10 de febrero de 2013

LA CARTA DEL ABAD

Querida Noelia:

Repasando las lecturas de la Eucaristía del próximo domingo he pensado en ti. Leía la escena evangélica en la que Jesús le pide a Pedro que eche las redes para pescar, después de una noche sin coger nada. La redada de peces es tal que reventaba las redes. Lo profundamente significativo es el asombro que se apodera de Pedro: «¡Apártate de mí, Señor, que soy un pecador!... Y dejándolo todo le siguieron…»

Es la percepción de lo sagrado. Pedro vive una experiencia que le lleva más allá de sí mismo. Algo, fuera de nosotros, en ocasiones, nos fascina, nos asombra, como a Pedro, a la vez que nos despierta temor, que nos aleja. Al final se impone la fascinación, el asombro, que nos seduce. Se descubre la propia indignidad, y la pequeñez, pero sin anular nuestra capacidad de dar una respuesta: «Aquí estoy, mándame. Yo te sigo…»

Pensaba en ti porque recordaba tu relato de vestición: « … lo que más me emocionó fue cuando cantaron el salmo 132: “ved qué dulzura, qué delicia, convivir los hermanos unidos”. Lo que causó escalofríos fue cuando me vistieron; ese momento místico para mí, donde mi alma flotaba, porque era consciente de que estaba siendo contemplada por los cielos y todo cuanto vive en ellos. En ningún momento me sentí sola…»

Es el sentimiento fascinante de lo sagrado que te envuelve, que te arrebata… Son momentos que llegamos a vivir a lo largo de nuestra vida en situaciones diversas: en una vestición como la tuya, cuando uno se siente llamado a una consagración religiosa, en un momento de oración, en una experiencia de la naturaleza…

Son experiencias profundas. Interesantes, de gran valor, que nos dejan una huella. Pero no son una última palabra. Porque la vida continúa, y la vida nunca llega a ser un éxtasis permanente; la experiencia de lo sagrado nos deja huella, pero no llega a neutralizar la variedad de circunstancias de lo más diverso que nos va trayendo la vida. La vida sigue, y más tarde nos llegan dudas, e incluso negaciones, un volver atrás… En el mismo evangelio, y con el mismo Pedro, podemos descubrir esto.

Toda persona tiene esta capacidad para lo sagrado, es un abismo abierto a otro abismo que le supera, le trasciende, por ello mismo será imposible erradicar de la vida humana la dimensión religiosa. Que puede desaparecer momentáneamente para volver a emerger.

Pero lo importante es aprovechar esos momentos, o quizás mejor, esa huella que nos dejan en nuestra vida, o en nuestro espacio interior, esos momentos de asombro, de fascinación, que no dependen de nosotros, sino de circunstancias externas a nuestra persona, pero sí que está en nosotros una actitud de abertura, de acogida, o incluso de contemplación, de la vida. Por ello escribe T. Merton: «No vivimos para vegetar día tras días hasta que morimos. La vida se curva hacia arriba hasta alcanzar una cima de intensidad, un punto de valores en el cual todas sus posibilidades latentes entran en acción, y la persona trasciende en el encuentro la respuesta y la comunión con el otro. Para eso venimos al mundo: para esta comunicación y autotrascendencia. No nos hacemos plenamente humanos hasta que nos damos nosotros mismos, unos a otros, en el amor… El significado de nuestra vida es un secreto que nos tiene que ser revelado en el amor, por el ser que amamos».

En este camino esos momentos de asombro, tuyo, de Pedro o quien sea, son momentos privilegiados que nos van dando luz para el camino. Un abrazo,

+ P. Abad