3 de febrero de 2013

LA CARTA DEL ABAD

Querido Ramón:

El próximo domingo podrás profundizar tus sentimientos con respecto al amor de Dios. Digo esto al hilo de lo que me dices en tu carta de cómo te perturba el gran amor de Dios: «Me encuentro delante de un panorama inmenso, espectacular. Quiero con locura a Jesucristo, hijo de la Virgen María, que me conduce al Padre, mediante su Espíritu. Este inmenso amor de Dios hacia nosotros, me perturba. Dios que se “mete” en este lío de la creación. No me cabe en la cabeza, y no encuentro otra explicación sino esa: “que no me cabe”. ¡Por mucho amor que pongas, parece imposible! ¿Cómo puede ser que nos haya querido tanto?»

Ramón, no lo parece, es imposible, llegar a penetrar y comprender el Misterio del Amor. Ahora bien este Misterio del Amor no ha permanecido escondido aunque nos sobrepase, sino que se nos ha revelado. Un Misterio que se ha revestido de nuestra naturaleza humana. Un Misterio que ha querido hablarnos en nuestra propia lengua humana, que ha querido convivir entre los humanos con la figura más sencilla, próxima y acogedora que podemos imaginar. Que ha abierto su corazón, y ha tendido sus manos a los hombres. Un Misterio de Amor que, en una versión humana, pone punto final a esta manifestación de amor entre nosotros, dando la vida que había tomado como suya. En una palabra, un Misterio de Amor que nos ha dejado una fotografía perfecta en las páginas del evangelio. Pues bien, a partir de aquí me pregunto: ¿Nos cabe en la cabeza el perfil del amor que nos ofrece la Carta de san Pablo a los Corintios, el domingo próximo?: «Si no tengo amor no soy nada. El amor es comprensivo, es servicial y no tiene envidia; el amor no presume ni se engríe; no es mal educado ni egoísta; no se irrita, no lleva cuentas del mal; no se alegra de la injusticia, sino que goza con la verdad. Disculpa sin límites, cree sin límites, espera sin límites, aguanta sin límites. El amor no pasa nunca».

Bien, pues esto vive Jesucristo, la revelación del amor de Dios. Y esto, precisamente, nos pide él que vivamos entre nosotros. Si nosotros somos creación suya, obra suya, hay que suponer que cuando nos manda vivir este amor, es que nos ha dado una capacidad de vivirlo.

Quizás tendríamos que vivir lo que nos expresa Ramón Llull en uno de sus textos del Libro del Amigo y del Amado: «Se juntaron muchos amantes para amar a un Amado que les colmaba a todos de amor; cada uno tenía como riqueza a su Amado y los pensamientos que venían de él, por los cuales eran capaces de pasar grandes tribulaciones».

Quizás a nosotros para llegar a hacer posible la vivencia de este amor necesitamos acercarnos los unos a los otros, a la hora de vivir el amor que a todos nos viene de la misma fuente; y es en esta proximidad cuando podemos y debemos estar dispuestos a poner en ejercicio todas esas condiciones que conlleva vivir un verdadero amor, o ponernos seriamente en el camino de introducirnos en la vivencia del Misterio del Amor, aunque nunca llegar a comprenderlo de modo exhaustivo, pues siempre nos desborda, y siempre nos atrae. O dicho con otras palabras: ser capaces de pasar grandes tribulaciones viviendo esos rasgos de amor en nuestra convivencia diaria.

Ramón, siempre nos quedará algo por amar, pero este amor hará emerger en nosotros la paz. Que nunca te falte esta paz en el corazón,

+ P. Abad