27 de noviembre de 2011

LA VOZ DE LOS PADRES

TEXTOS PARA EL ADVIENTO
Domingo 1º de Adviento (Año B)

San León Magno, Homilía 5 sobre el Adviento
Todo lo que producen los cereales, las viñas y los árboles para el uso del hombre, todo procede de la gran liberalidad de la bondad divina, la cual, variando la cualidad de los elementos, ayuda piadosamente a los inciertos trabajos de los agricultores, de modo que los vientos, las lluvias, el frío y el calor, los días y las noches, sirvan para nuestra utilidad. No sería suficiente el ingenio humano para los efectos de sus obras si Dios no diese el crecimiento a las plantaciones y los acostumbrados riegos. De aquí que sea piadoso y justo que de aquello que el Padre misericordiosamente nos ha concedido, ayudemos a los otros. Son muchos los que no tienen campos, ni viñas, ni árboles, cuya pobreza ha de ser remediada por la abundancia que Dios otorgó, a fin de que también ellos, juntamente con nosotros bendigan a Dios por la fecundidad de la tierra y se alegren de que haya sido dada a los que la poseen, y así, en cierto modo, se hacen comunes también a los pobres y peregrinos.

Feliz es el granero y digno de que se multipliquen todos sus frutos si de él se sacia el hambre de los necesitados y débiles, si se satisface la indigencia del peregrino y se restablece el deseo del enfermo.

Aunque todos los tiempos son oportunos para estas obras, este es principalmente apto y conveniente, en el cual nuestros santos padres, divinamente inspirados, establecieron el ayuno del mes décimo, para que, una vez recogida la cosecha de todos los frutos se ofreciese a Dios una espiritual abstinencia y cada cual recordase que ha de usar de la abundancia de tal modo que para sí use la moderación y pródigo para los pobres.

La parte de la fortuna temporal que se da a los pobres se convierte en riquezas eternas.

LA CARTA DEL ABAD

Querido José Manuel:

Eres una persona optimista. Ya sabía de ello, en razón de nuestra amistad. Pero me lo confirma cuando, hablando por teléfono acerca de esta fatigosa cuestión de la crisis, me dices que ya pasará. Que hubo otras crisis muy fuertes en años pasados, como por ejemplo en los años 60 con la cuestión del petróleo. Y de todas va saliendo el hombre.

Es posible. Y quizás la historia nos muestra algo de esto. Que el hombre tiene siempre recursos para ir adelante en la vida. Pero también es cierto que tendríamos que mirar a qué precio va dando nuevos pasos, teniendo en cuenta que «es la persona del hombre lo que hay que salvar, la sociedad humana la que hay que renovar» (Gaudium et Spes 3).

Hoy el mundo está en una situación muy diferente de hace unos años. Vivimos en una dimensión más global. Cualquier suceso o acontecimiento, en el más alejado punto de nuestra residencia, nos afecta. Todo tiene una repercusión en todo. Y en todos. Es imposible «bajarse del tren» como decía alguien, o alejarse de esta "aldea global" en la que nos ha tocado vivir.

Por otro lado estamos configurando una vida en donde domina cada día más lo material. Los valores duros y puros que destila la materia, el tener… en detrimento de unos valores más humanos, de unos valores espirituales, que llevan a un índice muy bajo de cotización del hombre.

Cada día el ritmo de la vida se abre a senderos más vertiginosos, más inconscientes, diría yo también. Y esto es peligroso para la vida humana, en general.

«La propia historia está sometida a un proceso tal de aceleración que apenas es posible al hombre seguirla. El género humano corre una misma suerte y no se diversifica ya en varias historias dispersas. La humanidad pasa así de una concepción más bien estática de la realidad a otra más dinámica y evolutiva, de donde surge un nuevo conjunto de problemas que exige nuevos análisis y nuevas síntesis» (GS, 5).

Yo creo que en la Palabra tenemos siempre una oferta de luz, de sensatez, de vida auténtica. Esta Palabra nos dice: «Daos cuenta del momento en que vivís». No es fácil darse cuenta del momento cuando estamos sumergidos en el vértigo de la vida, donde apenas somos capaces de seguir la información diaria del mundo. Nos sigue diciendo: «Nada de comilonas, ni borracheras, nada de lujuria ni desenfreno, nada de riñas ni pendencias…».

Pues todo esto es lo que nos atrae. Ahora llega Diciembre y empezaremos a preparar la Navidad, precisamente con comilonas, desenfreno… en grupos de las más diversas instituciones: políticas, empresas, sociales, educativas…

¿Todo esto es malo, negativo? En si mismo yo diría que no. Pero me pregunto si todo esto es un arma de luz, que ayuda a arrinconar las tinieblas, la oscuridad de nuestras vidas, a configurar un clima social más amable.

Parece que algo de la luz del día se percibe, en una cierta conciencia de que tengo que ser más sobrio; de que tengo que ser más solidario. Pero esto ¿lo perciben los de arriba, quienes tienen el poder, los recursos?…, o ¿es ocasión de una nueva imposición a los de abajo para crear más pobreza, más sumisión?

La noche está avanzada, el día se echa encima. Pero el sol puede detenerse, y que el día llegue con retraso, o no llegue. José Manuel solo conduciéndonos como en pleno día, con dignidad, podemos acelerar ese nuevo día. Y solo aquí podemos encontrar la fuente de un verdadero optimismo. Un abrazo,

+ P. Abad

20 de noviembre de 2011

LECTIO DIVINA

Salmo 121 [122]

1 Qué alegría cuando me dijeron:
«Vamos a la casa del Señor».

2 Ya están pisando nuestros pies
tus umbrales, Jerusalén.

3 Jerusalén está fundada
como ciudad bien compacta.
4 Allá suben las tribus,
las tribus del Señor,
según la costumbre de Israel,
a celebrar el nombre del Señor.
5 En ella están los tribunales de justicia
en el palacio de David.

6 Desead la paz a Jerusalén:
«Vivan seguros los que te aman,
7 haya paz dentro de tus muros,
seguridad en tus palacios».
8 Por mis hermanos y compañeros,
voy a decir: «la paz contigo».
9 Por la casa del Señor nuestro Dios,
te deseo todo bien.

Ideas generales sobre el salmo

Es un canto de peregrinación a la ciudad santa de Jerusalén. Al llegar los peregrinos se quedan extasiados contemplando sus edificios, sus torres y murallas, y sobre todo su templo, lugar de la presencia de Dios.

Para el judío era fascinante visitar Jerusalén. Desearía vivir siempre en ella. Como no es posible sueñan con visitarla ocasionalmente y empaparse de su misterio. Cada peregrino, cuando se despide y echa la última mirada sobre la ciudad santa, aviva en su corazón su nostalgia y el deseo de volver.

