27 de abril de 2010

NUESTRA SEÑORA DE MONTSERRAT

Homilía predicada por el P. José Alegre, abad de Poblet
Ac 1,12-14; Sl 86; Ef 3-6.11-12; Lc 1,39-47

Como los Apóstoles, muchos han hecho de su canto, su poesía, su silencio… plegaria viva junto a Santa María.

«Rosa d'abril, Morena de la Serra
de Montserrat estel,
il·lumineu la catalana terra,
guieu-nos cap al cel».

Iluminad la catalana tierra y todas las tierras que os miran con devoción y espíritu filial. Y tú, devoto de la Madre de Dios de Montserrat «considera que la maternidad de la Virgen María se extiende a todos los pueblos de la tierra, porque de todos los hombres la ha hecho madre su Santísimo Hijo cuando estaba clavado en la cruz». (Torras i Bages)

Y todos los pueblos vienen a buscar la luz de esta madre amable para el camino de la vida, como sugieren las palabras de Juan Pablo II: «Resuenan con plena actualidad en la liturgia las palabras del Profeta: "Y vendrán muchedumbres de pueblos, diciendo: Venid, subamos al monte del Señor, a la casa del Dios de Jacob y Él nos enseñará sus caminos e iremos por sus sendas, porque de Sión ha de salir la ley y de Jerusalén la palabra del Señor"».

Reeditamos la lectura de los Hechos. Rodeando a Santa María, estrechamente unidos en la plegaria, recordando hechos, gestos, palabras del Hijo, del Amigo, del Maestro… Para que continúe engendrándose en la Iglesia la imagen del Hombre nuevo, y arraigando la imagen del Resucitado, principio de una humanidad nueva. Un nuevo nacimiento de Maria, madre de la Iglesia, como sugiere el poeta, Carlos Riba:

«De nou m'infantes,
Entranya pura, i sento
que sóc més noble,
fill amb el Fill, i flama
amb els vivents que vetllen».

Y con la fuerza del Espíritu se pondrán en camino, como María se pone en camino hacia la casa de Isabel, como escribe san Ambrosio: «Alegre en el deseo, para cumplir un piadoso y religioso deber, e impulsada por el gozo, fue a la montaña. En adelante, llena de Dios, ¿acaso no podía elevarse apresuradamente hacia las alturas? Los cálculos lentos son ajenos a la gracia del Espíritu Santo».

«Es providencial —dice Juan Pablo II—, con todo, que la celebración litúrgica de la fiesta, gravite en torno al misterio gozoso de la Visitación, que constituye la primera iniciativa de la Virgen Madre. Montserrat encierra, por consiguiente, lecciones valiosísimas para nuestro caminar de peregrinos».

Caminar con la fuerza pacificadora de la Palabra con alegría hacia los hermanos, para compartir alegrías, penas, dolores. María nos recuerda que somos peregrinos que llevamos el amor dentro, porque Él nos ha amado el primero y ha derramado su Espíritu en nuestros corazones. Y nos impulsa mediante este amor a ir hacia la montaña, esta montaña llamada a ser la gran sardana fraternal de todos los pueblos o el gran banquete mesiánico. Y en la montaña nos levantamos para mirar a santa María y dejarnos mirar por ella. La delicadeza de María, su humildad; la superior viene a la inferior, para ayudar al inferior.

«Por amor nos destina a ser hijos suyos por Jesucristo, para alabanza de su gloria».

«Nuestra peregrinación nos lleva a la plenitud de la filiación divina. Nuestra vocación es ser hijos en el Hijo: "Bendito sea Dios Padre de nuestro Señor Jesucristo, que en Cristo nos bendijo con toda bendición espiritual en los cielos: por cuanto que en El nos eligió antes de la constitución del mundo para que fuésemos santos e inmaculados ante El, y nos predestinó en caridad a la adopción de hijos suyos por Jesucristo, conforme al beneplácito de su voluntad, para alabanza de la gloria de su gracia"». Juan Pablo II nos hace así una invitación a tener despierta la conciencia de nuestra meta.

Pensemos, sí, en el final del camino, pues esto aviva la esperanza, pero cuidemos también el estilo de nuestro camino, un camino que no hacemos solos sino con otros hermanos, con los cuales tenemos que ir preparando aquel banquete del Reino, donde estamos llamados a sentarnos y vivir una gran fiesta, como si de bailar una gran sardana, la danza de la fraternidad, se tratara.

Y si estamos llamados por amor, y a estar consagrados por el amor, necesitamos ir viviendo el amor en el camino, pues el Reino ya está entre nosotros, la vida eterna ya ha comenzado. María es una buena ayuda para vivir con sensibilidad con ternura

Y con esta sensibilidad, con esa ternura iremos despertando el amor, que ya está en nosotros. En el camino vamos encarnando el proyecto de Dios que nos ha predestinado a estar consagrados en el amor. Un proyecto que María nos ofrece plenamente realizado.

26 de abril de 2010

DOMINGO IV DE PASCUA (C)

LA BELLEZA DE LA PALABRA DE DIOS EN LA HOMILÍA
Hech 13,14.43-52; Salm 99,2.3.5; Apoc 7,9.14-17; Jn 10,27-30

Reflexión: El Resucitado, el Buen Pastor

La Resurrección es la garantía de la predicación de Jesús sobre el Reino de Dios, que viene al mundo. Garantía de que Jesús no ha sido un falso testigo de Dios; que no había hecho promesas falsas, ni se presenta con una autoridad ilegítima. No ha interpretado falsamente las Escrituras.

El Dios que le había acompañado durante su vida pública con signos y prodigios a favor de los demás, le acompaña con un signo máximo a favor de su persona, resucitándole. La Resurrección abre un futuro innovador, divinamente previsto por Dios y llevado a cabo por la acción del Espíritu Santo. En este futuro se contempla la novedad de la vida cristiana, la vida de la Iglesia y su misión a todos los pueblos, la promesa del perdón, la transformación de la vida por el bautismo, la comunión de los creyentes….

La resurrección es un poder que afectó a Jesús, y afecta a quienes se abren a él. La existencia mortal de Jesús es transformada al integrarse en el vivir mismo de Dios. No vuelve ya a la forma biológica anterior, sino que llega a una participación en la vida misma de Dios, que le da ya indestructibilidad y santidad para siempre.

«La resurrección no significa el comienzo de un nuevo periodo de la vida de Jesús, llenado con algo nuevo, que lleva adelante en el tiempo, sino lo definitivo y permanente de la única vida singular de Jesús, que a través de una muerte libre y obediente, logra el carácter definitivo y permanente de su vida… Significa la salvación definitiva de la existencia humana concreta, que ni se prolonga en el vacío ni perece» (K Rahner)

Y a partir de esta experiencia de la resurrección, Cristo continua su "servicio" de Buen Pastor, que ya había iniciado con su vida pública, pasando entre los hombres haciendo el bien, curando…

Ahora esta obra del Cristo, Buen Pastor, será más profunda en el corazón de los hombres, una obra más íntima, de una relación personal más profunda por medio de su Espíritu, derramado sobre toda carne. «Nada me falta» dirá el salmo 23(22) refiriéndose al Buen Pastor, mostrando una sensación de plenitud. Frene a la experiencia diaria donde todo queda incompleto, corto, donde hay insatisfacción…., ahora la experiencia de la resurrección de Cristo, nos abre a una experiencia de plenitud.

Ahora podemos considerar también, a la luz del Resucitado los numerosos símbolos de este salmo: recostarse en verdes praderas, fuentes tranquilas, sendero justo, cañada oscuras, la vara, el cayado, la mesa, la copa, la casa del Señor … y hacer una nueva lectura en clave de resurrección.

Palabra

«Toda la ciudad acudió a oír la Palabra de Dios». Quienes estaban llamados a escucharla la rechazan, quienes no la esperan tienen la oportunidad de oírla y se entusiasman. El hombre en su permanente frivolidad le cuesta apostar o hacer la opción por aquel sendero que le puede proporcionar el sentido auténtico de su vida. Es posible también que los testigos de esa Palabra no estemos a la altura que deberíamos estar.

