20 de agosto de 2010

SAN BERNARDO, ABAD

Homilía predicada por el P. José Alegre, abad de Poblet
Sab 7,7-10.15-16; Salm 62,2-9; Filp 3,17-4,1; Mt 5,13-19

Un estudioso de san Bernardo tuvo hace unos años una intervención sobre la biblioteca de Clairvaux en un Congreso sobre este santo cisterciense y hacía esta reflexión en torno a una Biblia utilizada por Bernardo: «Vosotros lo sabéis como yo, señores, san Bernardo ha consagrado la parte más grande de su vida a meditar este libro principal. Todos los márgenes de este libro, llevan en su blancura deslucida, las marcas irrecusables de estos prolongados trabajos. Pero es manifiesto que sobre algunas partes se ha detenido más tiempo, que han sido particularmente objeto de sus piadosas meditaciones durante años. He pensado que estas hojas tan manidas habían sido utilizadas más. He buscado, por ejemplo el Cántico de los cánticos, opúsculo que no ocupa en el manuscrito más que dos hojas y en los primeros capítulos del mismo, de los cuales el genio profundo del último de los Padres de la Iglesia, hizo 36 sermones. Os lo confieso he experimentado una viva emoción ante estas hojas ajadas, desgastadas, sin consistencia ya. Me pareció ver todavía allí la mano venerable de quien las utilizó. Y entonces yo digo: Esta Biblia es verdaderamente aquello que uso san Bernardo».
Este es el testimonio de alguien impresionado por la utilización que hacía san Bernardo de las Escrituras en el ejercicio de la Lectio Divina. Pero no menos impresionantes son sus propias palabras cuando encendido en el Amor que descubre en esas Escrituras se expresa así ante sus monjes: «Me duele mucho que algunos de vosotros se duerman profundamente durante las sagradas vigilias. Faltan a la reverencia debida a los conciudadanos del cielo, como cadáveres ante los príncipes de la gloria, mientras ellos, los conciudadanos del cielo, temo que un día abominen nuestra desidia y se retiren indignados… A los que se comportan así les digo: ¡maldito el que ejecuta con negligencia la obra de Dios!». (Jer 48,10) (Sermón 7,4, Sobre el Cantar)

E invita a la comunidad a realizar el Opus Dei con devoción y recogimiento, y nos exhorta: «Salmodiad sabiamente: como un manjar para la boca, así de sabroso es el salmo para el corazón. Sólo se requiere una cosa: que el alma fiel y sensata los mastique bien con los dientes de su inteligencia. No sea que por tragarlos enteros, sin triturarlos, se prive al paladar de su apetecible sabor, más dulce que la miel de un panal que destila. La miel se esconde en la cera y la devoción en la letra. Sin esta, la letra mata, cuando se traga sin el condimento del Espíritu. Pero si cantas llevado por el Espíritu, si salmodias con la mente también tú experimentarás la verdad de las palabras de Jesús: las palabras que os he dicho son espíritu y son vida. Y aquello que nos confía la Sabiduría: Mi espíritu es más dulce que la miel». (Sermón 7,5, Sobre el Cantar)

Así es como san Bernardo busca la Sabiduría y la tiene como luz como acabamos de escuchar en la primera de las lecturas. Una sabiduría que buscaba como la piedra más preciosa en la tierra de las Escrituras, o en la planta sagrada de la Palabra, como la abeja busca la miel. De aquí que se le dará el nombre de "Doctor Melifluo", debido al saber que tenía de "destilar" de la letra el sentido espiritual. ¡Qué impresión causará el vivir esta sabiduría que lleva a desearla más que a la salud y la belleza!

«Oh Sabiduría, tú, como buen médico has curado mi alma con el vino y el aceite! Tú has sido fuerte para mí, y dulce. Tu poder alcanza a todo el universo y lo ejerces dulcemente. Arrojas al enemigo, proteges al débil. Sáname mi Dios y seré sanado. Yo cantaré tus alabanzas. Confesaré tu nombre, y diré: Tu nombre es un perfume derramado (Cant 1,2). Perfume de bondad y de misericordia». (Salmo 102,4) (Sermón 16, sobre el Cantar)

Quizás necesitamos hacer nuestras estas palabras de Bernardo que nos haga desear esa sabiduría. Esas palabras y su misma actitud ante la Palabra de Dios. Buscar la miel en la cera y la devoción en la letra. Yo creo que por eso mismo la Iglesia nos ofrece en esta fiesta estas palabras de Pablo que Bernardo hizo suyas, pero que también nosotros tenemos necesidad de hacerlas vida nuestra: «Seguid mi ejemplo y tened siempre delante a los que proceden según el modelo que tenéis en nosotros».

Solamente con esta sabiduría que vivé de manera singular y ejemplar Bernardo seremos como monjes lo que tenemos que ser, en estos tiempos: sal de la tierra, poner buen sabor en esta tierra. Y ser luz, luz que alumbre la oscuridad de nuestra sociedad, donde es necesario encender muchas luces. Es el sabor y la luz que pone la Cruz de Cristo.

No ser fieles a esta sabiduría de la palabra es proceder como enemigos de la Cruz del Mesías…

Nosotros, podemos tener razones, muchas razones para dar una explicación de nuestra pobre vida de fe, o de nuestra pobre vida monástica. E incluso las oportunas justificaciones de nuestro proceder. Pero la Cruz tiene poco que ver con nuestras pobres razones humanas. La cruz es locura y necedad.

¿Estás en este camino de locura y de hacerte necio?

En todo caso toma estas palabras de san Bernardo y haz, hoy de ellas tu oración: «Arrástrame tras tus pasos, nosotros corremos al olor de tus perfumes (Ct 1,2). No dice solamente "arrástrame", sino "detrás de ti", que significa que desea seguir sus pasos, su ejemplo, imitar sus virtudes, adoptar su regla de vida. Yo tengo necesidad de ser arrastrado, pues la llama de Tu amor se ha debilitado poco a poco. No somos capaces de correr como lo hacíamos antes. Corremos cuando nos devuelves la alegría de tu salvación, cuando vuelve el buen tiempo de la gracia». (Sermón 21, Sobre el Cantar)

Ahora, hoy, precisamente en esta gran fiesta cisterciense es un tiempo de gracia…