10 de abril de 2012

LECTIO DIVINA

Salmo 26 [27]

1 El Señor es mi luz y mi salvación, ¿a quién temeré?
El Señor es la defensa de mi vida, ¿quién me hará temblar?
2 Cuando me asaltan los malvados para devorar mi carne,
ellos, enemigos y adversarios, tropiezan y caen.
3 Si un ejército acampa contra mí, mi corazón no tiembla;
si me declaran la guerra, me siento tranquilo.
4 Una cosa pido al Señor, eso buscaré:
habitar en la casa del Señor por los días de mi vida;
gozar de la dulzura del Señor, contemplando su templo.
5 El me protegerá en su tienda el día del peligro;
me esconderá en lo escondido de su morada,
me alzará sobre la roca;
6 y así levantaré la cabeza sobre el enemigo que me cerca;
en su tienda sacrificaré sacrificios de aclamación:
cantaré y tocaré para el Señor.

7 Escúchame, Señor, que te llamo; ten piedad, respóndeme.
8 Oigo en mi corazón: “Buscad mi rostro.”
9 Tu rostro buscaré, Señor, no me escondas tu rostro.
No rechaces con ira a tu siervo, que tú eres mi auxilio;
no me deseches, no me abandones, Dios de mi salvación.
10 Si mi padre y mi madre me abandonan,
el Señor me recogerá.
11 Señor, enséñame tu camino, guíame por la senda llana,
porque tengo enemigos.
12 No me entregues a la saña de mi adversario,
porque se levantan contra mí testigos falsos,
que respiran violencia.
13 Espero gozar de la dicha del Señor en el país de la vida.

14 Espera en el Señor, sé valiente,
ten animo, espera en el Señor.

Ideas generales

Este salmo tiene dos partes: La primera nos habla de certeza y confianza en el Señor. (v. 1-6). Se sirve de imágenes relacionadas con el ámbito militar para expresar lo que siente: «Su Señor es una fortaleza», «sus enemigos, como un ejército». También se compara a los enemigos con animales salvajes. El salmista manifiesta su deseo habitar para siempre en el templo del Señor («casa», «cabaña», «tienda»).

La segunda (v. 7-13) de súplica y lamentación, nacida de la confianza. Los verbos en imperativo muestran una súplica individual Confianza triunfante y confianza suplicante. El núcleo o la columna vertebral del salmo es la confianza. Las expresiones son de confianza individual…

La conclusión (v. 14) es una invitación a la confianza. Debe ser un sacerdote el que habla dirigiéndose al fiel.

El salmista se arma primero de confianza para superar todos los obstáculos y miedos; después aborda la súplica, pues ¿qué sentido puede tener nuestra súplica si antes no confiamos plenamente en Dios? Debemos pedir primero la confianza en Él.

La confianza se desdobla en tres situaciones:

a) situación bélica, que podría ser internacional o guerra civil;
b) situación familiar, el abandono paterno;
c) situación social, un juicio amañado

Queda el MIEDO. Porque la confianza, por encima de todo, no tiene que vencer enemigos ni rebatir calumnias; tiene que vencer el MIEDO, el gran enemigo interior.

Es significativa la triple aparición de la palabra «corazón». (v. 3. 8 y 14)

El salmista no quiere ir a Dios por los caminos de la razón. «El corazón tiene razones que la razón no comprende» (Pascal).

Por este camino espera la confianza vencer al miedo. Porque el orante tiene miedo. El miedo anida en su espíritu y aflora a la conciencia; no es posible reprimirlo del todo.

Leer

Hacer una lectura como un primer contacto personal con los sentimientos del salmo. Volver sobre las ideas generales del Salmo. Realizar una nueva lectura que te permita sintonizar tu vida con alguna de las expresiones o situaciones del salmo.

Meditar

v. 1. El Señor es mi luz, mi salvación, mi defensa… La relación de la luz con Dios es frecuente… Podríamos recordar la luz cósmica, manto de Dios (Sal 104,2), luz que ilumina a los hombres (Sal 36,10), resplandor del rostro divino (Sal 89,16). El gran poema a la luz de Isaías (Is 60,19-22): «El Señor será tu luz perpetua». En este salmo la luz es símbolo de la vida. En la Biblia la primera obra creada por Dios es la luz. El nacer se denomina «dar a luz».

