15 de abril de 2012

LA CARTA DEL ABAD

Querido Miguel:

Muy agradecido a tu larga carta, donde me cuentas un poco de tu vida, después de muchos años sin tener noticias tuyas. Sigues con una fe viva y comprometida en tu ambiente, nada fácil como sugieres en alguno de sus párrafos: «En medio de labor intensa siento en mis carnes una sensación —meramente humana que Dios se encargará de hacer fructificar— de esterilidad, de no amar, de dificultad máxima de abordar a las personas, de trato con la gente, de cuasi soledad (¡qué difícil es que alguien se quiera comprometer!) que me embarga lo indecible».

Sucede que vivimos tiempos duros, difíciles para la vida de fe. Un teólogo escribe: «El camino del hombre ha desembocado y sigue desembocando en la fe porque en el rostro de Jesucristo ha resplandecido la gloria del Eterno, al que el hombre busca desde su raíz, porque tiene necesidad de sentido, de fundamento y de cobijo. El Eterno se ha manifestado en nuestra historia y se nos ha entregado como Amor. El amor es digno de fe. El amor absoluto se ha acreditado muriendo por mí y ha merecido mi adhesión absoluta» (Olegario G. de Cardedal).

Los hombres han respondido a Dios creyendo en Cristo. Yo creo en Ti. Pero a lo largo de la historia descubrimos que esta respuesta supone hacer un trayecto; desde las dificultades que tuvieron al principio los mismos Apóstoles, como podemos comprobar en los relatos evangélicos de las apariciones de Jesús después de resucitado, hasta las dificultades que tienen hoy muchos que querrían creer y no creen, o incluso quienes se cierran a esta fe. No es fácil el camino. Pero en cualquier caso no debemos olvidar que siempre es un camino.

«Solo el amor es digno de fe». Es también el título de un pequeño libro del teólogo Hans Urs von Balthasar. Solo el amor, porque es lo único que nos garantiza el todo de la realidad de Dios y del mundo, sin confusión y separación. Pero el amor, en la experiencia humana se contempla bajo muchos y diversos matices. Y en este amor no siempre llegamos al amor de Dios, como amor crucificado, donde todo se quema y purifica, y donde podemos abarcar todo y recuperar todo extendiéndonos hasta el infinito. El amor es una fuerza y una sabiduría del que tiene necesidad la persona humana, para mantener el ritmo del camino.

Miguel, tu me hablas de esta dificultad, pero también de «la confianza en que Dios hará fructificar tu trabajo», tu servicio de fe. Esto me recuerda el asombro de Romano Guardini al descubrir que «la misión que tenemos en la vida es la de abrir espacios en el mundo de los hombres al Dios de la verdad, que es el Dios de la luz».

Y creo que esto nos exige primero, a cada uno de nosotros creyentes, de abrir espacios a Dios en nuestro corazón, en todo el ámbito de nuestra existencia. Ello supone, primero una exigencia de escucha y de contemplación del amor en su reflejo más fiel e inequívoco para mí: la Palabra, y la persona de Jesucristo, sus gestos, sus enseñanzas… Yo creo que esto es primordial para todo aquel que quiere ser testigo del Amor. No es hablar del Amor. Es contemplar el Amor, dejar que este Amor nos abrace, y dejar fluir como de una fuente este Amor, quizás con pocas palabras, pero con mucho amor, abierto a todas las realidades ajenas a mi, que en principio son distintas, distantes, externas y extrañas, pero que pueden llegar a ser íntimas, sin dejar de ser distintas.

Miguel, vive tu fe con mucho amor, y que tu amor sea el buen candelabro de tu fe. Un abrazo,

+ P. Abad