Se divide en tres partes: v. 1-2; 3-5; 6-9

El nombre de la ciudad aparece en cada una de las partes. Jerusalén es un nombre compuesto de dos palabras y significa «ciudad de paz». El tema de la ciudad aparece con mucha fuerza en la segunda parte; el de la paz, sobre todo en la tercera. La expresión «casa del Señor» aparece al principio y al final del salmo.

v. 1-2 Nos sitúan en el inicio de la peregrinación, y la llegada a la ciudad.
v. 3-5 Desarrollan el tema de la ciudad:

Tres aspectos:

a) arquitectura, construcciones, firmes, compactas…
b) religioso, la ciudad viene a ser como una casa común…
c) judicial, con los tribunales de justicia

v. 6-9 Desarrollan el tema de la paz. Inmenso deseo de paz para todos.

Se desea la paz, pues es el centro de la fe de todo un pueblo, punto de encuentro entre Dios e Israel. Se desea la paz, pues el centro del poder judicial. Dos temas que ocupan el centro del salmo. Dos motivos principales para celebrar la ciudad: el templo (fe) y los tribunales (justicia). ¿Cómo se podría celebrar la fe sin la presencia y práctica de la justicia?

Dios no hace nada en este salmo. Se habla de su casa, de sus tribus, que suben a celebrar su nombre. El Señor, por tanto tiene una casa, un nombre y unas tribus. Todo esto celebra la ciudad que congrega al pueblo en torno a dos aspectos: fe y justicia.

Lee

Empezamos con una lectura comunitaria. Se subrayan sus ideas principales. Y se puede hacer a continuación una lectura silenciosa personal.

Medita

v. 1-2
El peregrino escucha la noticia del viaje a Jerusalén o la invitación a visitar la casa del Señor. Todo peregrino hacía suyo este texto de Isaías: «Vosotros entonareis un cántico como en noche sagrada de fiesta: se os alegrará el corazón mientras vais al Monte del Señor, a la Roca de Israel» (Is 30,29). Y finalmente experimenta la profunda emoción de pisar el umbral del templo, con el que había soñado tanto. El salmista se salta las etapas del viaje.

Para un judío Jerusalén es su amante, su novia, su esposa querida a la que dedica sus mejores elogios. «Este salmo anhela la eterna Jerusalén, suspira por ella. En la peregrinación suspiramos, nos regocijamos, nos encontramos, no vamos solos. Todos juntos formamos una llama; y esta llama está formada por la conversación de los que se encienden mutuamente. Mutuamente el amor santo los arrastra a un sitio terreno. ¿Cuál debe ser el amor que los arrastre hacia otra ciudad más elevada, diciéndose: ¡Iremos a la casa del Señor! Es ir a aquella casa que nos hace decir: "En tu luz veremos la luz", o también dice: "En ti está la fuente de la vida"» (San Agustín).

v. 3-5
Explosión de entusiasmo a la vista de la ciudad, llena de belleza y armonía. Allá suben las tribus tres veces al año, como dice la Escritura: «Todo varón deberá presentarse al Señor, tu Dios… tres veces al año: en la fiesta de los Ácimos, en la fiesta de las Semanas, y en la fiesta de las Tiendas. Nadie se presentará al Señor con las manos vacías» (Deut 16,16).

Jerusalén no es solo lugar de culto. También está la administración de la justicia: Dice Isaías: «Haré que tus jueces sean como los del principio, tus consejeros como los de antaño. Entonces te llamarán "Villa de la justicia", "Ciudad leal"» (1,26). Unión pues de culto y de justicia. Serán muchas las recriminaciones de los profetas por no practicar esa justicia: «Cuando extendéis las manos para orar, aparto mi vista; aunque hagáis muchas oraciones, no las escucho… Buscad el derecho, proteged al oprimido, socorred al huérfano, defended la viuda. Luego venid…» (Is 1,15-18).

Fue la tragedia de muchos judíos: rezaban de verdad, ofrecían sacrificios, pero después no practicaban la justicia. Dios no se deja sobornar.

El mismo san Agustín se pregunta: «Se nos dijo: iremos a la casa del Señor. Pero no vamos con los pies sino con los afectos. Cada uno de nosotros se pregunte a sí mismo como comparte con el pobre, con el hermano necesitado, con el mendigo indigente».

Por esto comenta Orígenes: «Cuando los creyentes no son sino un solo corazón y una sola alma, y tienen una misma solicitud, los unos con los otros, entonces ellos son Jerusalén, "como ciudad bien compacta"».

v. 6-9
Jerusalén es una figura de la Iglesia. A esta Iglesia debemos amar. Pero el amor también acepta el sufrimiento. Desear la paz es desear todo bien, ya que la paz era la suma de todos los bienes mesiánicos.

Escribe Orígenes: «Hemos dicho muchas veces que Jerusalén quiere decir "visión de paz". Así pues si se edifica Jerusalén en nuestro corazón, es decir si arraiga en nuestro corazón una visión de paz, si nosotros contemplamos y guardamos en nuestro corazón a Cristo que es nuestra paz, si permanecemos en esta visión de paz, entonces podremos decir que estamos en Jerusalén».

Si no hemos llegado a esa «visión de paz» por lo menos permanezcamos en el deseo, y la trabajemos con una vida de amor, con aquel amor que ayuda a soportar el sufrimiento y aceptar la misma muerte, pues como nos dice el libro del Cantar de los Cantares: «El amor es más fuerte que la muerte» (Ct 8,6).

Muchos han manifestado ese deseo de la visión de paz, y han trabajado y vivido por ella. En nuestro tiempo muchas veces en la canción:

«Imagina que no existe el paraíso,
es fácil si lo intentas.
Ningún infierno bajo nosotros
y sólo el cielo encima de nosotros».

(Imagine there's non Heaven / it's easy if you try. / No Hell below us / above us only sky).

«Imagina a toda la gente
viviendo para hoy.
Imagina que no hay países
no es difícil hacerlo.
Nada por que matar o por que morir
y tampoco religión alguna».

(Imagine all the people / living for today. / Imagine there's no countries / it isn't hard to do. / Nothing to kill or die for /and no religion too).

«Imagina a toda la gente
viviendo la vida en paz.
Puede que digas que soy un soñador.
Pero no soy el único.
Espero que un día te unas a nosotros
y que el mundo viva como una sola cosa».