«Los que estaban destinados a la vida eterna, creyeron». Todo estamos destinados a la vida eterna. Todos somos creación del Dios bueno que nos llama a su Reino, pero tenemos que tener presente la respuesta a Dios que se debe dar desde nuestra libertad. Entonces yo estoy destinado a esa vida eterna, pero en mi libertad puedo hacer otra opción. Tremendo e inescrutable el misterio de la vida humana.

«Una muchedumbre inmensa de toda nación, raza, pueblos y lenguas». La llamada de Dios es una llamada universal. Pero parece indicarnos la Palabra que el camino pasa en este mundo por vivir también la tribulación, la tensión o la lucha… que supone hacer la opción por el Cordero. Si a mí me persiguieron también a vosotros os perseguirán, les dice a los discípulos Jesús. Evidentemente la resurrección tiene un precio alto: la cruz.

«Mis ovejas escuchan mi voz, y yo las conozco,… y yo les doy la vida eterna». Jesús nos dirige su Palabra, para que le sigamos, para que lleguemos a estar donde está Él. Jesús nos da por su parte la garantía de su ayuda, su cercanía, su fuerza… pero todo esto no supone ahorrarnos trabajos, dificultades, dolor… en el camino.

Sabiduría sobre la Palabra

«"Yo soy el buen Pastor que conozco a mis ovejas", es decir, que las amo, "y las mías me conocen". Habla, pues como si quisiera dar a entender a las claras: los que me aman vienen tras de mí. El que no ama de verdad es que no lo ha conocido todavía. Mirad si sois, en verdad, sus ovejas, si le conocéis, si habéis alcanzado la luz de su verdad. Si le conocéis no sólo por la fe, sino también por el amor; no sólo por la credulidad, sino también por las obras. Porque el mismo Juan Evangelista, que nos dice lo que acabamos de oír, añade también: "Quien dice: yo le conozco, y no guarda sus mandamientos, es un mentiroso". Sus ovejas encuentran pastos, porque quienquiera que siga al Señor con corazón sencillo se nutrirá con un alimento de eterno verdor. ¿Cuáles son, en efecto, los pastos de estas ovejas, sino los gozos eternos de un paraíso inmarchitable? Los pastos de los elegidos son la visión del rostro de Dios, con cuya plena contemplación la mente se sacia eternamente». (San Gregorio Magno, Homolías sobre los Evangelios)

«Se meten estas frases en mí sin dificultad: veré al Pastor (Sl 23). Veré el valle de la sombra de la muerte; veré la mesa preparada para el banquete. Es como el evangelio en pequeño. Cuántas veces, en horas de angustia, me he acodado del bastón confortante que evita el peligro. Cada día recitaré este pequeño poema poético del cual no se agotan jamás sus riquezas». (Julien Green)

23 de abril de 2010

SAN JORGE, MÁRTIR, PATRÓN DE CATALUÑA

Homilía predicada por el P. José Alegre, abad de Poblet
Apoc 12,10-12; Salm 33,2-9; 1Jn 5,1-5; Jn 15,1-8

Hace un tiempo me enseñaron un retablo en una parroquia que representaba a san Jorge, Patrón de Cataluña. El autor de la pintura me explicaba que había tenido problemas con el párroco, ya que había pintado en el retablo una bandera catalana, y no quería esta connotación política. Tuvo que eliminarla.

Hoy, como otros años, en el Palacio de la Generalitat habrá una ceremonia religiosa, Misa o plegaria equivalente, a la que asistirán los políticos, la mayoría de los cuales o no creen o no practican…

Son las típicas y habituales contradicciones que se dan en nuestra sociedad en donde unos mezclan lo religioso y lo político, y otros lo separan. ¿O quizás es que nos sale del subconsciente el deseo del poder? No lo sé, pero en todo caso estas cosas no son hoy de fácil solución y aceptación para todos.

También es interesante ver la iconografía de san Jorge: Un guerrero con su lanza matando un dragón. Como hay otras iconografías de santos espada en mano y ensartando enemigos. Sí, decimos que es un valor simbólico, pero estos simbolismos no suelen salir en el evangelio. Más bien es al contrario, cuando Jesús manda a Pedro meter la espada en la vaina. Pero solemos olvidar los simbolismos, y no hemos aprendido de verdad la lección de Getsemaní.

¡Y así nos ha salido una parte de nuestra historia! Que por otro lado llega a tener proyección viva en nuestros días, en la vida de los creyentes. Nos sale con frecuencia la vena guerrera: «perdono pero no olvido», cuando el evangelio habla de un perdón desde el corazón. Es decir amnistía total. Participo en la eucaristía y en la comunión, poco después de haber negado la paz a alguien, o cuando le estoy negando la palabra a otro hermano o hermana que tiene la misma fe que yo, o cuando el evangelio dice que antes de participar en la eucaristía cuide esta relación fraternal, esta reconciliación. Pero parece que a esta página del evangelio muchos no han llegado. Y no digamos cuando son dirigentes a quienes se deja participar en la eucaristía, cuando la vox populi les atribuye injusticias sangrantes.

Uno tiene la impresión de que la Iglesia en ocasiones se hace débil con los fuertes y fuerte con los débiles. Pero está claro que este no es el camino de evangelio. San Pablo, por lo menos dice que se hace fuerte con los fuertes, y débil con los débiles. O sea en dirección contraria.

Son circunstancias estas verdaderamente difíciles de afrontar y de vivir. Pero si queremos vivir nuestra fe en la buena Noticia de Jesús no se pueden eludir, y es necesario afrontar el evangelio, y dejar que él me interrogue como una Palabra que se dirige personalmente a mi y a toda la comunidad cristiana o monástica.

Veamos, pues, que nos dice la Palabra en esta solemnidad, y que por otro lado fue la Palabra que iluminó a san Jorge en su vida de fe. Más allá de la anécdota legendaria san Jorge fue un santo muy celebrado ya desde la antigüedad. Un punto de referencia para la vida de muchos creyentes en la vida de fe a lo largo de los siglos. Hasta hoy, que muchos pueblos lo tenemos como patrón. Y esto porque san Jorge encarna en su vida esta Palabra de vida que acabamos de escuchar:
«Yo soy la cepa y vosotros los sarmientos. Yo soy la cepa verdadera. Permaneced en mí y yo en vosotros». ¿Esto es así? ¿tenemos conciencia de esta relación íntima con la cepa? Y esto lo repite varias veces, como si fuera consciente de que nos iba a costar aprender y vivir esta lección, que ahora, en estos días podemos contemplar en vivo, si salimos al campo, pero sin olvidar la referencia a nuestra vida concreta.

«El sarmiento que no da fruto el Padre lo corta». Es decir uno puede estar todavía en la viña como sarmiento cortado, al pie de la cepa, pero está ahí abandonado que no llega a dar fruto, sino que será leña que se irá pudriendo o a lo sumo los recogerán para quemarlos asando carne, o ni siquiera esto. Por ello es fundamental no vivir en la inconsciencia, sino advertir en todo momento si estoy para dar fruto. Si recibo savia de la cepa.

«Y la que da fruto, el Padre la poda y la limpia». Es decir que el Padre no tiene, no quiere, cepas de unos pocos granos, sino que quiere una buena producción, y busca sacar más y más rentabilidad de sus sarmientos.

Ya vemos: san Jorge dio la máxima rentabilidad: llega «al amor hasta el extremo». Más fruto ya no es posible. Lo ha dado todo. El racimo exprimido hasta la última gota.

