1 de abril de 2012

LA CARTA DEL ABAD

Querido Francisco:

He de comunicarte que, a pesar de que ya hace unos días que me pediste poder pasar los días de Semana Santa en el Monasterio, no es posible. La Hospedería interior, que es muy limitada, está ya completa para estos días. En los últimos años va creciendo el número de personas que optan por pasar estos días santos en monasterios, en los cuales tienen lugar celebraciones fundamentales para nuestra vida de fe.

Veo muy positivo este deseo de muchos creyentes de celebrar y vivir estos días en un clima de paz, de recogimiento, con un ambiente de celebraciones cuidadas, que nos ayudan a centrar nuestra vida en el Misterio del amor de Dios.

En este sentido, para mucha gente ha cambiado mucho el horizonte. Yo recuerdo que en mi adolescencia, un año pasaba estos días en Jaca con mi familia. Y llegué a preguntar a un sacerdote si era obligación asistir a los oficios. La respuesta del sacerdote fue la adecuada: «Mira, estos días celebramos lo más importante y significativo para un cristiano, no es cosa de obligación o no; es cuestión de amor y de fe» me vino a decir más o menos.

Yo he vivido con cierta frecuencia en la Parroquia, la experiencia de fieles que asistían a una boda el sábado por la mañana o por la tarde, o en algún tipo de circunstancias similares, y que preguntaban: «Esta Misa vale para mañana», como quien necesita un ticket para evitarnos algo, o tranquilizar la conciencia.

Sucede que hemos estado practicando la «pedagogía del miedo», y todavía, desgraciadamente, no se ha abandonado esta «pedagogía». Aquí, recuerdo una enseñanza de san Juan que todavía no hemos aprendido: «No cabe miedo en el amor, el amor pleno expulsa el miedo, quien tiene miedo no ha alcanzado la plenitud del amor» (1Jn 4,18).

¿Cómo puede haber un mandamiento que me obligue a celebrar el amor, cuando yo estoy hecho para el amor?, ¿cómo puede haber un obligación en aquello que da sentido a mi vida, y hacia lo que está inclinado mi corazón?

Yo celebro la eucaristía, yo hago mi tiempo de oración cada día porque en ello encuentro luz para mi vida; porque necesito vivir cada día la experiencia de esa palabra de vida y de fuego bajando hasta lo profundo de mi corazón para dilatarlo, y así respirar con fruición. Nuestra «pedagogía» debe ser la «pedagogía del amor», hemos de estrujarnos más la cabeza, y sobre todo la vida, para llegar a transmitir, a enseñar, el amor con el amor; pues aquí está la fuente que nos puede proporcionar el agua que sacia nuestra sed.

La Iglesia, ya desde los primeros años del nacimiento del Cristianismo, celebraba en sus comunidades este Misterio del amor de Dios, y, percibiendo lo trascendental que es celebrar este amor para la vida de fe de los creyentes, vino a establecer esa celebración de la Eucaristía a lo largo de tres días, el Triduo Pascual, del Jueves, Viernes y Sábado Santo, para facilitar mediante unas celebraciones más pausadas, más amplias en el tiempo, con una atención más cuidada de los ritos, que el corazón del creyente tenga más a su alcance la contemplación, la meditación, la vivencia del amor de Dios que se adelanta a decirnos su amor, a nosotros, sus hijos, que tenemos el corazón configurado, precisamente para vivir ese amor.

Francisco, celebro esta inquietud tuya de cara a los próximos días santos, y te deseo que puedas disponer de un tiempo y un espacio que te permitan vivirlos con profundidad. Un abrazo,

+ P. Abad