(Imagine all the people / living life in peace. / You may say I'm a dreamer / But I'm not the only one. / I hope someday you'll join us / and the world will live as one)

Escuchemos otra «canción» sobre la paz y la unidad, escrita hace dos mil años:

«Porque Él es nuestra paz: el que de los dos pueblos hizo uno, derribando el muro que los separaba, la enemistad, anulando en su carne la Ley de los mandamientos con sus preceptos, para crear en sí mismo de los dos, un solo Hombre Nuevo, haciendo la paz, y reconciliar con Dios a ambos en un solo Cuerpo, por medio de la cruz, dando en sí mismo muerte a la enemistad. Él vino a anunciar la paz: paz a vosotros que estabais lejos y paz a los que estaban cerca. Pues por medio de Él, podemos presentarnos, los unos y los otros, al Padre en un solo Espíritu» (Ef 2,14-18).

Jerusalén, para un cristiano es también símbolo del cielo: «vosotros os habéis acercado al Monte Sión, a la ciudad del Dios vivo, que es la Jerusalén celestial» (Hebr 12,22).

Cuando Juan XXIII se enteró que estaba gravemente enfermo, con gran paz empezó a recitar el salmo 122: «Qué alegría cuando me dijeron: Vamos a la casa del Señor».

Ora

Señor Jesucristo,
que dijiste a los Apóstoles:
«Mi paz os dejo, mi paz os doy»,
no mires nuestros pecados,
sino la fe de tu Iglesia,
y, conforme a tu palabra,
concédenos la paz y la unidad.

Y haznos instrumentos de tu paz…

Contempla

Dedica un tiempo personal a repasar en silencio aquellos puntos que te hayan llamado la atención: peregrinación, unidad, paz, justicia. O escucha la canción «Imagine» o relee el texto de Efesios.

Domingo XXXIV del Tiempo Ordinario: JESUCRISTO, REY DEL UNIVERSO (Año A)

Homilía predicada por el P. José Alegre, abad de Poblet
Ez 34,11-12; Salm 22, 1-6; 1Cor 15,20.26-28; Mt 25,31-46

Jesús fue un profeta que anunciaba la llegada del Reino, con unos signos que iban unidos a su persona. El centro de su predicación era el Reino, era la causa de su vida, lo que motivaba todo su dinamismo: mostrar a Dios, el Señor de todo, como Rey. Todo este mensaje no se puede separar de su persona. El Reino se manifiesta en Él. Por eso dirá: «el Reino está en medio de vosotros». Pero a la vez este anuncio tiene una proyección hacia el futuro. La misma oración del Padrenuestro lo sugiere claramente cuando pedimos: «venga a nosotros tu Reino». Cristo nunca definió el Reino, más bien lo ejercitó, lo vivió en su persona. Por eso decía: «Yo no puedo hacer sino lo que hace el Padre». Y de este modo el Reino lo sugiere con sus parábolas, y su misma vida.

El Reino es un don de Dios, que por una parte pedimos, pero por otra hay que esforzarse por entrar en él y vestir el traje apropiado para el banquete de bodas. Decir «Reino de Dios» es decir Dios, o proclamar ese Reino equivale a señalar la persona de Cristo.

Cuando en 1929 se grita como proclamación, y reparación a Pío XI: «viva el Papa rey», se muestra a qué extremos puede conducir la ignorancia de los textos y de la realidad cristiana más fundamental.

Este tema del Reino estaba detrás de algunas discusiones del Concilio Vaticano II, en la Constitución sobre la Iglesia: el decreto de libertad religiosa, el pluralismo, la participación... Y en alguna publicación sobre estos temas, por gente contraria a estos puntos conciliares, se muestra el retrato de un Cristo, con el título: «Ellos le han quitado la corona».

Otros recuerdos más penosos serían los referentes a los «guerrilleros de Cristo Rey». Matar en nombre de Dios. Matar en nombre de Cristo Rey, en nombre de Aquel que enseñaba: «aprended de mí que soy manso y humilde de corazón». ¡Hasta donde puede llegar el hombre en su cerrazón de corazón!
Con estos fenómenos u otros semejantes se propicia que la Iglesia eche raíces en los espacios de la política, de la cultura, de la sociedad… con un talante de fuerza física, de prepotencia, de dominio…

Y se da la paradoja de que siendo la fuerza auténtica de la Iglesia el evangelio, haya todavía conciencias dominadas por la nostalgia de la inquisición. Consciencias que no llegan a decir: «viva el papa Rey», pero casi. El grito se les detiene en la garganta. Consciencias que todavía tiene sueños de guerrilleros, de desembarcar junto al guerrero, espada en mano, para imponer la fe. Pero eso sí: a su medida, y no a la de Cristo.

Se olvidan los gestos de Jesús: que rechazó el título de rey cuando se entendía en sentido político, al estilo de los «jefes de las naciones». Pero lo reivindica durante su Pasión, ante Pilato, que lo interrogó explícitamente: «¿Tú eres rey?», y Jesús respondió: «Sí, como dices, soy rey» (Jn 18,37); pero poco antes había declarado: «Mi reino no es de este mundo» (Jn 18, 36).

«La realeza de Cristo es revelación y actuación de la de Dios Padre, que gobierna todas las cosas con amor y con justicia. Que encomendó al Hijo la misión de dar a los hombres la vida eterna, amándolos hasta el supremo sacrificio y, al mismo tiempo, le otorgó el poder de juzgarlos, desde el momento que se hizo Hijo del hombre, semejante en todo a nosotros (cf. Jn 5, 21-22. 26-27). El evangelio de hoy insiste precisamente en la realeza universal de Cristo juez, con la estupenda parábola del juicio final. Las imágenes son sencillas, el lenguaje es popular, pero el mensaje es sumamente importante: es la verdad sobre nuestro destino último y sobre el criterio con el que seremos juzgados. "Tuve hambre, y me disteis de comer; tuve sed, y me disteis de beber; era forastero, y me acogisteis" etc. Forma parte de nuestra civilización. Ha marcado la historia de los pueblos de cultura cristiana: la jerarquía de valores, las instituciones, las múltiples obras benéficas y sociales. En efecto, el reino de Cristo no es de este mundo, pero lleva a cumplimiento todo el bien que, gracias a Dios, existe en el hombre y en la historia. Si ponemos en práctica el amor a nuestro prójimo, según el mensaje evangélico, entonces dejamos espacio al señorío de Dios, y su reino se realiza en medio de nosotros. En cambio, si cada uno piensa sólo en sus propios intereses, el mundo no puede menos de ir hacia la ruina». (Benedicto XVI)

Poner en práctica el amor, contemplar el ejemplo de Cristo, dejar que él sea nuestro pastor, y nos recostemos en las praderas de su palabra, dejar que él haga nacer fuentes tranquilas en nuestro espacio interior que reparen nuestras fuerzas, como enseña el Salmo 22 que hemos cantado como respuesta a la Palabra. Contemplar el ejemplo de Cristo, y poner en práctica el amor, su amor que está en mí, en ti… por el Espíritu que hemos recibido. Y obrar como él obró. ¿Cómo obró? Lo habéis oído en la primera lectura: «Yo mismo en persona buscaré a mis ovejas, siguiendo su rastro…. Buscaré las perdidas, haré volver a las descarriadas, vendaré a las heridas, curaré a las enfermas, a las gordas y fuertes las guardaré y las apacentaré debidamente…».