«Esta es la victoria que vence al mundo» nos dice también la Palabra. La fe. San Jorge vence el mundo, logra la victoria no con lanzas ni dragones, sino con la espada de la Palabra. Una espada que primero dejará que le atraviese a él mismo el corazón, donde quedará como semilla hasta crecer y ser instrumento vivo y generoso de esa Palabra para que continúe la victoria de nuestro Dios sobre la sabiduría del mundo. Este es el aroma de san Jorge, la rosa de san Jorge, como nos sugiere Salvador Espriu:

«Nosotros
con gran tedio, mirábamos
quizás enfermos, la vida
de la calle. Entonces
ella (la luz de Abril) venía, siempre
olorosa, benigna
con las flores, y encerraba
fuera, lejos, el sufrimiento
del pobre dragón…»
«Ahora es la ahora de la victoria de nuestro Dios; la hora de su poder y de su reino». No podemos, no debemos, esperar a lo que llamamos la "otra vida". La "otra vida" es ya ésta, la de ahora, y con nuestro trabajo de ahora, cogiendo el fruto de la cepa preparamos el tiempo de los frutos, en la plenitud del amor trinitario.

18 de abril de 2010

DOMINGO III DE PASCUA (C)

LA BELLEZA DE LA PALABRA DE DIOS EN LA HOMILÍA
Hech 5,27-32.40-41; Salm 29,,2-6.11-13; Apoc 5,11-14; Jn 21,1-19

Reflexión: Pascua (3)

La Pascua no es simplemente una fiesta entre otras: es la "fiesta de las fiestas", "solemnidad de las solemnidades", como la Eucaristía es el Sacramento de los sacramentos (el gran sacramento). San Atanasio la llama "el gran domingo" (Epist fest. 329), así como la Semana Santa es llamada en Oriente "la gran semana". El misterio de la Resurrección en la cual Cristo ha aplastado a la muerte penetra en nuestro viejo tiempo con su poderosa energía, hasta que todo le esté sometido.

En el Concilio de Nicea (año 325) todas las Iglesias se pusieron de acuerdo para que la pascua cristiana fuese celebrada el domingo que sigue al plenilunio (14 del mes de Nisán) después del equinoccio de primavera. La reforma del calendario en Occidente (llamado "gregoriano" por el nombre del papa Gregorio XIII, el año 1582) introdujo un desfase de varios días con el calendario oriental. Las Iglesias occidentales y orientales buscan hoy un acuerdo para llegar de nuevo a celebrar en una fecha común el día de la Resurrección del Señor.

El año litúrgico es el desarrollo de los diversos aspectos del único misterio pascual. Esto vale muy particularmente para el ciclo de las fiestas en torno al Misterio de la Encarnación (Anunciación, Navidad, Epifanía) que conmemoran el comienzo de nuestra salvación, y nos comunican las primicias del misterio de Pascua. (Catecismo de la Iglesia Católica, n. 1169)

En la Vigilia Pascual, que es ya el Domingo de Resurrección, nace el día nuevo que la Iglesia prolonga en renovada alegría por una semana; y luego viene el "tiempo pascual", que los antiguos llamaban "las siete semanas del santo Pentecostés (San Basilio), "el amplio y gozoso espacio" (Tertuliano).

Palabra

«Hay que obedecer a Dios antes que a los hombres». Una actitud que los apóstoles tienen muy clara una vez que son iluminados por la luz del espíritu de Jesús. Una luz que se proyecta sobre la persona, la vida, la muerte y resurrección de Cristo. Esta luz hará de los discípulos de Jesús creyentes de "una sola pieza". Y ya no van a poder decir sino la experiencia que están viviendo y que les tiene cogida toda su existencia.

«Testigos de esto somos nosotros y el Espíritu Santo, que Dios da a los que le obedecen». Demuestran estas palabras que su vida está movida por una sabiduría nueva, que promueve en todo ellos una vida de profunda comunión, donde experimentan la fuerza del Espíritu y el impulso a ser testigos de lo que están viviendo, con firmeza y sin temor alguno.

«Digno es el Cordero degollado de recibir el poder, la riqueza, la sabiduría, la fuerza y la alabanza». Para nosotros, los creyentes es quien debe atraer nuestras alabanzas, nuestra adoración. Y Él alimentará nuestra vida, le dará consistencia, fuerza, sentido…

«Amén». Los cuatro vivientes responden con esta palabra en su adoración, en su postración ante el Cordero, contemplando su misterio. Es la respuesta que está llamada a dar nuestra vida. un "amén" a Cristo, un amen, a su misterio, un amén que me debe llevar a vivir la vida del Resucitado.

«Esta fue la tercera vez que Jesús se apareció a los discípulos después de resucitar…». Tiene que ir configurándose una nueva mirada, una mirada del corazón, en los amigos de Jesús para reconocerlo. Para volverlo a conocer. En el horizonte del pasado permanece la experiencia histórica que han vivido con Él, y esto permanece como punto de referencia necesario, clave en el despertar de la fe en el Resucitado. Pero ahora la Resurrección proyecta la humanidad hacia el futuro, y será necesaria esa "nueva visión".

Sabiduría sobre la Palabra

«Yo tomo de las entrañas del Señor lo que me falta, pues sus entrañas rebosan misericordia. Agujerearon sus manos y pies y atravesaron su costado con una lanza y a través de estas hendiduras puedo libar miel silvestre y aceite de rocas de pedernal, es decir puedo gustar y ver qué bueno es el Señor». (San Bernardo)

«Oh Jesús, ¡rompe las nubes con tu relámpago! ¡muéstrate a nosotros como el Fuerte, el Centelleante, el Resucitado! ¡sé para nosotros el Pantocrator que ocupaba en las viejas basílicas la plena soledad de las cúpulas! Nos hace falta nada menos que esta parusía para eliminar y dominar en nuestros corazones la gloria del mundo que se eleva. Para que contigo venzamos al mundo, aparécenos envuelto en la Gloria del mundo». (Teilhard de Chardin)

«Buscad siempre su rostro. ¿Cuál es el rostro del Señor? Su presencia, así como el rostro del viento y del fuego es su presencia». (San Agustín)

«Respetad, pues, respetad esta mesa en la cual comulgamos todos; respetad a Cristo inmolado por nosotros; respetad el sacrificio que se ofrece… Después de haber participado de tal mesa y haber comulgado el mismo alimento ¿vamos a empuñar las armas unos contra otros? Esto es lo que nos hace débiles». (San Juan Crisóstomo)

12 de abril de 2010

LECTIO DIVINA

SALMO 20 (19)

Oración por el rey antes de la batalla

2 Que te escuche el Señor el día del peligro,
que te sostenga el nombre del Dios de Jacob;
3 que te envíe auxilio desde el santuario,
que te apoye desde el monte Sión;
4 que se acuerde de todas tus ofrendas,
que le agraden tus sacrificios;
5 que cumpla el deseo de tu corazón,
que dé éxito a todos tus planes.
6 Que podamos celebrar tu victoria,
y en el nombre de nuestro Dios alzar estandartes
Que el Señor te conceda todo lo que le pides.
7 Ahora reconozco que el Señor
da la victoria a su ungido,
que lo ha escuchado desde su santo cielo,
con los prodigios de su mano victoriosa.
8 Unos confían en sus carros,
otros en su caballería;
nosotros invocamos el nombre
del Señor Dios nuestro.
9 Ellos cayeron derribados,
nosotros nos mantenemos en pie.
10 Señor, da la victoria al rey
y escúchanos cuando te invocamos.

Ideas generales sobre el salmo

Oración por el rey antes de una batalla. Un grupo que puede ser el pueblo o un ejército se dirige al rey con una serie de peticiones, y acabando con la esperanza de una victoria. Una voz singular expresa la convicción de que el Señor escucha: como si antes se hubiese pronunciado un oráculo en nombre de Dios. De nuevo toma la palabra el grupo para afirmar por contraste su confianza en el Señor. Concluyen con una petición, que viene a ser como un estribillo.

Tiene tres partes:

1) vv. 2-6 el pueblo reza por el rey, expresando nueve deseos…

2) vv. 7-9 un sacerdote responde a las oraciones del pueblo, garantizando que el Señor va a responder y le va a conceder la victoria.

3) v. 10 el pueblo se dirige al Señor pidiendo que dé la victoria al rey.

