DE LOS PADRES

TEXTOS PARA EL ADVIENTO
Domingo 4º de Adviento (Año B)

San Ireneo, obispo, Tratado sobre las herejías, L. 4, 20,4-5
Hay un solo Dios, quien por su palabra y su sabiduría ha hecho y puesto en orden todas las cosas. Su Palabra, nuestro Señor Jesucristo, en los últimos tiempos, se hizo hombre entre los hombres, para enlazar el fin con el principio, es decir, el hombre con Dios. Por eso, los profetas, después de haber recibido de esa misma Palabra el carisma profético, han anunciado de antemano su venida según la carne, mediante la cual se han realizado, como quería el beneplácito del Padre, la unión y comunión de Dios y del hombre. Desde el comienzo, la Palabra había anunciado que Dios sería contemplado por los hombres, que viviría y conversaría con ellos en la tierra, que se haría presente a la criatura por él modelada para salvarla y ser conocido por ella, y, librándonos de la mano de todos los que nos odian, a saber, de todo espíritu de desobediencia, hacer que le sirvamos con santidad y justicia todos nuestros días, a fin de que, unido al Espíritu de Dios, el hombre viva para gloria del Padre.

LA CARTA DEL ABAD

Querida Mª Luisa:

Hoy dejo que me ilumine tu última estrella: el silencio. Cada mes a lo largo del año una de tus estrellas, una de tus palabras nos ha permitido abrirnos a la experiencia de la palabra; una palabra sobre la cual venía a resplandecer el sol de la Palabra de Dios. Porque cada palabra humana lleva encerrado dentro un «pequeño sol» que ilumina a quien la recibe y la escucha. Sobre todo cuando la palabra que decimos la pronunciamos desde el corazón. Porque el corazón es una fuente de luz. Puede ser impresionante el nacimiento de la palabra desde un corazón silencioso. Todo el valle de nuestra vida, este «valle de lágrimas» que cantamos en la Salve a santa María, se inunda de luz y con el rumor de las fuentes, que despierta esa luz, el «valle» se llena de sabiduría y de alegría, de nueva vida. Alegría de vivir, alegría para vivir, ¡vida! ¡Qué palabra más bella! Estos días el hombre ha lanzado un «ingenio electrónico» a Marte para investigar sobre la vida en aquel espacio tan lejano.

Pero, ¿sabemos cuidar la vida aquí en nuestro espacio y en nuestro tiempo? ¿somos capaces en nuestro espacio y en nuestro tiempo, de decir una palabra pronunciada desde el corazón de Dios?: «¡Vive! ¡Crece como un brote campestre!» (Ez 16,6)

Hoy me cuesta escribir esta carta. Encuentro con dificultad las palabras, pues siento crecer en mi la nostalgia del silencio, el deseo de un silencio profundo, porque querría decirte esa palabra pronunciada desde el corazón de Dios; querría que mi corazón fuese una cuna; una cuna silenciosa que fuera adormeciendo el sonido y el ritmo de una palabra llena de vida, que me permitiera decir con fuerza, con esperanza ese grito del profeta: «¡Vive! ¡crece como un brote campestre!» Hoy querría ser todo silencio y contemplar el gesto silencioso de santa María, y la palabra del ángel: «concebirás y darás a luz un hijo…será grande… se llamará Hijo del Altísimo».

Quizás solo la mujer, quizás solo la madre puede llegar a contemplar y percibir este misterio del silencio y de la palabra. Quizás solo la mujer, quizás solo una madre, puede contemplar con el gozo más auténtico y profundo esa escena de la Anunciación de Nazaret. ¡Como sería la «cuna silenciosa» de María, antes y después del anuncio del ángel! ¡como sería el corazón silencioso, las entrañas, de María! para que brote una Palabra. Una Palabra que encierra y destila el amor de Dios, para ti, para mí, para todos los hombres y mujeres de nuestra casa.

¡Solo una mujer, solo una madre!, y me vienen a la memoria las palabras de la madre que anima al último de sus hijos macabeos a enfrentarse con dignidad y total generosidad al martirio: «Yo no sé como aparecisteis en mi seno; yo no os di el aliento, ni la vida, ni ordené los elementos de vuestro organismo. Fue el creador del universo, el que modela la raza humana y determina el origen de todo» (2Mac 7,22)

Hoy querría decir muchas más cosas, muchas más palabras, pero me fascina el silencio. Solo tengo un deseo: decir una palabra desde el corazón de Dios. Tú eres mujer, quizás tú sabrás pronunciar mejor una palabra desde el corazón de Dios. No obstante, muchas gracias, Mª Luisa por tus estrellas de luz, pero sobre todo por la estrella del silencio. Un abrazo,

+ P. Abad

11 de diciembre de 2011

LA VOZ DE LOS PADRES

TEXTOS PARA EL ADVIENTO
Domingo 3º de Adviento (Año B)

