12 de agosto de 2018

DOMINGO XIX DEL TIEMPO ORDINARIO (Año B)

Homilía predicada por el P. José Alegre
1Re 19,4-8; Sal 33; Ef 4,30-5,2; Jn 6,41-51

La vida espiritual no puede fingirse, requiere una disciplina. Hay que aprenderla e interiorizarla. No es un conjunto de ejercicios cotidianos sino un modo de vida, una actitud mental, una orientación del alma. Y se alcanza recibiendo una instrucción que viene del mismo Dios como nos sugiere el evangelio: «serán todos instruidos por Dios». Los que reciben la enseñanza del Padre van a Cristo.

Se trata de escuchar esta enseñanza, escuchar esta voz de Dios en nuestro corazón y dejarnos llevar por él hacia Jesucristo. Dejarnos enseñar por este Padre Creador de Vida y Amigo del ser humano.

Ya lo anunció el profeta Jeremías: «Yo pondré mi Ley dentro de vosotros y la escribiré en vuestro corazón».

Y Cristo alimenta nuestra vida con el pan que da la vida, el pan que ha bajado del cielo para que nadie muera sino que tenga la vida eterna…

San Benito creía que esta instrucción no era algo áspero o penoso y que no era un proceso privado, sino que hay que llevarla a cabo en comunidad y ser vivida con paciencia. Por esto establece una Escuela del Servicio divino. El objetivo: escuchar la enseñanza de Dios, despertar la vida espiritual, corregir vicios, conservar la caridad, ensanchar el corazón y vivir con la inefable dulzura del amor…

Esta es, como sabéis, la vida monástica. Pero la vida monástica no tiene el servicio exclusivo de la vida espiritual: «Serán todos instruidos por Dios». Y los que reciben la enseñanza del Padre van a Cristo.

Por esto, el universo, la creación, viene a ser también una Escuela del Servicio divino, pues como escribe san Pablo a los cristianos de Roma: «Lo que se puede conocer de Dios lo tienen a la vista, ya que Dios se les ha manifestado. Aunque conocieron a Dios no le dieron gloria ni gracias, sino que se extraviaron con sus razonamientos y su mente ignorante quedó a oscuras».

La vida monástica nace para ser unos buenos discípulos en esta Escuela del Servicio divino y transmitir las enseñanzas de Dios; y ser testimonio de la vida en Cristo.

Así que Dios, Amigo de los hombres, es quien primero establece esta Escuela. Y por si acaso nos despistamos es esa primera Escuela suscita la creación de esta Escuela filial que es la vida monástica.

Ahora bien, en esta Escuela puede suceder varias cosas: que no acudamos y nos quedemos jugando fuera yendo a la nuestra. “Hacemos novillos”. O si permanecemos dentro podemos estar distraídos, no hacer los deberes…

«Dejarse instruir por Dios». ¿Cómo lo haces tú? Toda instrucción nos llega por la Palabra. ¿Qué espacio tiene la Palabra de Dios en tu vida?

La enseñanza nos llega a todos por la Palabra, pero en la Escuela estamos todo un grupo numeroso de alumnos y todos recibimos la misma enseñanza. El eco de esta Palabra en el corazón de cada uno de nosotros es diferente, y positiva para todos.
Cabe el peligro de manipular la Palabra, más que dejar que ella nos trabaje y moldee según su voluntad. O no permitir que esta enseñanza de Dios, que su Palabra baje al corazón, y lo mueva para colaborar con la sabiduría de esta Palabra que nos enseña. Una Palabra que nos enseña y nos alimenta dándonos vida, vida nueva

Yo soy el pan que da la vida. Este pan baja del cielo para que ninguno muera, sino que viva para siempre. Este pan da vida al mundo.

El pan transforma nuestra vida. Pero es preciso saborearlo bien. Bajarlo al corazón para que su energía nos renueve y recree una vigorosa fuerza de vida. El pan de Cristo no produce automáticamente el cambio o el progreso de nuestra vida. Hay que masticarlo bien. ¿En qué consiste esta masticación del pan que nos da Cristo? San Pablo en la segunda lectura nos sugiere los ejercicios a llevar a cabo:

«No entristezcáis al Espíritu» que habéis recibido al empezar a ser discípulos de esta escuela. Lo ponemos triste cuando nos olvidamos que somos discípulos de esta escuela, llamados a corregir nuestras deficiencias, e ir aprendiendo los caminos de la vida del Espíritu.

«Lejos de vosotros todo malhumor, mal genio, gritos, injurias, cualquier tipo de maldad». ¿Y quién puede decir que estás palabras están ausentes de su vida? Y continua: «sed bondadosos, compasivos, perdonad». ¿Y quién no necesita poner un poco más de bondad, de compasión, de perdón en su vida? Ya veis que palabras, ejercicios sencillos para realizar en nuestra vida.

¡Qué grande es Dios! Que, como Amigo bueno, nos invita a esta Escuela donde la primera lección es del Padre, la segunda del Hijo, Jesucristo, y la tercera, del Espíritu, ya metido en nuestro corazón, para ayudarnos a realizar esos sencillos ejercicios.