Era habitual, cosa normal, que los reyes fueran a la guerra, pues el rey tenía que defender a su pueblo. Por eso dice la Biblia: «Al año siguiente, en la época en que los reyes van a la guerra». (2Sam 11,1)

La lucha por la tierra era una lucha por la vida. Cuando se pierde la tierra, se pierde el derecho a ser persona. Por eso había leyes para poder recuperar la tierra. (cf. Lev 25,8-13)

Por la tierra se une a su familia, a su clan… Por eso se busca conservar siempre la herencia de los padres… Así el ejemplo de Nabot que no quiere vender su viña al rey Ajab. (1Re 21,3)

La fecha de composición del salmo parece ser antes de Salomón, con quien se introducen los carros de combate, y aquí parece que Israel no tiene (v. 8). La redacción actual apuntaría al final de la Monarquía, por la espiritualidad concentrada en el nombre de Dios.

Lee

Lee el salmo atendiendo a los diferentes personajes que nos ofrece el salmo. Y considera el protagonismo de cada uno de ellos. ¿Te sientes, de alguna manera, identificado con alguno de ellos?

Una segunda lectura se podría hacer considerando si se da o se ha dado en tu vida alguna de estas circunstancias que presenta el salmo.

Medita

v. 2 «Día de peligro», para el pueblo… Se invoca el nombre de Dios. Cuando Dios encarga a Moisés una misión difícil le pide que le revele su nombre (Ex 3,13-16). El nombre de Dios mismo que está actuando, es su misma fuerza en acción.

«Nuestro auxilio es el nombre del Señor» (Sal 124,8). «Sálvame por tu nombre» (Sal 54,1). «El nombre de Dios es una torre fuerte, a él se acoge el honrado y es inaccesible». (Prov 18,10) «El que invoca el nombre del Señor es protegido» (1Sam 17,45). «La salvación no se halla en nadie más, porque bajo el cielo Dios no ha dado a los hombres ningún otro nombre que pueda salvarnos…». (Hech 4,12)

Y se invoca el "nombre del Dios de Jacob", porque Jacob es el padre de todas las tribus, y posiblemente es un peligro de todo el pueblo, y hacen una llamada a todas las tribus de Israel.

Escribe Paul Claudel, comentando este v. 2: «Pueblo, ponte de rodillas, inclina la cabeza, y que te cubra la sombra de Dios, y el nombre del Dios de Jacob, como una mano amiga, extendida sobre ti».

v. 3 Alusión al santuario, al templo de Sión, centro de la vida religiosa, política, militar. Sión es un punto firme de apoyo: «Los que confían en el Señor son como el monte Sión: no tiembla, está asentado para siempre» (Sal 125,1).

Que te envíe auxilio "desde dentro" y también "desde fuera": el santuario de Dios es tu propio corazón. Eres templo del Espíritu de Dios. El "monte Sión", sería el templo donde se reúne la asamblea. La Iglesia, donde se va edificando el templo de Dios.

v. 4 Se puede considerar este salmo como "una relación comercial con Dios", como si el hombre se asegurara la protección divina con sus ofrendas y sacrificios. Esta creencia es rechazada por los profetas. El amor de Dios por el hombre es libre. Su generosidad desborda toda ofrenda y sacrificio nuestro.

Escribe san Jerónimo: «que todas las plegarias y los sacrificios de los hombres entren en tu plegaria y en tu sacrificio». Es decir vive una plegaria solidaria.

Pero también inmola a Dios en tu corazón "ese enemigo" que tú conoces bien. Aquí podrías preguntarte cómo te ejercitas en la purificación de tu corazón.

v. 5 El pueblo y el rey aparecen íntimamente unidos. Un gobernante así es un verdadero representante de su pueblo. En este caso podríamos decir que la autoridad viene de Dios.

«El Señor se ha buscado un hombre a su gusto…» (1Sam 13,14). «Por tu palabra y según tus designios has sido magnánimo con tus siervos» (2Sam 7,21).

Escribe Eusebio de Cesarea sugiriendo la relación de este verso con Jesucristo: «A partir de aquí todo lo que sigue es profético, Dios te dará todo lo que has pedido, Él llevará tu deseo hasta su acabamiento: sabemos que este deseo es la salvación del mundo, de todos los hombres».

v. 6 La comunidad o el pueblo quiere motivar al rey que va a la guerra, con la imagen del triunfo. Esperan la fiesta, comida, música, danza… Todo se va a realizar en el nombre de Dios. No se entienden las fiestas al margen de Dios. A Éste le agradecen todos los beneficios.

«La confesión del nombre de Dios no solo no nos llevará a la perdición, sino que nos engrandecerá». (San Agustín)

«Que el Señor te conceda todo lo que le pides».

El rey no pide nada personalmente. Todo lo que pide lo pide para el pueblo y en nombre del pueblo. Por ello, también el pueblo se atreve a pedir a Dios que conceda al rey todo lo que le pida. Plegaria de Jesús en la Ultima Cena por todos los suyos: Jn 17.

v. 7 El rey es el «ungido del Señor». El espíritu del Señor le ha penetrado de tal manera que le hace ser pontífice, "puente" entre Dios y su pueblo.

«Lo ha escuchado». Es un tiempo de pretérito perfecto. Pero la acción todavía no ha tenido lugar, pero la oración se hace con tal confianza que antes de realizarse se da por hecha. Algo parecido pasa cuando Jesús resucita a Lázaro. (Jn 11,41)

¿Quiénes son hoy los "ungidos" de Dios? Los pobres, los desposeídos, los marginados… Con ellos se ha identificado de una manera especial Dios al revestirse de nuestra naturaleza.

Encontramos en este sentido una interesante sugerencia en el comentario de Paul Claudel: «¡Tú que no tienes que pedir, pide! Hay alguien que está dispuesto a hacer una unidad en ti con Su Cristo. Hay alguien en el cielo, con su oído atento que no espera sino derramar sobre ti el poder de su derecha».

v. 8-9 Unos confían en sus fuerzas, en sus medios… Nosotros no tenemos medios, recursos, solo disponemos de la confianza en el Señor: La fe viva y auténtica es poner la confianza en el Señor.

Podríamos recordar el episodio de David y Goliat: 1Sam 17,45. También la arenga del rey Ezequías: 2Cr 32,7-8.

Comenta Eusebio de Cesarea: «Los enemigos zozobraran, como el Faraón en el mar Rojo, mientras que nosotros seremos armados e instruidos por el Nombre de nuestro Dios. Este Nombre es nuestra arma y nuestra instrucción».

O san Jerónimo: «que otros crean en la caballería y en los ídolos. Nosotros creemos en Cristo».

v. 10 Viene a ser este verso una especie de estribillo. El pueblo en un nuevo gesto de plegaria invoca a Dios, volviendo a pedir para su rey la victoria.

San Agustín comenta: «Él que en su Pasión nos ha dado un ejemplo de combate, que ofrezca también nuestros sacrificios, como sacerdote despertado de entre los muertos, y asentado en el cielo. Y ya que en adelante presenta nuestras ofrendas por nosotros, escúchanos en este día que te invocamos».

Ora

«Escúchanos en este día que te invocamos Señor, que venga tu Reino. Tú venciste a tus enemigos, en el camino de esta vida. El Padre te ha escuchado, y te ha concedido la victoria. El Padre que siempre está contigo, no te ha abandonado frente a tus enemigos. No te ha abandonado en la muerte. Nosotros, contemplamos tus pasos entre los hombres, tus hermanos. Nosotros, contemplamos tu amor hasta el extremo, por todos los hombres. Nosotros contemplamos y gozamos el amanecer de tu nueva vida. Tú nos has dejado tu Espíritu, nos has ungido con la fuerza y la sabiduría de tu Espíritu de amor. Nosotros, te invocamos, Señor, Dios nuestro, da la victoria a tus ungidos».

Contempla

Dedica un tiempo, delante del crucifijo a considerar la victoria del Jesucristo sobre sus enemigos. Y como esta victoria es la puerta abierta a la resurrección, a una vida nueva, que es la vida del Reino.

