25 de mayo de 2008

CUERPO Y SANGRE DE CRISTO (Año A)

Homilía predicada por el P. José Alegre, abad de Poblet

RECUERDA…, no sea que te olvides…

El Deuteronomio nos repite esta invitación. Hoy es la fiesta de la memoria. Memoria de lo que nos hace vivir. Memoria del Cuerpo que nos alimenta. Hoy en el centro está el Cuerpo. Es la fiesta del Cuerpo. Nos alegramos, damos gracias, se prepara un cortejo triunfal, precisamente para el Cuerpo glorioso de Cristo.

Y este cortejo triunfal tendrá su expresión, su imagen plástica, después que todos hayamos participado y comido el Cuerpo y la Sangre del Señor en la Eucaristía, en la procesión por el claustro, de la misma manera que muchas comunidades parroquiales la tendrán por calles de pueblos y ciudades.

Con la Procesión hacemos una manifestación de nuestra fe en el Resucitado, que con su Cuerpo recibido en el pan y el vino nos hace a nosotros su Cuerpo. Y con nuestra manifestación de fe estamos diciendo que todos comemos de este Pan que paseamos por el claustro y a quien cantamos; que a todos nos alimenta el mismo Pan.

Pero no todos digieren este Pan. Hay quienes lo asimilan y viven de él, y hay quienes no llegan a asimilarlo y lo devuelven, lo vomitan. Se vomita aquello que no asimila el cuerpo, que no acepta como alimento.

Y sin embargo la obra de Dios no pierde con el paso de los tiempos su eficacia y su fuerza de salvación. Es un alimento sin fecha de caducidad. Porque no es un mero recuerdo histórico. Cristo nos ha dejado su memorial, como nos recuerda la Oración colecta. Y un memorial es no sólo un recuerdo de acontecimientos del pasado, sino que viene a ser la proclamación de las maravillas que Dios ha realizado a favor de los hombres. Con la celebración litúrgica esos acontecimientos se hacen presentes y actuales; la obra de Dios se hace presente aquí y ahora y nos permite a nosotros que seamos asumidos, incorporados a esta obra de salvación.

Habitualmente nuestra manera de expresarnos suele ser: he recibido la eucaristía, he recibido el Cuerpo de Cristo. Es verdad, cuando tomamos la comunión, pero fijémonos en las palabras de Jesús que acabamos de escuchar en el evangelio: El que come mi carne y bebe mi sangre habita en mi, y yo en él.

Podemos decir que hay una interioridad recíproca perfecta. Pero en las palabras de Jesús tiene prioridad habitar en él: Quien come mi carne y bebe mi sangre habita en mí. El primer movimiento es ser introducidos en Cristo, en su Cuerpo, somos células de su Cuerpo.

Entonces toman una expresividad especial para nosotros las otras palabras de Jesús: El Padre que vive me ha enviado y yo vivo por el Padre; del mismo modo el que me come vivirá por mí.

Luego es verdad que yo soy cuerpo de Cristo, célula suya, si habito en él, vivo por él, que es la fuente misma de la vida y del amor. En Él encuentro todo el dinamismo de mi existencia, toda la fuerza de vida y de amor que necesito. Entonces podremos decir las mismas palabras de Pablo: Ya no soy yo el que vivo, sino que Cristo vive en mí (Gal 2, 20).

Es importante para nuestra vida no perder este dinamismo de vida y de amor. Pero podemos perderlo, porque podemos en ocasiones jugar con dos barajas. Y no faltan cristianos que tienen a mano las dos barajas: en el templo recibo el Cuerpo del Señor, recibo su carne y su sangre, reunido en comunidad con todos mis hermanos, con quienes formo el Cuerpo visible de Cristo en este mundo. Pero luego en la vida, después que se me dice: la misa ha acabado, podéis ir en paz, pues no nos llevamos la paz, la dejamos en el templo y volvemos a sacar en la vida de cada día nuestro hombre viejo, la otra baraja, con la que creemos que vamos a ganar la partida, cuando la partida, al final solamente es ganada por la fuerza del amor, de un amor que se da hasta el extremo.

En la primera lectura se invita a recordar lo que hizo Dios a su pueblo a lo largo de 40 años en el desierto, y que lo hizo para poner a prueba a su pueblo y conocer sus intenciones…

También la eucaristía es una prueba para el creyente; una prueba para el corazón. La eucaristía pone a prueba nuestro corazón. Un corazón árido, vacío, frío, sin latidos de humanidad es prueba evidente del fracaso de la eucaristía. En la eucaristía Cristo se pone una y otra vez a nuestra disposición para ser la fuerza del amor en nuestra vida, para ser fuente de vida eterna. Un pan que me hace vivir más allá de mis posibilidades, y también de mis necesidades. Y por eso yo debo servir este amor a los demás, para hacer vivir a otras personas. Porque el amor crece, se enriquece y nos enriquece y nos hace madurar como personas y como creyentes, cuando lo damos en un generoso servicio a los demás.

Hagamos cada día un esfuerzo especial por escapar de toda rutina en la celebración del memorial del Señor, y busquemos que este fuego prenda en nuestra vida como nos sugieren las palabras del poeta:

Amor de Ti nos quema, blanco cuerpo;
amor que es hambre, amor de las entrañas;
hambre de la Palabra creadora
que se hizo carne; fiero amor de vida
que no se sacia con abrazos, besos,
ni con enlace conyugal alguno.
Sólo comerte nos apaga el ansia,
pan de inmortalidad, carne divina.
Nuestro amor entrañado, amor hecho hambre…

(Miguel de Unamuno, El Cristo de Velázquez, Edit Espasa–Austral, 781, Madrid 1976, p.56).