Esta es la fuerza de Dios, esta es la verdad de Cristo, esta es la verdad del Reino. Y su espejo lo debemos contemplar en el hambriento, en el sediento, en el forastero, en el desnudo, en la prisión…

LA VOZ DE LOS PADRES


TEXTOS PARA EL TIEMPO ORDINARIO
Domingo 34º del Tiempo Ordinario: Jesucristo, Rey del Universo


De los sermones de san Juan Crisóstomo, obispo, sobre la carta a los Romanos
Dios ha llegado a entregar a su Hijo. ¿Y tú no puedes darle tu pan, a él que se ha entregado por ti y se ha hecho matar? El Padre, debido a ti, no lo ha ahorrado, a él, su propio Hijo! Y tú, con indiferencia, lo dejas morir de hambre, mientras que sólo eres capaz de aprovecharte de sus bienes y de estar por tus intereses.

Se ha entregado por ti, por ti se ha matado, por ti yerra mendigando, lo que tú le das para ayudarle, lo tomas de sus propios bienes, y ¡aun en estas condiciones, no le das nada! No ha tenido suficiente de soportar la cruz y la muerte; ha querido conocer, además, la pobreza y el exilio, ha querido ir errante y desnudo, ha querido ser abandonado en la cárcel y experimentar la ineptitud, para poder dirigirte así su llamada. Si no me quieres devolver lo equivalente de lo que he sufrido por ti, ten conmigo piedad a causa de mi miseria, déjate doblegar por mi debilidad y mi prisión. Si no quieres ni darte a ello, date al menos en mi modesta petición, no te pido nada que te cueste, sino sólo pan, techo, algunas palabras de consuelo.

Si no te cierras por completo, que el pensamiento del Reino de los cielos, que las recompensas prometidas, que todo esto, al menos, te haga mejor. Todo esto, ¿no lo quieres tener en cuenta? Entonces, cuando menos, que tu corazón se rasgue, simplemente por instinto natural, al verme desnudo. Acuérdate de la desnudez que por ti he sufrido en la cruz. Por ti he sido encadenado, por ti aún lo estoy hoy. Por ti he ayunado, por ti soporto todavía hambre. He conocido la sed cuando estaba suspendido en la cruz, y la tengo aún a través de los pobres a fin de atraerte hacia mí y de hacerte humano frente a tu propia salvación.

Habiéndote ligado de esta manera por innumerables beneficios, te pido que me lo vuelvas. No te pido como un deudor, yo quiero coronarte como un benefactor y, a cambio de estos pobres dones, te daré el Reino.

Si estoy encarcelado, no te fuerzo a tumbarme rompiendo mis cadenas. Sólo te pido una cosa: que veas que estoy encadenado a causa de ti; ya me será suficiente este favor y, en cambio, te doy el cielo. Bien que te haya liberado de tus pesadas cadenas, tendré bastante si te dignas a visitarme a la cárcel.
Podría coronarse sin todo esto, pero quiero ser tu deudor, para que la corona te dé también confianza.

San Gregorio Nacianceno, Discurso Teológico, 30,4
«Es preciso que Él reine hasta que…» y que sea recibido por el cielo hasta los tiempos de la restauración, y que tenga su sede a la derecha de Dios hasta dominar sobre sus enemigos. Y después de estas cosas ¿qué sucederá? ¿que su reino cese o que sea expulsado de los cielos? ¿quién lo hará cesar? ¿o por qué motivo? ¡Hasta ese punto eres tú un interprete audaz y un gran adversario de su reino! Y sin embargo, tú sabes que su reino no tendrá fin. Pero esto te sucede por ignorar que la expresión «hasta que» no se opone de manera absoluta al futuro, sino que indica lo que llega hasta un momento dado sin excluir lo que está más allá de ese momento. De lo contrario, ¿cómo entenderás, por no citar otros casos, el texto que dice: «Yo estaré con vosotros hasta la consumación del siglo»? ¿Tal vez en el sentido de que después de esto no estará ya con ellos?

LA CARTA DEL ABAD


Querida Mª Luisa,

La estrella de tu firmamento de este mes es la «acogida». Es una estrella cuya luz nos es muy necesaria. Hoy hablamos mucho alrededor de esta palabra, quizás porque la tenemos poco arraigada en nuestra vida.

Me llama siempre la atención cuando recibo a una persona, o cuando una o varias personas son bien recibidas por los monjes, por el monasterio que me den las gracias por la acogida. En tiempos pasados no se mencionaba el agradecimiento por la acogida. Uno hacía lo que tenía que hacer: te encontrabas con alguien, o lo recibías, vivías ese encuentro con toda normalidad y venía la despedida sin más, o en todo caso con un simple «gracias», pero sin la añadidura de ese «por la acogida». Hoy vivimos en una sociedad más inhóspita, en un tiempo sin tiempo. Tienes una visita por un lado, y te está esperando otra por el otro lado. Estas hablando por una línea y te llaman por otra. Tienes que poner fecha en la agenda para un encuentro y pasas más tiempo en determinar y ponerte de acuerdo en concretar la fecha que en la misma reunión. El mundo cada día marcha por caminos más complejos y difíciles.

No es fácil hoy día la «acogida» en este ambiente de ritmo tan trepidante. Porque la acogida es un recibimiento del otro, o de otros con el sello, diría yo, de huéspedes. O mejor todavía: con un sello personal. Es recibir a la persona de ese otro, u otros, como tales personas, por tanto con sus preocupaciones, sus problemas, sus alegrías, o sus penas. Recibir, y estar atento a lo que es y desea, y necesita esa persona.

Esto significa «dar tiempo» al otro. Disponer tu tiempo, para acoger, escuchar, estar pendiente del otro. Y hay en el ambiente estas frases tan escuchadas: «no tengo tiempo», «no quiero hacerle perder tiempo», «dispongo de poco tiempo», «el tiempo es oro». Y el tiempo no es oro. Pues si lo convertimos en dinero, mi consideración sobre el otro ya cambia. Mi acogida no puede ser por lo que «tiene» la persona. Una acogida auténtica no puede estar en la línea del dinero, sino en la línea de la persona como tal. Pero, en cualquier caso, no olvidar que tengo delante de mí una persona.