San Gregorio Nacianceno, obispo (Sermón 45,9)
El Hijo de Dios en persona, aquel que existe desde toda la eternidad, aquel que es invisible, incomprensible, incorpóreo, principio de principio, luz de luz, fuente de vida e inmortalidad, expresión del supremo arquetipo, sello inmutable, imagen fidelísima, palabra y pensamiento del Padre, él mismo viene en ayuda de la criatura, que es su imagen: por amor del hombre se hace hombre, por amor a mi alma se une a un alma intelectual, para purificar a aquellos a quienes se ha hecho semejante, asumiendo todo lo humano, excepto el pecado. Fue concebido en el seno de la Virgen, previamente purificada en su cuerpo y en su alma por el Espíritu (ya que convenía honrar el hecho de la generación, destacando al mismo tiempo la preeminencia de la virginidad); y así siendo Dios, nació con la naturaleza humana que había asumido, y unió en su persona dos cosas entre sí contrarias, a saber la carne y el espíritu, de la cuales una confirió la divinidad, otra la recibió.

LA CARTA DEL ABAD

Querido Ramón:

Gracias por tu extensísima carta, empezada en Septiembre y acabada en Noviembre. Eres incombustible. Pero aparte de estos detalles anecdóticos, muy propios de ti, me han conmovido las fotos que me envías del misionero de Rwanda, en la que nos muestra las casas (chozas de hojas) donde vivían familias rwandesas antes, y donde viven ahora, en sus nuevas casas construidas gracias a la ayuda de benefactores de aquí: desde el año 2000 más de 4.500 familias con nuevas casas. Un gesto y un servicio de solidaridad muy importante.

¡Igual que aquí, en nuestra sociedad del bienestar! Estos días también ha venido en la prensa una foto con una tienda de campaña, y dentro una anciana y un hijo sin trabajo, en la misma calle y junto al portal de donde han sido desalojados por no pagar la hipoteca. ¡De verdadera angustia! Y estas noticias de desalojo de familias con hipoteca suelen ser frecuentes en las páginas de la prensa.

Todo esto en una sociedad que ha aceptado los Derechos del Hombre, entre los cuales se cuenta el derecho a una vivienda digna. Pero lo que aparece es que en estos últimos tiempos de crisis lo que domina es el derecho a un sueldo «digno»; «digno» de una nómina o unas pensiones de millones (de euros, claro), sobre todo para aquellos que muestran un corazón durísimo ante quien no tiene donde reclinar la cabeza y cobijar a sus hijos de manera digna.

Allá en Rwanda reciben una Buena Noticia que alivia al que sufre, que sana el corazón desgarrado, que sugiere al menos senderos de libertad. Aquí son «noticias» a secas noticias para la prensa, noticias para confirmar que nuestra sociedad cada vez se le están abriendo senderos de sufrimiento, de oscuridad, de horizontes recortados.

Es difícil la alegría en situaciones de esta tipo; situaciones que cada día que pasa va apagando el espíritu, que extiende más lejos un manto de tristeza o de irritación, porque da la impresión de que si antes el llamado «primer mundo» o del bienestar, estaba aquí, y allí el «tercer o cuarto mundo» de la pobreza absoluta, ahora se pretendiera traer aquí ese «tercer o cuarto mundo», pero no trayendo aquí aquellos pueblos, que por cierto no siempre son acogidos positivamente, cuando vienen como inmigrantes, sino recreando aquí aquella profunda pobreza, con la gente de aquí.

Creo que se necesitan aquí voces que hablen de la luz, que hablen de la justicia. Creo que esas voces ya existen, pero siguen siendo voces en el desierto. Pero es bueno que se continúen oyendo en el desierto voces, porque en él está quien tiene que venir; en él está hablando quien tiene que venir; pero es una voz entre otras muchas voces; es voz que no rompe la caña cascada, que sin descanso está hablando y esperando a que vayan cesando las voces humanas. Porque si el abismo se sigue ahondando entre las naciones, o dentro de la misma sociedad en que vivimos, como ya profetizó Paulo VI en su encíclica Populorum Progresio, no tenemos futuro. El «yo» sin un «tu» con quien solidarizarse, y hacer un camino de convivencia, de comunión incluso, está llamado a sufrir, y al final desaparecer.

