8 de agosto de 2010

DOMINGO XIX DEL TIEMPO ORDINARIO (C)

LA BELLEZA DE LA PALABRA DE DIOS EN LA HOMILÍA
Sab 18,6-9; Salm 32,1.12.18-20.22; Hebr 11,1-2.8-19; Lc 12,32-48

Reflexión: La fe

La fe es seguridad de lo que se espera y prueba de lo que no se ve... El Dios invisible habla a los hombres, movido por su gran amor y les invita a responder, a comunicarse con Él. La respuesta a esta invitación es la fe. Por la fe el hombre somete su inteligencia y su voluntad a Dios. Da su asentimiento con todo su ser, toda su persona al Dios que revela. Este asentimiento es la "obediencia de la fe". Una obediencia que es un sometimiento libre a la palabra escuchada. Son muchos los ejemplos que tenemos en las Escrituras de esta obediencia a la Palabra de Dios. Como ejemplos más significativos podríamos citar a Abraham, llamado "nuestro padre en la fe", y la Virgen María, como la realización más perfecta de esta obediencia de la fe. (cf. Catecismo de la Iglesia Católica, n. 142 y ss.)

La fe viene a constituir una relación personal del hombre con Dios; una relación en la que se implica toda la persona, con todas sus facultades, y no tan solo intelectual o emocional…

Escribe Tomás Merton: «Dios no puede ser comprendido sino por Sí mismo. Si hemos de comprenderlo, únicamente podemos hacerlo siendo de algún modo transformados por Él, de modo que le conozcamos como Él se conoce. Y Él no se conoce por medio de ninguna representación de Sí mismo. Su propio Ser infinito es su propio conocimiento de Sí mismo, y no lo conocemos como Él se conoce hasta que estemos unidos a lo que es Él. La fe es el primer paso en esta transformación, porque es un conocimiento que conoce sin imágenes, ni representación, mediante una identificación con el Dios vivo en la oscuridad».

Palabra

«Aquella noche que les anunció de antemano». Es la Noche de castigo para los egipcios, y de libertad y salvación para el pueblo hebreo. Subraya la lectura primera la importancia de aquella Noche, primera Pascua, y anunció de lo que vendrá después como Pascua definitiva, con la Resurrección de Cristo. Pascua que celebramos en cada Eucaristía, pero de un modo especial el domingo, primer día de la semana, día de la Resurrección.

«Por la fe son recordados los antiguos». La lectura hace un recuerdo de hombres ejemplares por su fe en el Antiguo Testamento. Es como una gran alabanza a aquellos que se fiaron de Dios, y tuvieron, y siguen teniendo, un protagonismo en la Historia de la salvación. La fe nos es presentada como la elección entre dos alternativas que nos ofrece la vida: desde la fe o desde nosotros mismos. Desde la fe se entiende como un camino de peregrinación hacia una patria mejor, con la seguridad de algo que nos espera. Desde nosotros mismos se entiende como una concepción materialista, basada en una suficiencia humana.

«Vended vuestros bienes y dad limosna». Esto nos pide estar abiertos a una confianza que nos conduce hacia el Reino y a compartir los bienes con los otros, con quienes lo necesitan. Y hoy un signo de los tiempos es la llamada a la solidaridad, a un compartir con quienes están en la indigencia.

«ened encendidas las lámparas». Jesús nos llama al a vigilancia en la utilización de los bienes y en el compartir con los necesitados. Esta fue la fuerza testimonial de la primera comunidad cristiana, que despertaba a admiración, y era una verdadera llamada a acrecentar el número de los discípulos del Señor resucitado.

Sabiduría sobre la Palabra

«Dulce Señor mío, vuelve generosamente tus ojos misericordiosos hacia este pueblo, al mismo tiempo que hacia el Cuerpo Místico de tu Iglesia, porque será mucho mayor tu gloria si te apiadas de la inmensa multitud de tus criaturas que si sólo te compadeces de mí, miserable, que tanto ofendía a tu majestad. Nosotros somos tu imagen, y Tú eres la nuestra, gracias a la unión que realizaste en el hombre al ocultar tu eterna deidad bajo la miserable nube e infecta masa de Adán. Y esto ¿por qué? No por otra causa que tu inefable amor. Por este inmenso amor es por el que suplico humildemente a tu majestad con todas las fuerzas de mi alma, que te apiades con toda la generosidad de tus miserables criaturas». (Santa Catalina de Siena, Diálogo de la Divina Providencia)

«Desde el momento en que un cristiano abandona las lágrimas, el dolor de sus pecados y la mortificación, podemos decir que ha desaparecido de él la religión. Para conservar en nosotros la fe, es preciso que estemos siempre ocupados en combatir nuestras inclinaciones y en llorar nuestras miserias». (Santo Cura de Ars, Sermón sobre la penitencia)