Y precisamente tenemos el tiempo para desarrollar nuestra vida como personas. Y si nuestro tiempo no está proyectado en este camino de la persona el tiempo se desvirtúa, se pierde. Por ello se dice que vivimos en el tiempo sin tiempo. Gastar el tiempo acogiendo a una persona, con esta idea de entrar en el misterio de ella, es ponerse en camino de desarrollar y profundizar el misterio de la tuya.

Quizás nos quiere llamar la atención la Palabra de Dios sobre este punto cuando Cristo habla de la acogida al final de los tiempos: «Venid, benditos de mi Padre, porque tenía hambre, y me distes de comer; tenía sed, y me distéis de beber; era forastero, y me acogisteis; estaba desnudo, y me vestisteis; enfermo, o en la prisión, y vinisteis a verme». (Mt 25,31-46)

Cristo se identifica con cada una de estas personas cuya vida está subrayada por algún tipo de problema humano. Y me sugiere como debo ponerme frente al misterio de cada una de estas personas. O diría, hablando de modo más general: Cristo me hace una invitación muy clara, muy viva a estar abierto, en una escucha vital frente al misterio de la persona que tengo delante en cualquier circunstancia.

Gracias Mª Luisa por recordarme la actualidad de esta palabra, «acogida» que lleva encerrado todo un misterio de luz. Un abrazo,

+ P. Abad

13 de noviembre de 2011

DEDICACIÓN DE LA BASÍLICA DE POBLET

Homilía predicada por el P. José Alegre, abad de Poblet
2Cr 5,6-10.13-6,2; Salmo 83; 1Pe 2,4-9; Lc 19,1-10

«Siempre me ha parecido que la Iglesia padecía por falta de una divulgación de la palabra sagrada. Yo no soy doctor y no sé porque se hacen las cosas como se hacen, ni tampoco sé como podrían hacerse de otra forma, pero cuando veo la manera como están en el templo la mayoría de la gente, la manera como oyen misa, su pasividad ante la enorme energía del Sacrificio del Amor que se celebra en el altar, la ignorancia acerca de las palabras sublimes que en él se dicen y la distracción y modorra que se apodera de ellos, mientras ante ellos está sucediendo la cosa más fuerte y más interesante de este mundo, no puedo menos de pensar: ¡Dios mío! Cuanta sublimidad en vano, cuanta energía ineficaz, cuanta riqueza perdida!» (Joan Maragall, La Iglesia quemada)

Pero la Palabra sagrada se divulga… La acabamos de proclamar. Llega a nuestro entendimiento, pero ¿llega a nuestro corazón?

¿Llega a nuestro corazón las palabras del salmo que hemos cantado? «¡Qué deseables son tus moradas, Señor! Mi alma se consume y anhela los atrios del Señor. Mi corazón y mi carne retozan por el Dios vivo».

Es nuestro deseo de la casa del Señor. Me consumo y anhelo estar en su casa cantando su alabanza. Retozo por el Dios vivo, es decir salto y vibro de alegría por ese Dios que me ha creado y me está dando la vida; qué desata tanto entusiasmo en el salmista, tanta dulzura, tanto cariño. Estos deseos no los despierta el templo material, aquel templo majestuoso de Jerusalén; más bien quien hace nacer el deseo y la alabanza es quien habita en ese templo. El Dios en quien encontramos el secreto y sentido de nuestra vida, y la fuerza interior para caminar de acuerdo a su voluntad. ¿llegan estos sentimientos a nuestro corazón?

Los peregrinos, acercándose al templo, mientras recitaban los salmos de peregrinación lo abarcaban con una mirada amorosa. Y esa mirada exterior iba acompañada de un estremecimiento interior. Su alma deseaba, se consumía anhelaba, retozaba, desfallecía por su Dios. San Agustín tiene una sabrosa interpretación: «La uva prensada desfallece, deja de ser uva, pero ¿por qué? Para convertirse en vino, para ir al reposo de la bodega; para ser conservada en gran quietud. Aquí se desea, allí se toma; aquí se suspira, allí se alegra; aquí se ora, allí se alaba; aquí se gime, allí se goza».

Nosotros también tenemos necesidad mientras contemplamos el templo de piedra, mientras estamos en él orando, celebrando, alabando a nuestro Dios, tenemos necesidad de ese estremecimiento interior, que sucede cuando la Palabra va más allá de nuestra mente, cuando baja al corazón. Dice el profeta: «¿En quien pondré mi mirada? En el humilde y abatido que se estremece bajo mi palabra» (Is 66,2).

«Necesitamos perdernos en el corazón de Cristo. Él es nuestro refugio, nuestro asilo; la casa del pájaro, el nido de la paloma, la barca de Pedro para atravesar el mar tempestuoso» (Carlos de Foucauld). Pero para perdernos en la amplitud de ese corazón tengo que despertar mi deseo, avivar mi curiosidad por él. O dicho de otra manera: tengo que entrar en mi casa, acompañado de Cristo. Pero antes de entrar, quizás tengo que salir. Yo ya sé algo de Cristo; Cristo ya ha despertado mi interés. Pero tengo que salir de mi casa, de mí mismo y subir a la higuera para contemplar a Cristo. Para llegar a conocerlo de todo. Para que Él pueda mirarme y se invite a mi casa. Tengo que subir a la higuera para que Cristo pueda descubrir mi interés por Él.

Yo diría que subir a la higuera y mostrar así mi interés por Cristo es cuidar una actitud de abertura hacia los demás, perderme entre las frondas de la higuera es agarrarme a sus ramas, sería tener una actitud de acogida, mostrar una actitud de servicio. Aquí si que valdría aquella expresión de «hay que subirse por las ramas».

Y esto va levantando hacia mí la mirada de Cristo. Y este Cristo va entrando en mi casa, de manera que su interés se va apoderando del mío. Hasta sentirme acogido, yo, por este huésped que se aloja en mí propia casa.

Y esta unión estrecha, profunda, con Él provoca la generosidad total: «doy la mitad de mis bienes a los pobres, y restituyo cuatro veces más a quienes he defraudado». Cristo, ha encontrado verdaderamente a Zaqueo, que estaba perdido.

Quizás esta fiesta es un momento privilegiado para preguntarnos si nosotros también nos subimos a la higuera para atraer la mirada de Jesús. Si salimos de nuestra casa, para que Cristo se invite a cenar con nosotros.

