6 de mayo de 2018

DOMINGO VI DE PASCUA (Año B)

Homilía predicada por el P. José Alegre
Hech 10, 25-26.34-35.44-48; Sal 97; 1Jn 4,7-10; Jn 15,9-17

El canto peculiar del tiempo de Pascua es el ALELUYA. Lo decimos y lo cantamos numerosas veces, tanto en la plegaria personal como, sobre todo, en la liturgia, cuando oramos comunitariamente.

Expresa la alegría de Dios que nace en el corazón humano. Y la alegría es el sentimiento principal de la Pascua, pues nace de sabernos amados por Dios, de estar en sus manos y en su corazón, de sabernos vencedores de la muerte, pues Dios se ha revestido de nuestra debilidad humana para vencer la muerte con la fuerza del amor y darnos a quiénes estamos unidos a él la esperanza de vencer a la muerte. «El amor es más fuerte que la muerte».

Esta alegría, la manifiesta Jesús en el evangelio cuando los discípulos vienen de anunciarlo, y le cuentan los signos y prodigios que han hecho. «Jesús, lleno de la alegría del Espíritu Santo, exclama: “te doy gracias Padre porque has revelado estas cosas a los pequeños”» (Lc 10,21-22).

Hoy en el evangelio Jesús nos dice: «Os he dicho todo esto para que mi alegría sea también la vuestra y vuestra alegría sea completa».

¿Y qué nos ha dicho Jesús?

Primero, nos ha dicho, nos dice, un largo silencio de 30 años, en Nazaret.

Después, un pasar entre nosotros durante tres años, con un corazón profundamente humano haciendo el bien. Y diciéndonos en nuestro lenguaje humano: «que el amor viene Dios, que él es amor, que lleva la iniciativa del amor con nosotros, que nos ama primero».

Que esto, nos lo ha querido decir Dios en nuestro lenguaje humano, enviándonos a su Hijo Jesús como hermano nuestro. Que se nos revela como amigo. «No os digo siervos sino amigos». Un Dios amigo que ha dado la vida, en lenguaje humano, por ti, por mí, por nosotros, como un verdadero amigo.

Todas estas enseñanzas, todo este amor de Dios que hemos celebrado en el santo día de la Pascua de Resurrección, ahora la Iglesia a lo largo del tiempo Pascual nos las recuerda, nos la repite, con nuevos matices tomados de la Palabra de Dios, de la Historia de la Salvación, para que la presencia del Espíritu de Jesús nos vaya fortaleciendo en el sendero de la vida hacia un Emaús eterno.

El, Cristo, te ha escogido. No tú a él. No olvides este detalle. Y no olvides lo que te dice a propósito de esta elección que ha hecho él de ti: «para confiarte una misión que dure y llegue a dar fruto. Y el fruto es el amor mutuo: que os améis unos a otros».

Los discípulos primeros se tomaron en serio esta fuerza del Espíritu que tenían dentro y se lanzaron en la vida a ser testigos de la vida y de las enseñanzas del Resucitado.

Y esto es lo que leemos en este tiempo de Pascua en el libro de los Hechos de los Apóstoles. La respuesta de los primeros cristianos que, dejándose llevar por la fuerza del Espíritu de Jesús, extienden la fe, crean nuevas comunidades de vida y de amor fraterno.

Y si escuchamos con corazón atento veremos que no les fue fácil esta evangelización, este vivir el amor de Dios a los hombres. No es fácil vivir el amor, no es fácil nacer de Dios, más difícil que nacer a este mundo de nuestra madre natural.

Haremos bien en preguntarnos qué es el amor, puesto que es algo que está a la base de nuestra vida de cristianos.

Ramón Llull comentando el Cantar de los cantares en su Libro del Amigo y del Amado nos dice: «El amor es un mar alborotado de olas y de vientos, sin puerto, ni ribera. El Amigo perece en esta mar y con él perecen sus sufrimientos y comienza la felicidad» (228).

O sea que el amor no una vivencia bonancible de la vida, un éxtasis de dulzura, sino que es una fuerza de vida que arrastra con ella alegrías y sufrimientos, dolor y gozo, momentos duros y otros más dulces, pero que en definitiva quien vive con seriedad su amor, como Cristo, le lleva a dar la vida, dar una vida a retazos, y sólo entonces comienza la felicidad del amor, porque uno experimenta entonces que es más fuerte que la muerte.

Y si no hay amor no hay vida. Si no tenemos vida es que no tenemos comunicación con él, fuente de la vida. Si falta este amor en nuestra vida no queda sino vació y ausencia de Dios.

¿No creéis que merece la pena adentrarse en el espíritu de la Pascua, a la que nos invita este tiempo pascual a lo largo de cincuenta días?