O también, en contraposición considerar las numerosas derrotas del hombre de hoy que prescinde de Dios y confía en sus fuerzas…

11 de abril de 2010

DOMINGO II DE PASCUA (C)

LA BELLEZA DE LA PALABRA DE DIOS EN LA HOMILÍA
Hech 5,12-16; Salm 117,2-4.22-27; Apoc 1,9-13.17-19; Jn 20,19-31

Reflexión: Pascua (2)

La Pascua del Señor, es la fuente de los Misterios. La Noche de la Vigilia Pascual, madre de todo el Misterio cristiano.

Como nos enseñan los Santos Padres, del costado de Cristo en la cruz brotaron los sacramentos mediante los cuales se nos comunica la vida de Cristo Resucitado. Participamos por ellos en su vida. Cristo muere para comunicarnos plenamente su vida. Rompe los límites de nuestra naturaleza humana, para ser glorificado y darnos su Espíritu, que entrega al Padre en el último aliento de la cruz, para derramarlo en nosotros y ponernos también en un camino de glorificación.

Ahora todo ha sido consumado. Se ha llevado a término el sacrificio que consuma su vida en el amor extremo, que da la vida, para comunicárnosla a nosotros. Lo que se anticipa el día de antes en la Eucaristía de la Última Cena, memorial de su Pasión, se cumple en la cruz, y se renueva incesantemente en el misterio de la Eucaristía hasta que Él vuelva en su gloria.

La vida que brota de la muerte es la esencia más íntima de todos los Misterios. Es también el contenido esencial del Misterio Pascual.

El Bautismo con la Confirmación realiza en cada cristiano el paso de este mundo a la vida de Dios; y la Eucaristía ofrece a la Iglesia la oportunidad de experimentar de nuevo la Muerte del Señor juntamente con Él y entrar así en la vida eterna de Cristo en Dios.

Cuando está transmitiendo la vida en el centro de la vida de la Iglesia está aquella Acción del Señor y Esposo que hizo que en la creación brotara nuevamente la vida: su Muerte de cruz, que venció a la muerte de la naturaleza, y su Resurrección por la que introdujo a la creación entera en la vida divina. Por eso, la Pascua es la fiesta principal de la Iglesia, como la Madre de los vivientes.

Pascua es el comienzo de la santidad. La Pascua nos vuelve a la santidad, a la participación de la santidad de Dios. La Pascua, Muerte y Resurrección del Señor, es la fuente única de toda santidad. Porque la santidad es fruto de la cruz. La consecuencia final del amor que llega hasta el extremo de su donación. Gracias a la Cruz la naturaleza humana quedó sumergida en la plenitud de la santidad de Dios. La santidad del Señor resucitado es la santidad de su Iglesia. Por eso no puede haber ya en ella nada que no sea santo. La Iglesia vive permanentemente en la Pascua, por eso tiene que ser necesariamente una Comunión de santos. Pero esto no quiere decir que sea perfecta en sus miembros. Están, deben estar en el deseo ardiente de ir haciendo este camino de santidad.

Palabra

«Los apóstoles hacían muchos signos y prodigios en medio del pueblo». El primer gran signo fue la imagen de ser una comunión en el amor después de Pentecostés. Una comunidad que daba una imagen correcta del Crucificado-Resucitado.

«Los fieles se reunían de común acuerdo en el pórtico de Salomón». La imagen de una comunidad que iba creciendo gracias a un correcto enfoque de su vida: plegaria común previa, compartir, solidaridad…

«Lo que veas escríbelo en un libro y envíaselo a las siete iglesias de Asia». Y así lo hizo escribiendo no todo, como dice Juan en su evangelio, sino todo aquello que es necesario y suficiente para suscitar nuestra fe.

«No temas: Yo soy el primero y el último, yo soy el que vive. Estaba muerto y ya vez, vivo por los siglos de los siglos». El que vive, y tiene el dominio de las fuentes de la vida, y todo tiende a ese punto nuclear que es el Cristo Resucitado, dueño y señor de las fuentes de la vida.

«Paz a vosotros. Como el Padre me ha enviado, así os envío yo». ¡Paz! Este es el saludo del Resucitado. Necesitamos pacificar nuestro corazón, para seguir sirviendo hoy este mensaje de paz.

«Recibid el Espíritu Santo; a quienes les perdonéis los pecados les quedan perdonados; a quienes se los retengáis les quedan retenidos». El Espíritu, es el Espíritu de amor de Jesús Resucitado. Nos enseña, y nos ilumina para perdonar como hace Jesús en la cruz con quienes le crucifican. No todos, lamentablemente, los hacen así.

Sabiduría sobre la Palabra

«Fijaos bien, queridos hermanos: el misterio de la Pascua es nuevo y antiguo, eterno y pasajero, corruptible e incorruptible, mortal e inmortal. Antiguo según la Ley, pero nuevo según la Palabra. Pasajero en su figura, pero eterno en la gracia. Corruptible por el sacrificio del cordero, pero incorruptible por la vida del Señor. Mortal por su sepultura en la tierra, pero inmortal por su resurrección de entre los muertos. La Ley es antigua, pero la Palabra es nueva. La figura es pasajera, pero la gracia eterna. Corruptible el cordero, pero incorruptible el Señor, quien, inmolado como cordero, resucitó como Dios». (Melitón de Sardes, Hom.sobre la Pascua)

«El Primogénito es, además, justicia, santificación, amor, redención, y otras cosas parecidas. Si nuestra vida estuviese sellada con estas características, daremos tales señales de la nobleza de nuestro nacimiento, que quienes las vean en nuestra vida atestiguaran nuestra fraternidad en Cristo. Él mismo es quien nos ha abierto la puerta de la resurrección, y por esta razón se ha convertido en primicias de los que duermen; todos nosotros resucitaremos en un abrir y cerrar de ojos con la trompeta final (1Cor 15,52). Esto es lo que Él ha hecho patente por las cosas que obró en sí mismo y en otros que habían sido vencidos por la muerte». (San Gregorio de Nisa, Sobre la vocación cristiana)

«Importa conocer para quién se muere y para quién se vive, pues hay una muerte que hace vivir y una vida que hace morir». (S. León Magno, Sermones)

4 de abril de 2010

DOMINGO DE PASCUA. LA RESURRECCIÓN DEL SEÑOR

MISA DEL DÍA DE PASCUA

Homilía prdicada por el P. José Alegre, abad de Poblet
Hech 10, 14.37-43; Salm 117,1-2.16-17.22-23; Col 3,1-4; Jn 20,1-9

«Señor, que en este día nos has abierto las puertas de la vida…concédenos vivir en la esperanza de nuestra resurrección». (Oración colecta)

Las puertas de la vida vuelven a abrirse con el retorno de una nueva primavera, que se anuncia, que se expresa con esta bella imagen de Joan Maragall: «Cuando una rama ya no puede más de la primavera que lleva dentro, por entre las hojas abundantes brota una flor como expresión maravillosa. ¿No veis en la plenitud de las plantas la admiración de la floración de nueva vida? Así nosotros cuando brota de nuestros labios la palabra verdadera» (Elogi de la Paraula)

O en la Sinfonía 2ª, Resurrección, de Mahler, que nos sugiere que esa vida que renace se prepara con lo que se siembra previamente: «Es para volver a florecer que has sembrado. El dueño de las mieses camina y recoge las garbas, nos recoge a los muertos. Mi corazón cree, nada de ti se pierde… Lo que se ha extendido debe resucitar. Cesa de temblar, prepárate a vivir».