Quizás sea interesante recordar las palabras de san Bernardo: «Esta fiesta es vuestra y muy vuestra. Estáis consagrados a Dios que os eligió y os ha tomado en propiedad. ¡Qué magnífico ha sido vuestro negocio, hermanos! Habéis invertido todas vuestras riquezas del mundo para pasar al dominio del Creador, y llegar incluso a poseer al que es el patrimonio y la riqueza de los suyos. Por esto dice el profeta: ¡dichoso el pueblo cuyo Dios es el Señor!» (Sermón I en la Dedicación)

Dichosos seremos si este Dios es nuestro Señor, si nos dejamos mover, manejar por Él y tomándonos como piedras vivas va edificando su templo, un templo para ofrecer sacrificios espirituales, mediante Cristo el Mesías, la piedra angular de todo el edificio.

LA CARTA DEL ABAD

Querido Carlos,

Recibí tu carta en la que muestras una continua preocupación de dar pasos en un camino de progreso espiritual: «Ambicionad los dones más valiosos (1Cor 12,31). En medio de las dificultades que comporta la vida cotidiana en el mundo, continúo aspirando a esa consagración, camino del don más excelente: el amor. Querría decirle que estoy en el camino, no es una mera fantasía». El deseo es siempre un estar en camino; porque el deseo siempre provoca un dinamismo de nuestra persona para alcanzar aquello que consideramos bueno para nuestra vida, o por el contrario terminamos por abandonarlo y dejarlo; pero en este caso, la persona se moverá por otro deseo nuevo. Yo creo que no puede faltar este dinamismo vital, que supone el deseo, en nuestra existencia.

Lo importante es descubrir en nuestro deseo la fuente del progreso y del enriquecimiento espiritual. Algo así nos sugiere Ramon Llull en el Libro del Amigo y del Amado: «El Amigo decía a su Amado si había todavía alguna virtud de Él que no amaba. Y el Amado le respondió que todo lo que podía multiplicar su amor en el Amigo estaba todavía por amar».

Descubrir y vivir nuestra vida en el marco del deseo, o en el marco de un progresivo amor, lleva a poner delante de nosotros un horizonte permanente de esperanza, y la fuerza o la ilusión de actualizar todos los recursos de nuestra personalidad que son muchos, y diversos en cada persona.

Es también lo que nos descubre el evangelio cuando nos habla de la parábola del amo que confía sus bienes a unos administradores. Bienes diversos, según la capacidad de cada uno. Y no se trata de una carrera de competición, buscando estar por encima de los otros, lo cual solo sirve para alcanzar coronas que se marchitan o coronas de espinas que hacen daño. El amo quiere que pongamos en juego nuestra capacidad, que seamos conscientes de que tenemos unos recursos en nuestra persona, cuya actualización, o si quieres administración, es la fuente de la verdadera alegría, porque nos hace vivir la vida con un sentido profundo desde nosotros mismos.

Yo creo que para esto es el camino: para hacer un trabajo sobre nosotros mismos. Y aquí es donde deberíamos encontrar la fascinación del tiempo que Dios nos da. Un tiempo para trabajar mi persona y sacar de ella toda la riqueza que potencialmente tiene y que nos ha dejado el Amo, o el Amado, hasta que vuelva. Lo importante es hacer este trabajo con ilusión, con esperanza, con paz, viviendo y gozando con lo que tenemos en nuestras manos.

Me dices que estas en camino, y que no es mera fantasía. Eso es positivo. Saber que se está caminando, pero cuando caminamos también es hermoso, también es bello soñar. Soñar con el horizonte, y dejar también que nos envuelva alguna nube de fantasía. La imaginación no deja de ser también un don que hemos recibido. Y en el camino hemos de ejercitarnos en todo aquello que nos ayude a dar el mejor fruto en nuestra vida.

Agárrate a tu deseo, busca con fuerza el don más excelente. ¡Vive, sueña, camina! Un abrazo,

+ P. Abad

LA VOZ DE LOS PADRES

TEXTOS PARA EL TIEMPO ORDINARIO
Domingo 33º del Tiempo Ordinario

San Juan Crisóstomo, Sobre el diablo tentador 2,5

¡No te fíes de tu juventud, ni vayas a pensar que tendrás largo tiempo de vida! «El día del Señor vendrá como un ladrón». Nos dejó Dios incierto el día de la muerte para que constantemente pongamos cuidado y empeño. ¿No ves a muchos cómo cada día arrebata una muerte prematura? Pues por tal motivo amonesta cierto varón: «No tardes en convertirte al Señor y no lo dejes de un día para otro» (Ecl 5,8), no sea que mientras andas perezoso llegue tu fin. Usemos de semejante exhortación para los ancianos, adoctrinemos con esta advertencia a los jóvenes. Pero es que te encuentras seguro y abundas en riquezas y redundas en dineros y ningún mal te ha sobrevenido. Pues escucha lo que dice Pablo: «Cuando digan paz, tranquilidad, entonces les llegará repentinamente la muerte». Las cosas humanas están sujetas a mil vicisitudes y cambios. No está la muerte en nuestro poder, pero la virtud está en nuestra mano y benigno es nuestro Señor Jesucristo.

6 de noviembre de 2011

LA VOZ DE LOS PADRES

TEXTOS PARA EL TIEMPO ORDINARIO
Domingo 32º del Tiempo Ordinario (Año A)

San Basilio de Cesarea, Carta de consuelo, 101
Todo está dirigido por la bondad del Señor. Nada de lo que nos ocurre tendría que ser recibido como una aflicción, aunque alcance actualmente a nuestra debilidad. En efecto, aunque ignoremos los motivos por los que cada cosa de las que nos suceden nos sea presentada como buena por el Señor, debemos estar persuadidos de que de todas formas lo que ocurre es útil, sea para nosotros como recompensa de nuestra paciencia, o para el alma que ha sido tomada: habiéndose demorado mucho tiempo en esta vida se habría llenado del mal que tiene derecho de ciudadanía en el mundo. Si pues la esperanza de los cristianos estuviera limitada a esta vida, con razón se consideraría penoso la prematura separación del cuerpo, pero si el comienzo de la verdadera vida para los que viven según Dios es que el alma se libere de las ataduras corporales, ¿por qué nos afligimos “como los que no tienen esperanza”? Anímate y no sucumbas a los padecimientos, antes al contrario muestra que los dominas y los superas.