Ramón, es necesario, es urgente no apagar el espíritu, hay que guardarse de toda forma de maldad, y así el Dios de la paz estará con nosotros. Un abrazo,

+ P. Abad

8 de diciembre de 2011

INMACULADA CONCEPCIÓN DE SANTA MARÍA VIRGEN

Homilía predicada por el P. José Alegre, abad de Poblet
Gen 3,9-15.20; Salm 97,1-4; Ef 1,3-6.11-12; Lc 1,26-38

«Conserva tú también la Palabra, porque son felices quienes la guardan. Que penetre hasta lo más íntimo de tu alma, que penetre tus afectos y todas tus costumbres. Si guardas así la Palabra ella te guardará a ti». (San Bernardo, Sermón 5 sobre el Adviento, 1-3)

Esto es lo que hizo Santa María. Escuchar la Palabra, fiel en guardarla y dejar que penetrase en sus afectos, en sus costumbres, en su vida toda. Por esto puede escribir Benedicto XVI en su exhortación Verbum Domini, que «María la "llena de gracia" fue incondicionalmente dócil a la Palabra. Que su fe obediente va configurando toda su existencia a partir de la iniciativa de Dios. Que la Palabra de Dios es verdaderamente su casa, de la cual sale y entra con toda naturalidad. Habla y piensa con la Palabra de Dios, la Palabra de Dios viene a ser su palabra, y su palabra nace de la Palabra de Dios. Sus pensamientos están en sintonía con el pensamiento de Dios, y su voluntad es la voluntad de Dios». (núm. 27-28)

¿Qué escuchamos nosotros de la Palabra de Dios? ¿Qué guardamos de ella en el corazón? ¿Cómo se proyecta esta Palabra en nuestra vida, nuestros afectos y nuestras costumbres? Quizás podemos sacar algunas enseñanzas para nuestra vida cristiana y monástica de la Palabra de Dios proclamada en esta fiesta.

La Palabra que ha sido proclamada nos presenta sobre todo dos mujeres, dos caminos distintos, dos actitudes diferentes en la escucha y la guarda de la Palabra de Dios, que han sido puestos de relieve por los Padres ya desde antiguo:

«Una virgen, un madero y la muerte fueron los símbolos de nuestra derrota; una virgen, un madero y una muerte son también los símbolos de nuestra victoria», nos enseña san Juan Crisóstomo.

«Eva seducida por la palabra del ángel para que se apartara de Dios, María es advertida por el ángel para llevar a Dios, obedeciendo a su Palabra», dirá san Ireneo.

«Eva fue la primera sabia, al tejer vestidos sensibles para Adán, a quien ella desnudó. A María le encargó Dios que nos diese a luz al cordero y a la oveja, y que de la gloria del cordero y de la oveja se hiciera para nosotros un vestido de incorrupción», nos enseña san Agustín.

«La hermosa y amable gloria del hombre se perdió a causa de Eva; fue restaurada a causa de María», cantan los himnos de san Efrén.

Y este paralelismo de muerte y de vida, de fidelidad e infidelidad al misterio de Dios permanece a lo largo de la historia de la vida de la Iglesia, hasta nosotros.

Esta fiesta nos muestra la existencia del pecado en la vida humana y le necesidad de una reparación del mismo. Que aquella bondad natural, o criatura inocente de la Ilustración, no llega a darnos una visión justa y completa de la vida humana. Que el Cristo privado y "psicológico" de los ilustrados es insuficiente, que un Dios generado en un "yo absoluto", como parece también buscarse hoy día, se queda en una vaguedad de sentimientos que no dan respuesta a las exigencias más profundas de la vida humana.

La respuesta digna la tenemos en las palabras de María, con las que responde al ángel: «He aquí la esclava del Señor; hágase en mí según tu palabra».

Estas palabras de María representan la cima de todo comportamiento religioso ante Dios, porque expresan de la forma más elevada la disponibilidad pasiva a una prontitud activa; el vacío más profundo que acompaña a la más grande plenitud.

«Con su respuesta —escribe Orígenes— es como si María dijese a Dios: "aquí estoy, soy una tablilla encerada: escriba el Escritor lo que quiera, haga de mí aquello que el Señor quiere"». De esta manera Orígenes compara a María con la tablilla encerada que se usaba en aquel tiempo para escribir. María —diríamos nosotros hoy— se ofrece a Dios como una página en blanco sobre la cual él puede escribir todo lo que quiera.

¿Y qué quiere escribir Dios?

Dios quiere escribir en María una carta de amor. Quiere dejar grabado, bien impreso en su corazón su proyecto de amor que desborda para anegar el corazón de la humanidad. La obra de Dios en María será la obra de toda la Trinidad, el proyecto de amor del que nos habla san Pablo en el principio de la carta a los Efesios: «En Cristo nos elige a todos los hombres. Ya antes de crear el mundo, para reflejar la santidad divina; nos elige para ser hijos. Y en Cristo recibimos por el Espíritu esta herencia».

María, aplastando la cabeza de la serpiente del Paraíso, inicia la realización del proyecto divino, con su disponibilidad plena a Dios, como Madre de la Iglesia, Iglesia llamada a prolongar la reconciliación que trae Cristo como paso previo para vivir y ser alabanza de la grandeza divina, inmerso en la comunión de amor trinitaria.