Pero será sobre todo en el espacio interior del género humano donde Dios pondrá, con su imagen, las fuentes de la vida, la semilla de una permanente vida nueva. Apareciendo, sobre todo la mujer, la madre, como colaboradora del Dios de la vida: «Yo no sé como aparecistéis en mis entrañas, ni soy yo quien os ha dado el aliento i la vida. El creador del mundo es el que modela a los hombres antes de nacer y sabe como se ha formado cada uno; Él os devolverá bondadosamente el aliento y la vida». (2Mac 7,27s)

Así se expresa la madre de los siete hermanos macabeos ante el martirio de sus hijos. Una mujer, una madre segura de las fuentes de la vida que no se agotan: «Aparecisteis en mis entrañas... El creador sabe como ha modelado a cada uno. Él os devolverá el aliento y la vida».

La solemnidad de Pascua nos confirma esta palabra. Cesa de temblar, prepárate a vivir vuelve la armonía a la creación. Ha empezado una nueva melodía que empieza en Galilea, como anuncia Pedro: «Ungido por Dios, con la fuerza del Espíritu pasó haciendo el bien, curando a los oprimidos… lo mataron, pero Dios lo resucitó y nos lo hizo ver. Y nos ha encargado de dar solemne testimonio de esta vida nueva».

Esta es la gran obra de Dios creador: incorporar a toda la humanidad a su círculo de amor, la Trinidad. Incorporarnos a su Reino cuya plenitud se manifiesta con la Resurrección.

Y no será extraño que sea la mujer la primera que proclame la Resurrección. Ella fue elegida por Dios como colaboradora más íntima en el servicio a la vida. La mujer será también la que romperá el silencio de aquel amanecer que como rama de la creación ya no podía contener tanta vida nueva. Una mujer dará el primer grito:

«¡Resucitó de veras,
mi amor y mi esperanza!
¿Qué has visto de camino,
María, en la mañana?
—A mi Señor glorioso…
resucitó de veras
mi amor y mi esperanza».

Cesa de temblar María. Cesad de temblar Pedro y Juan, que todavía no creéis en la nueva vida. Y preparaos para vivir. Es necesario que los coros de la nueva creación, los coros de la Resurrección hagan oír su melodía hasta los confines de la tierra.

Este es el deseo del Resucitado: «Nos encargó predicar al pueblo, dando solemne testimonio de que Dios lo ha nombrado juez de vivos y muertos».

La Resurrección. Aquí está el núcleo de nuestra fe. Aquí el sentido de nuestra existencia cristiana. Aquí contemplamos una nueva vida que nace del silencio de la muerte, como la primavera brota desde el silencio del invierno.

La Resurrección, la gran noticia todavía desconocida para muchos. La Resurrección la gran noticia con escasa incidencia en la vida de la humanidad, en la vida incluso de muchos cristianos.

Quizás necesitamos ponderar el valor de la mujer. Quizás necesitamos escuchar el rumor de las fuentes de la vida junto a la mujer. A una mujer que todavía no tiene el protagonismo que merece, en nuestra sociedad, sujeta todavía a un tanto por ciento de cuotas de participación.

El Creador modela la nueva vida en su seno. Hay una estela especial en el seno de la mujer.

Y a partir de la resurrección una estela divina también en el interior de cada creyente: templo del Espíritu de Jesús.

Las fuentes de la vida y del amor residen en el corazón de los creyentes. Para buscar las cosas de arriba, que son también las de abajo. Buscar la cosas de arriba, pasando por abajo haciendo el bien. Haciendo de nuestra existencia un generoso servicio a la vida que es un servicio de unidad y reconciliación.

DOMINGO DE PASCUA. LA RESURRECCIÓN DEL SEÑOR

VIGILIA PASCUAL EN LA NOCHE SANTA

Homilía predicada por el P. José Alegre, abad de Poblet

El principio de la Cuaresma nos invitaba a soñar. Soñar con una NOCHE hermosa. Esta es la Noche. Para soñar. Esta es la Noche que Dios soñó y sigue soñando. La Noche en la que Dios espera que lleguen todos con las mochilas llenas de vida. Esta es la Noche de Pascua.

Esta es la Noche dichosa que conoció el momento en que Cristo resucitó de entre los muertos y dejó que se desbordaran las caudalosas aguas de la vida. Es la Noche clara como el día. La Noche santa. La Noche de la belleza y de la bondad, de la justicia, cuando recogemos los frutos de un amor extremo. De un amor de locura. La locura de la cruz. Es la Noche en que «Dios canta y danza para ti, renovando su amor, en día de gran fiesta» (So 3,17). Canta y danza para ti y para todos los hombres, subiendo de la noche del sepulcro a la armonía de la vida nueva. ¡Qué noche tan dichosa!

Esta es la Noche que nos convenía soñar, y que nos conviene seguir soñando, porque todavía no están todos. Faltan más mochilas llenas de vida. Faltan hijos a la mesa del Padre. Y Dios los quiere a todos. A todos. Que no se os extravíe esta palabra: Dios los quiere a todos. Tiene contadas todas las mochilas distribuidas. No lo dudes tiene contados hasta los cabellos de tu cabeza. Por esto Dios sigue soñando. Nosotros también debemos seguir soñando los sueños de Dios. Dios es bueno y amigo de los hombres.

¿Y cuales son estos sueños? Repasemos un poco la historia de Dios con nosotros, sus hijos. Esta historia que brevemente acabamos de escuchar.

Dios Creador ha hecho las cosas buenas, y sueña con que sean además muy buenas, y nos ofrece un jardín para cuidar, gozar y soñar con esta bondad.

Dios se complace con la fidelidad de su amigo Abraham, y le prepara un techo lleno de estrellas.

Dios se hace peregrino por el desierto acompañando a su pueblo con las columnas de fuego y nube.

Dios se esconde un instante, nos abandona un momento para volver a reunirse. Son los juegos apasionantes de un Dios sencillo y amigo siempre de los hombres.

Dios sueña con tener la casa llena de invitados, pues da de comer sin pagar, vino y leche de balde. Platos sustanciosos.

Dios es un maestro que sueña con alumnos aprovechados en prudencia, inteligencia, de mirada luminosa y profunda paz. Alumnos con auténtica sabiduría.

Dios sueña con ponernos un corazón nuevo. Nuestro corazón después de tanto tiempo está ya algo sucio e inservible, y El nos tiene preparado el repuesto definitivo, nuevo.

Dios sueña sobre todo con recibirnos en su círculo más íntimo, y nos da su Espíritu para que con Cristo vayamos incorporándonos a ese círculo de amor y amistad.

¿Qué sueños de estos os gustaría tener? Cualquiera de ellos tiene el pentagrama con las notas del ALELUYA que es el canto que necesitamos cantar desde el corazón, para llenar nuestra mochila de peregrinos de vida nueva, el ALELUYA como plegaria de bendición de la mesa en la casa del Padre.

Amigos, todavía nos queda noche en nuestra vida. Todavía hay mucha noche en la vida de los hombres. Pero la noche es hermosa para soñar. Dios sueña. Sueña tú también. Nada se pierde de tus sueños. Al final cantarás y danzarás bien el ALELUYA en la casa y en la mesa del Padre.

DOMINGO DE PASCUA: LA RESURRECCIÓN DEL SEÑOR (C)

LA BELLEZA DE LA PALABRA DE DIOS EN LA HOMILIA
Hech 10,14.37-43; Salm 117; Col 3,1-4; Jn 20,1-9

Reflexión: Pascua

Es la Pascua del Señor. El paso a la vida, a la glorificación a donde nos precede Cristo, el Esposo. Y el Esposo invita a Nupcias a su Iglesia, y le da como prenda su Espíritu y la esperanza de su futura glorificación. La Iglesia resucita con el Señor; está sentada a la diestra de Dios. Su vida no pertenece a este mundo, sino que está escondida con Cristo en Dios. Por esto dirá san Pablo: «buscad los bienes de arriba, no los de la tierra. Y cuando aparezca Cristo, apareceréis también vosotros, juntamente con Él, en gloria».

Las Nupcias de Cristo con la humanidad se realizaron en la Encarnación; pero en sentido pleno y propio se celebran en Pascua, cuando el Resucitado, el Glorificado y Ensalzado es ungido con la plenitud del Espíritu.