LA CARTA DEL ABAD

Querida Mª Luisa,

Recibí tu carta, como siempre llena de entusiasmo. Una carta escrita a mano que lleva siempre el mejor sabor del corazón. Tu corazón vibra, y a la vez vibra tu mano deslizándola con gozo a través de la blancura inmaculada del papel. Pero además hay otros motivos de gozo en tu escrito: «Doy muchas gracias a Dios por el don de la consagración religiosa contemplativa, por la vida de comunidad fraterna. Sabes que soy muy sensible y me cuesta renunciar, morir y entregarme totalmente al servicio de mis hermanas, aceptando a cada una como es. Sufro y procuro meterme pronto en la “celda interior”, amando al Amor. La Lectio me ayuda mucho. Son momentos de mucha intimidad con Jesús, y esto me produce paz y agradecimiento y, como no, gozo espiritual. Estoy en la etapa final de mi vida y he hecho la ofrenda a Dios de todo lo que pueda ocurrir en los años que Él quiera darme de vida. Estoy en sus manos».

Muchas gracias por este testimonio tan precioso, que también para mí es un verdadero estímulo para amar más mi vida religiosa, para renovar también mis esfuerzos en la búsqueda de Dios, que es, creo yo, la tarea más importante y más apasionante de una vida religiosa. Por otro lado creo que este extenso escrito de tu carta pone de relieve que permaneces en el esfuerzo de mantener encendida la lámpara en la espera del Señor. Estamos en la etapa final de la vida. Sí. Pero renovarse día a día en la consagración a Dios; cuidar la sensibilidad en la escucha de la Palabra del Señor, y en la relación con las hermanas de comunidad, es el «a,b,c» de la vida religiosa. Es estar esperando al Esposo con una buena reserva de aceite para la lámpara.

No es fácil hoy, y creo que nunca lo fue, la vida en una comunidad. Esto aparece hoy muy claro mirando a la sociedad. La comunidad familiar pasa por vivir graves problemas de relación y de convivencia: la relación entre los esposos, la de los padres con los hijos… en fin toda relación en un grupo humano sea de muchos o de pocos miembros. Es fácil ver esta problemática cuando se contempla tanta rotura y separación en las relaciones. Se puede pensar, y creo que muchos lo piensan, que en una comunidad religiosa es más fácil; que lo difícil es levantarse muy temprano, o vivir en clausura, o llevar una vida sobria en comidas u ocio… Pero no es así. Lo más difícil es llevar una vida seria, con una riqueza humana y espiritual en la vida comunitaria. Y si se considera que el sentido de la vida religiosa es buscar a Otro, es la búsqueda de Dios, en el seno de la comunidad, todavía se hace más patente lo principal y fundamental que es, por encima de todo lo demás, tener habitualmente una buena vivencia comunitaria, que es por donde debe pasar la búsqueda de Dios.

Esta es una sabiduría que se necesita hoy de manera especial. Una sabiduría que está a nuestro alcance, pero que también se nos exige desearla, buscarla, ejercitarnos en ella; nunca será algo que se nos impondrá desde fuera. Es un don, pero también se tiene que merecer, se tiene buscar, tengo que hacer un esfuerzo para que de alguna manera ilumine mis pasos.

Sor Luisa, muchas gracias por tu bello testimonio. Muy apropiado para quienes estamos en este mismo camino de consagración religiosa, pero también, por supuesto para quienes no lo están, pero que sin embargo les puede hacer mucho bien tomar nota de esos apunte preciosos de tu carta. Un abrazo,

+ P. Abad

2 de noviembre de 2011

CONMEMORACIÓN DE TODOS LOS FIELES DIFUNTOS

Homilía predicada por el P. José Alegre, abad de Poblet
Is 25,6.7-9; Salm 26; 1Tes 4,13-18; Jn 11,17-27

«La obra de amor, que consiste en recordar a un difunto, es la obra de amor más desinteresada, más libre y más fiel de todas, escribe Kierkeegaard. La más desinteresada porque el difunto no puede corresponder al elogio, ni devolver lo que se le hace». Por eso dice el libro de los Macabeos: «Es una idea piadosa y santa rezar por los difuntos para sean liberados del pecado». «Es un rezo por nuestros "parientes de la tierra"» dice también Kierkeegaard. Todos volvemos a la tierra. Todos somos tierra, polvo, como se nos recuerda el Miércoles de Ceniza, y que fácilmente olvidamos.

Este punto nos vuelve a recordar la sabiduría de la Regla cuando nos propone los 12 grados de la humildad. La humildad es la palabra relacionada con el humus. Es rebajarse hasta lo que somos: humus, tierra. Así empieza nuestro camino en esta tierra.

Pero necesitamos luz para el camino. Es la luz que proclama el salmo: «El Señor es mi luz y mi salvación. El Señor es la defensa de mi vida». El es quien primero hace el camino con la luz de la verdadera sabiduría, hecho hombre, humillado, hasta la nada, para ser después glorificado. Por eso podrá decir a Marta: «Yo soy la resurrección y la vida. Los que creen mí, aunque mueran vivirán, y los que viven y creen en mí no morirán».

Porque creer en Cristo, es obrar como él obro, vivir como él vivió; para esto desde la cima de su humillación, y antes de su glorificación, entrega su Espíritu, el Espíritu que será derramado sobre toda carne. El Espíritu que nos da sabiduría y fuerza para hacer el camino de esta vida desde el humus, desde la tierra humilde, desde una humillación que es moderar los deseos como el niño en el regazo de la madre. Y esto es morir, porque decidme si no es morir, vivir los grados de humildad de la regla, sobre todo el 6 y el 7, que acaba con la palabra: «me ha hecho bien que me haya humillado; así he aprendido tus mandamientos».

Y el primer mandamiento es el del amor. El amor que es la manifestación de toda la vida de Jesús, revelación del Padre que es Amor. «Solo la vida de este amor que se humilla puede mostrar la verdad de nuestra fe en la resurrección como decimos en la oración colecta de hoy». Pero la verdad de esta fe es al mismo tiempo vida, es ir experimentando en este camino de la vida la transformación de nuestro ser: ir elevándonos desde nuestra humillación, pero apoyados y envueltos en la fuerza de amor que nos viene de Dios. Solo quien va teniendo esta experiencia en su vida de un cambio profundo en su ser tiene verdadera fe, una fe viva en la resurrección de todos los hombres, porque la va experimentado en las dificultades, en los obstáculos que encuentra y va venciendo desde la postración en el humus, desde el polvo, hasta la elevación a una nueva criatura. Y la firme esperanza de subir a la Montaña, donde el Señor prepara el banquete para todos los pueblos.

Para este camino nos ha dado su Espíritu. «El Señor nos ilumina y nos salva». Por eso puede escribir Orígenes: «El alma que posee la luz de Dios comienza por mirar a su Salvador, y entonces, intrépido, contra no importa quien, hombre o diablo, combate, teniendo a Cristo a su lado».

