16 de septiembre de 2018

DOMINGO XXIV DEL TIEMPO ORDINARIO (Año B)

Homilía predicada por el P. José Alegre
Is 50,5-10; Sal 114,1-6.8-9; Sant 2,14-18; Mc 8,27-35

Jesús con sus discípulos… Habéis oído como iban por los pueblos de Cesarea anunciando la Buena Noticia. En el camino se le ocurre a Jesús hacer una encuesta: «¿Quién dice la gente que soy yo?» Y como suele suceder en las encuestas, disparidad de opiniones: Unos que el Bautista, otros, Elías, otros, un profeta.

Pero ahora Jesús cambia el registro, cambia la pregunta de la encuesta, y va directo a ellos, que llevaban ya un tiempo con él, le escuchaban, veían como obraba, cómo actuaba con las muchedumbres, cómo estas reaccionaban, como reaccionaba Jesús. «Y vosotros ¿quién decís que soy yo?» Pedro, impetuoso como siempre, responde el primero: «Tú, ¡el Mesías!»

Hasta aquí todo claro y normal, ¿no es así? Incluso Mateo recoge en su Evangelio, al relatar esta escena, que Jesús todavía añade aquellas palabras de alabanza a Pedro: “dichoso tú Simón, porque esto no te lo ha revelado nadie de carne y hueso sino mi Padre del cielo” La escena no podía ser más bella y perfecta.

Pero viene la escena segunda: «empezó a instruirlos. El Hijo del hombre tiene que Padecer mucho, ser condenado por los sacerdotes y letrados, los representantes de la institución religiosa, ser ejecutado y resucitar al tercer día». Lo explicaba con toda claridad.

Lo de resucitar era algo que ni siquiera entendían lo más mínimo, y además no se atrevían a preguntarle sobre el tema; pero lo de ser ejecutado y condenado a muerte, era algo que les sonaba muy fuerte e inadmisible. Pero ¡si habían sido testigos de tantos milagros!

Así que Pedro volvió a tomar la palabra se lo llevó aparte y se puso a hacerle reflexionar. Pero la respuesta de Jesús a Pedro es muy dura: «¡Quítate de mi vista, Satanás! Tú piensas como los hombres, no como Dios». Para preguntarnos: pero ¿cómo los discípulos de Jesús lo contemplaban cuando le veían enseñar y obrar con las muchedumbres? No había percibido nada de su divinidad. A lo sumo ¿un gran profeta?

Jesús continuará completando su enseñanza que subrayará después con su vida: el camino de Jesús es el servicio de dar la vida, quien la quiere salvar o guardar la pierde se le desvanece como la niebla con la fuerza del sol. La vida que se gana, se enriquece, pero se gana y se hace grande en el servicio, un servicio no según la norma, sino según la generosidad del corazón.

No es fácil el testimonio de Jesús. Seguir a Jesucristo no es obligatorio, es una decisión libre de cada uno. Pero Jesucristo se ha tomado en serio, muy en serio al hombre y a la humanidad. Y nosotros, cristianos y monjes sintiendo tocado nuestro corazón por el amor de Cristo le hemos dicho: ¡SÍ! Nos hemos consagrado a él por el bautismo y por otros sacramentos: el matrimonio cristiano, o la consagración religiosa, y esto supone tomarse en serio aquella expresión que san Benito repite más de una vez en su Regla: «no anteponer nada a Cristo».

Y no anteponer nada a Cristo viene a ser vivir aquella expresión tan fuerte de san Pablo: «El amor del Mesías no nos deja escapatoria» (2Cor 5,14). Cristo no nos deja escapatoria. Esto viene a ser como cuando entre dos jóvenes viven un primer amor, un amor serio, y un día se rompe y deja sobre todo en uno de ello una huella que recordará siempre. Así nos puede pasar a nosotros con Cristo: que hayamos gustado, vivido su amor, y este amor se ha resfriado o pero todavía: roto.

El amor de Cristo no nos deja escapatoria. Pero contemplar y considerar toda la persona de Cristo, nos debe llevar a contemplar y considerar la cruz, sin la cual no tenemos paso a la resurrección. Y sin resurrección nuestra fe no tiene sentido.

Cristo es la obra que hace verdad nuestra fe. Santiago en su lectura nos dice que la fe sin las obras no nos puede salvar, pero esas obras son Cristo: sus enseñanzas, su vida, su pasar con una gran humanidad entre las gentes…. O sea que necesitamos mirar a nuestra vida, si nuestra vida confiesa a Jesús como el Mesías, si en nuestro camino aceptamos también servir con generosidad nuestra vida, que en muchas ocasiones será cruz. Pero la cruz siempre es el dintel de la Resurrección.

Y atención: los apóstoles llevaban ya un tiempo con Jesús y no habían captado el mensaje de su vida.

Nosotros monjes que hemos hecho una profesión y solemne de seguir a la persona de Cristo. ¿Sentimos que no nos deja escapatoria? ¿Qué no queremos suavizar las palabras de Cristo como Pedro? O como cristianos: ¿la persona de Cristo nos domina la vida?

Que se cumplan en todos vosotros las palabras de Isaías: «El Señor Dios me ha abierto el oído; y yo no me he rebelado, ni me he echado atrás».