Nuestra resurrección, la de los fieles creyentes, está contenida ya en la Resurrección de Cristo, y la Esposa, la Iglesia, ha recibido del Señor, el Espíritu como prenda mientras dura la peregrinación por esta tierra. Estas Nupcias se siguen celebrando sin cesar, cultualmente, en el misterio del Bautismo, donde la Iglesia, regenerada en las aguas, se hace un solo cuerpo con Cristo.

A estas Nupcias pertenecen todos los llamados del judaísmo y del paganismo, todos los hombres, llamados por Dios a la salvación. Se celebran todos los días, y durarán hasta la eternidad.

Se ha iniciado, pues el camino de la reconciliación con Dios. El camino ha sido abierto. La iniciativa ha partido de Dios, pero Dios ha dado estos primeros pasos inmerso en nuestra naturaleza humana, para incorporarnos a esta misma tarea de unidad y reconciliación.

El cristiano que vive a Cristo Resucitado, que tiene arraigada esta fe en su corazón, en su vida, está llamado a ser un signo claro ante el mundo, ya que está habitado y animado por el mismo Espíritu de Jesucristo, que le llevó a pasar de la muerte a la vida, y realizando de una vez por todas, con la Nueva Alianza, la reconciliación definitiva con Dios. Seremos un signo:
—con nuestra alegría y nuestra ilusión por el trabajo. El trabajo bien hecho. Sobre todo, un trabajo permanente de reconciliación
—con nuestra entrega sin límites al servicio y a la caridad
—con nuestra libertad interior
—con nuestra fe que nos impulsa a celebrar

Pero el punto clave es la CARIDAD: «nosotros sabemos que hemos pasado de la muerte a la vida porque amamos a los hermanos» (1Jn 3,14)

Palabra

«Pedro dijo: Conocéis lo que sucedió en el país de los judíos…: Jesús de Nazaret, ungido por Dios con la fuerza del Espíritu Santo, que pasó haciendo el bien y curando a los oprimidos; porque Dios estaba con Él». Esta es la "hoja de ruta" de Jesús, el sendero hermoso de Jesús entre los hombres; la manifestación de la bondad y la belleza divinas. Es también nuestro sendero entre los hombres.

«Nosotros, somos testigos de todo lo que hizo… Lo que hemos visto y oído… Los que hemos comido y bebido con Él». ¿Somos testigos del Resucitado? ¿Me lo pregunto a mi mismo?

«Se ha llevado del sepulcro al Señor y no sabemos dónde lo han puesto». El sepulcro sigue vacío, pero ¿sabemos dónde han puesto al Señor? O mejor: ¿dónde lo he puesto?

«Pues hasta entonces no había comprendido la Escritura: que Él había de resucitar de entre los muertos». También esta Palabra puede despertar en nosotros una pregunta: ¿yo he comprendido la Escritura? Es un don de Dios, pero, evidentemente, requiere por mi parte el pedir este don, el obrar de acuerdo a la posesión de este don.

Sabiduría sobre la Palabra

«Nosotros, empero, tal como tenemos por tradición, el Domingo de Resurrección, nos abstenemos no sólo de arrodillarnos, sino que también evitamos todo gesto y ejercicio de angustia o temor, y hasta diferimos nuestros negocios, a fin de no dar lugar al diablo. Lo mismo hacemos también durante Pentecostés, que se distingue por la misma solemnidad de alegría». (Tertuliano)

«Estos días leemos el relato de la resurrección del Señor según los cuatro evangelistas. Y es necesario leerlos a todos, porque cada evangelio por separado no lo dijo todo, sino que lo que uno omite lo dice el otro. Y de tal manera se completan unos a otros, que todos son necesarios». (San Agustín)

«El misterio de Pascua no se celebra sólo en Pascua, sino en todos los días del año, porque la Misa es el Misterio Pascual. El tiempo de Pasión, la Semana Santa, la Pascua y los "cincuenta días santos" de la época de Pascua, que culminan en la celebración de Pentecostés, se combinan todos para extender ante nosotros el misterio de Pascua en su momento con todo detalle. Pero la plenitud del Viernes Santo, Pascua y Pentecostés también se condensa en el ámbito de la Misa de cada día. Pues cada vez que participamos en los Misterios sagrados (el Paso del Señor, la Pascua) morimos con Cristo, resucitamos con Él y recibimos de Él el Espíritu de Promesa que nos transforma y nos une al Padre en y por medio del Espíritu Santo». (Thomas Merton)

2 de abril de 2010

VIERNES SANTO

LA MUERTE DEL SEÑOR

Homilía predicada por el P. José Alegre, abad de Poblet
Is 52,13-52,12; Salm 30,2.6.12-17.25; Hebr 4,14-16; 5,7-9; Jn 18,1-19.42

Me siento perplejo, confuso, triste… No es gratificante contemplar a un crucificado. Pero la liturgia de hoy me invita a contemplarlo.

«Mirad el árbol de la Cruz donde estuvo clavada la salvación del mundo. Venid a adorarlo».

Contemplamos el árbol de la Cruz. ¿Debemos adorarlo? Porque dice que aquí estuvo clavada la salvación. En pasado. Y hoy, en nuestros días, ¿sigue clavada la salvación del mundo en el árbol de la cruz? Es decir, para mí no es lo más importante si en el pasado estuvo clavada mi salvación. Para mí no es vital si la historia me dice la verdad de Jesucristo. Si existió. Para mí es vital hoy, más bien: Si hoy esta clavada en la cruz mi salvación. Si hoy existe Cristo. Si puedo contar con un Cristo vivo.

Y me vuelvo hacia la celebración de la muerte de Jesucristo. Me vuelvo hacia la Palabra de Dios. ¿Qué me dice esta palabra?

El profeta Isaías me presenta un relato de un siervo del Señor, me presenta una fotografía escalofriante de ese Siervo: rostro desfigurado, sin aspecto humano. Sin figura. Despreciado. Evitado, arrinconado por los hombres, despreciado y desestimado…

El retrato de este Siervo continúa con colores muy vivos. Podéis volver personalmente, sobre este capítulo 52 de Isaías. Pero yo quiero detenerme en esa última pincelada del retrato: despreciado y desestimado…

"Desestimado", es una palabra que quiere decir "sin estima", "sin amor". Mirad: una persona sin amor, sin una estima absolutamente de nadie, no lo aguanta psicológicamente nadie. Y muere. No es nadie. No es nada.

Esta misma situación nos refiere la Palabra sobre el Siervo sufriente, Jesucristo. Esto lo repite también la carta a los Filipenses cuando nos dice que tomó la condición de esclavo y se hizo "nada". Cristo en la cruz no es nadie: un maldito, un blasfemo, un sin-Dios. Abandonado por Dios y por los hombres. Un hombre, el Hombre, abandonado por Dios y por los hombres. ¿Imagináis? Terrible. Nos lo dice el mismo Crucificado: "Me muero de tristeza. Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?

Pero mi fe me pide, me exige, mirar al Crucificado. Porque hay una pequeña luz en el último suspiro del Crucificado: Padre, a tus manos encomiendo mi espíritu…

Mi mirada, mi contemplación de la cruz puede ser un incremento de luz y esperanza para el crucificado. O para mí mismo.

Porque hoy la invitación de la liturgia sigue viva: "Mirad el árbol de la Cruz donde está clavada la salvación del mundo. Venid a adorarlo.

Mirad el árbol de la cruz. Mirad sus frondas, la multitud de sus ramas:

¿Donde estaba Dios en los catastróficos terremotos de estas semanas pasadas? ¿dónde está el Dios que cuida de los lirios del campo, en las multitudes que padecen y mueren diariamente de hambre? ¿dónde está Dios en la legión de personas humanas de todas las edades, que, peor que parias, están atados a un trabajo de verdadera esclavitud para alcanzar a comer poco más de una comida diaria, y mala?, ¿dónde está Dios en las naciones hambrientas que en lugar de recibir arados para cultivar la tierra, reciben armas para que puedan reposar en ella después de matarse entre sí? ¿dónde está Dios en los modernos campos de concentración donde se hacinan, malviven y mueren exiliados, inmigrantes, desposeídos de patria, de tierra, familia?… ¿dónde está Dios en estas multitudes que se van de este mundo, sin defensa, sin justicia? ¿Quién medita en su destino?