Celebrar la Eucaristía por todos los difuntos es para nosotros la oportunidad de incorporarnos al banquete mesiánico; el banquete al que van entrando los difuntos. El Banquete de la Belleza. «El banquete, donde ya no hay duelo, ni lágrimas, ni oprobios, ni humillaciones. El banquete de la alegría».

El banquete es el espacio donde más cercanos estamos de los dos polos: la humillación y la gloria. La Eucaristía es el tiempo donde se nos la oportunidad de contemplar la humillación y la glorificación. La Eucaristía es el Banquete de la Belleza.

Nosotros somos humildes, queramos o no. Nuestra condición humana es frágil. Lo sepamos o no, lo queramos o no, los grados de la humildad de la Regla son la verdad. La verdad que contemplamos en Cristo en este Misterio de su vida muerte y Resurrección. De humillación y de glorificación.

Nosotros debemos entrar en ella desde nuestra condición humana, desde nuestra pobreza, desde nuestro barro, y dejar que nos agarre el Misterio, y dejar que la fuerza de este Misterio llene toda nuestra existencia. De esta forma crecerá nuestra esperanza de sumarnos un día al Banquete de la Belleza.

Escribe Juan Pablo II en su Carta a los Artistas: «Porque la belleza es la clave del misterio y llamada a lo trascendente. Es una invitación a gustar la vida y a soñar el futuro. La belleza de las cosas creadas no puede saciar del todo y suscita la arcana nostalgia de Dios».

Gustar la vida, inmersos en nuestra condición frágil, de barro, pero soñando con el futuro, el verdadero Banquete de la Belleza, sin velos, ni oprobios. El salmista dice que solo pide una cosa al Señor, y eso busca: «habitar en la casa del Señor toda la vida, contemplando su belleza». Nosotros, hoy pedimos dos en una: esta contemplación de la Belleza para los hermanos que nos dejaron, y la misma contemplación para quienes estamos caminando.

1 de noviembre de 2011

TODOS LOS SANTOS

Homilía predicada por el P. José Alegre, abad de Poblet
Apoc 7,2-4.9-14; Salm 23,1-6; 1Jn 3,1-3; Mt 5,1-12

Me decía alguien: «la vida es un salmo». Y me pregunto: ¿y qué es un salmo? Y me encuentro con respuestas diversas y llenas de belleza: «Los salmos son poemas, poemas con un significado. Las palabras de un poema no son meramente signos y conceptos, sino que es rico asociaciones afectivas y espirituales». (Merton) «El libro de los salmos es como un árbol que plantado junto a la corriente da fruto en su sazón. La corriente es el río de la vida y el río de la historia. De la vida humana y de la historia chupa el árbol su savia» (L.A. Schökel). «Los salmos son diálogo más que monólogo, encuentro antes que réplica, porque Dios habla también en los salmos, y más todavía cuando guarda silencio».

Los hombres y mujeres que hablan en los salmos se dirigen a un Dios que no garantiza la felicidad y la salvación automática; cuestionan saberes y poderes de nuestra vida humana; hechos de preguntas y respuestas, alabanzas y acusaciones, promesas y arrepentimientos, deseos y quejas, en el marco de un diálogo, una conversación entre Dios y el hombre, entre un yo y un Tú.

En esta fiesta de Todos los Santos la liturgia nos ofrece el salmo 23 para vivir ese diálogo con Dios. Es una buena pedagogía religiosa para enseñarnos que no hay religión sin un encuentro cultual con Dios y sin una rectitud moral.

«¿Quién puede subir al monte del Señor? ¿quién puede estar en el recinto sacro?» La respuesta tiene un nombre: Cristo. El hombre de manos inocentes y puro corazón, que pasó entre los hombres con la bendición de Dios. Pero aprovechó su paso entre nosotros para darnos el programa que necesitamos para subir al monte del Señor y permanecer en el recinto sacro.

Y este programa, esta lección son las Bienaventuranzas, el Sermón de la Montaña. Quienes redactaron el texto de este Sermón tenían ante sus ojos los comportamientos en la vida y en la muerte del Crucificado y del Resucitado. El Sermón de la Montaña es una propuesta límite, valida para nosotros en la concreción de las Bienaventuranzas, y que nos muestra hacia donde debe tender el discípulo, de acuerdo a lo peculiar del estado de cada uno en la vida.

San Bernardo les dice a los monjes: «No dudo que la lectura del Evangelio y el sermón del Señor os ha enseñado mejor que nadie como imitar a los santos. Tenéis ante vuestros ojos la escalera por la que ha subido el coro de los santos a quienes hoy festejamos».

Las bienaventuranzas nos hablan de Cristo, de que él con su vida y muerte nos ha traído y nos ofrece esta nueva sabiduría, esta nueva justicia del Reino. Cristo es quien realiza y quien vive este Sermón. Él es el verdadero bienaventurado. Y las Bienaventuranzas son su retrato. Si son un retrato no tiene sentido afirmar que son una utopía admirable, pero no realizable. Cristo primero las vivió y luego las propuso. El cristianismo mira primero la persona de Jesús, y desde él y con él intenta llevar a cabo en este mundo su proyecto.

Pero a lo largo de la historia ha habido cristianos que han encarnado su proyecto en su vida, y que han subido al monte del Señor y que permanecen en el recinto sacro. Y hoy sigue habiendo cristianos que contemplan a este Cristo y meditan sus palabras, la enseñanza de su vida, su muerte y su pasión, y que van haciendo este camino hacia la cumbre del monte.

A este respeto creo que es luminosa la enseñanza de san Bernardo, cuando escribe: «Hoy es fiesta para nosotros. Una de las más solemnes. Celebramos a todos los Santos juntos, los del cielo y los de la tierra. Honramos a todos en común aunque no con la misma intensidad. Lo cual es comprensible, ya que su grado de santidad no es idéntico. Cada uno encarna la santidad según su personalidad. Hay pues diversos matices en el uso y en la vivencia de la palabra santidad: unos son santos porque ya la poseen plenamente, y otros porque están predestinados a ella. La santidad en estos últimos está oculta en Dios; es algo misterios y se celebra en la penumbra del misterio».

Es lo que enseña san Juan: «ahora somos hijos de Dios y aún no se ha manifestado lo que seremos, cuando se manifieste seremos semejantes a él, porque le veremos tal cual es». Mientras, es necesario caminar para subir al monte del Señor. Pero si queremos hacer progresos en el camino no podemos olvidar la enseñanza de la Regla de San Benito: «No anteponer nada al amor de Cristo».