8 de abril de 2012

DOMINGO DE PASCUA DE LA RESURRECCIÓN DEL SEÑOR

VIGILIA PASCUAL EN LA NOCHE SANTA (Año B)

Homilía predicada por el P. José Alegre, abad de Poblet

Celebramos la belleza de la noche. La Noche Pascual. «La oscuridad está llena de belleza, fuerza y luz». La oscuridad de la noche, quizás la oscuridad de tu noche, te invita a adentrarte en la belleza de esta Noche Santa; una Noche que habla de la verdadera libertad, la liberación de la muerte, una Noche que habla de la belleza, de la vida y de la luz. Una Noche que invita a la alegría, como no encontramos ninguna otra noche.

La primera palabra del Pregón Pascual es ya invitación a la alegría. Invitación que se repite con frecuencia, contemplando la victoria del Rey eterno, en una noche que se viste de luz, para desvanecer nuestra oscuridad. De la oscuridad nace la belleza, la fuerza y la luz definitiva como la victoria definitiva sobre la muerte y la tiniebla. Es una Noche única, porque es la belleza de la unión de lo divino con lo humano.
Es la victoria definitiva de la belleza, porque es la victoria del amor llevado hasta el extremo.

La breve Historia de la salvación que se acaba de proclamar en las lecturas, no viene sino a resumir este amor de Dios por el hombre. Un amor que empieza por la creación de todas las cosas y sobre todo de la criatura humana. El amor de Dios que se derrama en una obra de belleza y de luz, de bondad. Dios todo lo hace bueno y muy bueno.

Y cuando la criatura humana no acierta a corresponder a este amor, y vuelve la espalda a su Creador, éste, como dice el poeta, «en su amor furioso le persigue, le acosa con ahínco y acorrala sin dejarle vivir». Es lo que nos muestran, brevemente, las lecturas proclamadas, que culminan con la muerte y la resurrección de nuestro Dios, revestido de nuestra naturaleza. Para poner en el interior del hombre un corazón nuevo para llevarnos a una vida nueva. Cristo ya no muere más, su vivir es un vivir para Dios. Así nosotros, con el espíritu del Resucitado debemos vivir para Dios.

Nuestros esfuerzos, penas, trabajos y sufrimientos por un mundo más humano y una vida más dichosa para todos, vividos bajo la fuerza e inspiración de Cristo resucitado tienen un sentido. Estar cerca de los que sufren, de los más desvalidos, de los indefensos… es seguir los pasos de Jesús; no es por tanto algo absurdo. Es garantizar el sentido profundo de nuestra existencia. Es caminar hacia el Misterio de un Dios que resucitará para siempre nuestras vidas.

Seguir al crucificado hasta compartir con él la resurrección es, en definitiva, aprender cada día a «dar la vida», el tiempo, nuestras fuerzas y tal vez nuestra salud, por amor. No nos faltarán heridas, cansancio y fatigas. Pero a través de esas heridas, cansancio y fatigas vivimos la experiencia del nacimiento del hombre nuevo.

Una esperanza nos sostiene: Un día «Dios enjugará las lágrimas de nuestros ojos, y no habrá ya muerte ni habrá llanto, ni gritos ni fatigas porque todo este mundo viejo habrá pasado». Pero si vamos dando la vida con amor, este mundo ya va pasando, y va naciendo el hombre nuevo, y si vamos dando a luz este hombre nuevo el canto del Aleluya pascual que nos nacerá del corazón será vibrante, auténtico. Dios ha derramado el Espíritu de Cristo sobre toda carne, sobre todos y cada uno de nosotros para hacer de nuestra vida un canto nuevo. El Aleluya pascual siempre nuevo.