Dios está en esas multitudes. Dios está ahí presente. En una nueva, actual y desesperanzada cruz. El Dios vivo, alimentando una fuerte esperanza. Dios está presente en estos crucificados de nuestro tiempo. El Dios vivo está resucitando en estas multitudes. Pero simultáneamente la luz de este Dios de la vida se apaga en nuestra sociedad del bienestar. Tienen razón los ateos y agnósticos, los que se escandalizan de las tragedias de nuestro tiempo cuando preguntan: ¿dónde está Dios? O los que no nos escandalizamos, pero en el fondo nos preguntamos también: ¿dónde esta Dios? O nos quedamos indefensos sin una palabra de respuesta.

En nosotros decrece el sentimiento de la presencia de Dios. En nosotros va decayendo nuestra conciencia del Dios de la vida. Nos quedamos con las breves y superficiales alegrías de la vida que se nos desvanecen pronto. Y nos queda el vacío de Dios. Y la desorientación en la búsqueda de este Dios, fuente de vida y de amor.

Contemplad la cruz. Contemplad al Crucificado. Hoy, en la celebración de este drama del Viernes Santo contempla al Crucificado. Recoge y guarda su último aliento: Padre, a tus manos encomiendo mi espíritu…

Y debemos saber que mañana y pasado, y pasado mañana, continuará el drama de la cruz en el inimaginable sufrimiento de esas multitudes escampadas por todo el orbe de la tierra. Y donde esta viva la presencia de Dios. También mañana, y pasado, y pasado mañana, debemos contemplar al Crucificado en esa multitudes ultrajadas. Tenidas por nosotros, los hombres, como heridas, humilladas y olvidadas de Dios.

Pero, repito, ahí hay una presencia viva, creciente de Dios, en nosotros una presencia cada día más tenue, decreciente. Pero no debemos olvidar que la razón de que Dios se haya revestido de nuestra humanidad -¡qué insondable el misterio de este Dios amor!- es abrir un camino de solidaridad y de reconciliación. Con Dios, y entre nosotros, toda la humanidad. Si no llegamos a comprender esto no llegaremos nunca a comprender y vivir nuestra fe cristiana. Nuestro tiempo es un tiempo que apremia, para trabajar por la unidad y la reconciliación. Es una tarea permanente de un cristiano allá donde lo ha puesto el Señor.

Mira a la Cruz. Mira al Crucificado. Es, dice el poeta, la humanidad en doloroso parto.

Tú en este parto doloroso, puedes abrir tus ojos a la luz de una nueva vida. Depende de tu respuesta a este Cristo que te ofrece sus brazos abiertos para acogerte y abrazarte.

1 de abril de 2010

JUEVES SANTO

MISA DE LA CENA DEL SEÑOR

Homilía predicada por el P. José Alegre, abad de Poblet
Ex 1-8.11-14; Salm 115,12-18; 1Cor 11,23-26; Jn 13,1-15

«Sabiendo Jesús que llegaba la hora de pasar de este mundo al Padre, habiendo amado a los suyos, los amó (ahora) hasta el extremo».

¿Cuál es el signo de este amor? Ponerse a lavar los pies a los discípulos. Era el servicio más bajo, el servicio del esclavo. Por eso Pedro se rebela. Tiene que aceptar este gesto de Jesús si desea ser su apóstol.

Pero Jesús completa su signo, con unas breves palabras aclaratorias: «Yo, que soy el Maestro, el Señor, y hago esto. Pero vosotros si queréis ser mis discípulos debéis hacer lo mismo. No, conmigo, sino entre vosotros. Vosotros debéis lavaros los pies unos a otros. Debéis serviros los unos a los otros».

Y les hace una pregunta fundamental: «¿entendéis lo que acabo de hacer?».

Hoy al escuchar el relato del evangelio la escena del cenáculo tiene una viva actualidad. Y la pregunta de Jesús es para nosotros: ¿entendemos nosotros este gesto de Jesús? ¿entendemos que es esto de lavarnos los pies unos a otros?

¿Qué pretende Jesús en esta Última Cena? Jesús estaba llevando a término su vida entre los hombres, hecho en todo como nosotros, menos en el pecado. Llega su Hora. El reloj ya venía marcando el tiempo, su tiempo, durante varios años. Pero ahora llega lo que solemos decir: «la Hora de la verdad».

Jesús en sus andanzas por los caminos y ciudades de Palestina, va preparando con sus seguidores el proyecto de un nuevo movimiento, de una comunidad eclesial, que se apoyará en Él, que Él mismo la alimentará, y que tendrá la misión de abrir caminos para hacer realidad el Reino de Dios. Y esto lo deberán hacer con una actitud de servicio humilde y fraterno, que había sido el estilo de Jesús entre los hombres. Y así vivir con la esperanza puesta en el definitivo encuentro de la fiesta final. Jesús les iba manifestando su amor, en la convivencia diaria.

Ahora, «los amó hasta el extremo». Hoy Jesús hace el gesto, que acompaña con unas breves palabras, mañana, Viernes Santo, este gesto será la cruel realidad de vaciarse totalmente en su amor, de llevar el amor extremo hasta el borde de la nada, de la aniquilación. Hasta la muerte. «Nos amó hasta el extremo».

El amor entrañado en nuestra naturaleza. El amor de Dios que estaba arraigado en las entrañas del hombre, se desarraiga para vaciarse todo él. El amor sediento, al amor hecho hambre, que para saciarse se deja comer. Para envolvernos por dentro en ese amor entrañable.

Y es, éste, el momento singular para que nuestro amor se haga entrañable. Es en este momento, Eucaristía de Jueves Santo, y cada Eucaristía que celebramos, cuando tenemos la oportunidad de celebrar el «amor hasta el extremo», y a la vez que lo celebramos se nos abre el camino para adentrarnos en lo profundo de este misterio de amor que da vida, que da la vida. Cada vez que celebramos esta eucaristía, comemos de este pan y bebemos de este cáliz anunciamos la muerte de Señor, es decir la muerte de amor, de puro amor que dice el poeta:
«Los hombres con justicia nos morimos;
mas Tú, sin merecerlo te moriste
de puro amor».
Y nos dejó su mandato: «Os he lavado los pies, yo, vuestro Maestro y Señor. También vosotros debéis lavaros los pies unos a otros. Yo, vuestro Maestro y Señor os he servido hasta el extremo. También vosotros debéis serviros unos a otros. Os he dado ejemplo». Hacedlo como yo lo he hecho.

El poeta dice a Dios:

«Amor de Ti nos quema,
amor que es hambre, amor de las entrañas;
hambre de la Palabra creadora».

Después de la Eucaristía; después de cada eucaristía: ¿nos quema el amor de Dios? ¿nos quema este amor extremo en las entrañas hasta no poder contenerlo? Sentimos dentro la Palabra de Dios como un fuego que no podemos contener, o languidecemos en nuestra vida hambrientos de esta Palabra, que no acabamos de acoger y guardar en el corazón?

Porque, dirá también el poeta:

«Sólo comerte nos apaga el ansia,
pan de inmortalidad, carne divina,
y nos entra un fiero amor de vida».

Centremos, estos días, nuestra vida en las celebraciones de esta Semana. Cuidemos la celebración y vivencia de estos misterios, pues, como nos orienta también san Bernardo, «es tal la eficacia de los sacramentos que celebramos estos días, que son capaces de partir los corazones de piedra y ablandar los pechos de hierro. Ante la Pasión de Cristo vemos, en nuestros mismos días, que el cielo se compadece, la tierra tiembla, las piedras se rajan y los sepulcros se abren por la confesión de los pecados».

Pero la rutina y la inconsciencia pueden abortar la eficacia de las cosas más santas.