«Cantemos al Señor un cántico nuevo, ha hecho obras prodigiosas».

María es el cántico de la nueva creación de Dios; es su obra prodigiosa. Aprendemos de María la música y la letra de este cántico nuevo. Porque el Señor nos ha llamado a participar de este proyecto suyo.

4 de diciembre de 2011

LA VOZ DE LOS PADRES

TEXTOS PARA EL ADVIENTO
Domingo 2º de Adviento (Año B)

San Carlos Borromeo, obispo, Cartas pastorales
El tiempo de Adviento, importante, solemne, es, como dice el Espíritu Santo, tiempo favorable, día de la salvación, de la paz y de la reconciliación; el tiempo que ardientemente desearon los patriarcas y profetas y que fue objeto de tantos anhelos; el tiempo que Simeón vio lleno de alegría, que la Iglesia celebra solemnemente y que también nosotros debemos vivir en todo momento con fervor, alabando y dando gracias al Padre eterno por la misericordia que en este misterio ha manifestado. El Padre, por su inmenso amor nos envío a su Hijo único, para librarnos de la tiranía y del poder del demonio, invitarnos al cielo e introducirnos en lo más profundo de los misterios de su reino, manifestarnos la verdad, enseñarnos la honestidad de costumbres, comunicarnos el germen de las virtudes, enriquecernos con los tesoros de su gracia y hacernos sus hijos adoptivos y herederos de la vida eterna.

LA CARTA DEL ABAD

Querida Conchita:

Leo en la Sagrada Escritura: «No perdáis de vista una cosa: para el Señor un día es como mil años, y mil años como un día». Yo creo que esta forma de contar los días o de medir el tiempo va unido a una virtud muy necesaria hoy día: la paciencia. Por eso también añade la Escritura: «Dios no tarda en cumplir su promesa. Lo que ocurre es que tiene mucha paciencia, porque no quiere que ninguno perezca».

Son palabras estas que vienen a dar luz a otras tuyas que me pones en tu carta: «Me cuesta comprender y aceptar que los seres humanos, no tengamos tiempo para compartir con las personas que queremos y llamamos amigas. Vivimos en una sociedad que está llena de prisas, que a mi no me gusta nada, y que me da mucha pena; pero al final acepto porque no hay otro remedio. Estoy cansada de llamar a alguien que quiero, intentar quedar para charlar un rato, y escuchar: lo siento, no puedo. te llamo en otro momento. Y pueden pasar meses y meses sin dar señales de vida. Una cosa tengo clara, si me llaman a mí, siempre tengo tiempo, y espero seguir teniéndolo».

Pues así vivimos, Conchita, con tantas prisas que no vivimos, que no tomamos el sabor del tiempo. Solamente vivimos para «hacer» cosas. Y las cosas no llenan el corazón, por lo cual tenemos necesidad de sustituirlas por otras nuevas. Y esta permanente sustitución de unas cosas por otras nos agota, nos hace perder el sabor de la vida, del tiempo.

Es necesario llevar otro reloj, utilizar otro calendario. Nos vendría bien ser un poco como ese niño del que escribe el poeta Peguy: «No conozco nada tan hermoso en el mundo, dice Dios, como un nene mofletudo, atrevido como un pajarillo, tímido como un ángel, que dice veinte veces "buenos días" y veinte veces "buenas noches", saltando, riendo y divirtiéndose. No le basta una vez. Necesita más. Naturalmente. Necesita decir "buenos días" y "buenas tardes". Nunca tiene bastante. Para ellos la vigésima vez es como la primera. El cuenta como Yo. Así cuento yo las horas».

Así es nuestra vida de adultos, Conchita. Necesitamos ganar dinero. Para hacer cosas, para tener más cosas. Y ya no nos queda tiempo para nada más. Así recogemos a los ancianos en residencias, y llevamos a nuestros hijos a guarderías. Tú quieres quedar con alguien para «charlar un rato», para tener el gusto, el sabor de una conversación, donde se puede escuchar la vibración apasionante de la vida, donde podemos saber más del misterio de la vida, y hacer que tome más fuerza e impulso nuestra imaginación.

Yo creo que esto difícilmente llega a realizarse en la pareja, sea matrimonio, o novios, y difícilmente llega a ser realidad entre padres con sus hijos. Las personas, o, mejor, los adultos están ocupados en cosas más importantes: contar las cosas, contar el dinero. ¡matemáticas aburridas!

«Charlar un rato» con un amigo, conversar con un niño. es aprender a contar las horas como lo hace Dios. Es gustar el sabor del tiempo. Conchita, no pierdas tu capacidad de soñar. Es uno de los dones más hermosos que hemos recibido. Un abrazo,

+ P. Abad