«Ver la luz del sol equivale a vivir. Dejar de ver la luz, morir».
«Como el sol es la alegría de aquellos que buscan el día, así mi alegría es el Señor, porque Él es mi sol. Sus rayos me devuelven la vida. Su luz ha disipado toda la tiniebla de mi rostro. Yo creo en Cristo Señor. Él me ha conducido en la luz» (Oda del s. I).

Y sobre la fuerza de esta luz dirá Orígenes: «El alma que posee la luz de Dios comienza por mirar a su Salvador; y entonces intrépido contra no importa quien, hombre o diablo, combate, teniendo a Cristo a su lado».

v. 4. Ante el peligro pide «habitar en la casa del Señor». No es buscar un «lugar», sino una «presencia». Busca al Señor del templo…, vivir espiritualmente cerca de Dios, vivir, caminar en su presencia: «Caminaré en presencia del Señor en el país de la vida». Contemplar la belleza del Señor, observando su templo. Que no nos pase como a San Agustín que se lamenta del tiempo que ha estado insensible a la Belleza: «!Tarde te amé, belleza tan antigua y tan nueva, tarde te amé!». «Porque le belleza es la clave del misterio y llamada a lo trascendente. Es una invitación a gustar la vida y a soñar el futuro. La belleza de las cosas creadas no puede saciar del todo y suscita la arcana nostalgia de Dios» (Juan Pablo II, Carta a los Artistas, n. 16).

v. 5. Él nos protege, nos defiende… en su cabaña, en su tienda, en su ROCA… Él se alza como nuestro refugio, y de aquí es de donde nace nuestra confianza plena en Él.

v. 6. «Levantar la cabeza» es signo de triunfo. Y el triunfo nos lleva a la celebración. A celebrar las gestas del Señor en la nuestra vida. Toda celebración es devolver a Dios sus dones revestidos de acción de gracias.

v. 7. Comienza la oración de súplica con una búsqueda y un deseo ávido de Dios.

v. 8. Nos muestra este verso un ejercicio importante para nuestra vida espiritual: «Oigo en mi corazón». Escuchar con el corazón. Es la petición que hace Salomón cuando comienza a reinar: «Dame un corazón que escuche» (1Re 3,9). Viene a ser escucha con sensibilidad, con abertura, con amor.

¿Qué tarea puede haber tan importante como esta de «buscar a Dios», buscar su rostro. Como escribe Santa Teresita: «Tu rostro, Señor, es mi única patria».

Y nos dice Orígenes: «Cuando el rostro de un hombre busca el Rostro de Dios ve la gloria de Dios sin velo; viene a ser igual a los ángeles, ve siempre el Rostro del Padre que está en los cielos».

O San Agustín: «Yo no quiero otra recompensa que la de ver tu Rostro. Yo quiero amarte gratuitamente ya que no encuentro nada que sea más precioso. Yo no quiero encontrar otra cosa que a Ti mismo, de lo contrario sería una gran decepción para quien ama».

v. 9. Es el miedo que tiene el salmista: que se rompan sus relaciones con Dios: apartar, rechazar, abandonar… Sentir lejos a Aquel que llena el corazón humano, Aquel que le da sentido y sabor a la existencia.

v. 10. El abandono paterno puede suceder ya en el nacimiento (cfr. Ez 16) o durante el crecimiento… Pero aquí el salmista apunta a una hipótesis extrema casi inimaginable: que unos padres abandonen a su hijo (Is 49, 15). Pues Dios no. Dios es un «superpadre y supermadre». «Más que mi padre me has conocido y más que mi madre te has ocupado de mí. Hasta en la vejez eras tú quien me sustentabas… Tú eres padre para todos los fieles. Has resultado ser como una madre con su bebé» (Himno 9, Qumrán).

v. 11. Indícame, Señor, tu camino. Y el Señor nos responde: «Yo soy el camino… quien me sigue no caminará en tinieblas…».

v. 13-14. Con Dios la vida adquiere otro color. «Mi lugar es el otro Espacio; mi señal es la sin señal; no es el alma, no es el cuerpo; sólo sonido del Amado. Me quieren cazar cada uno de los dos en mi camino. Dos mundos. Uno solo veo. Uno busco. Uno conozco. Uno canto. Uno contemplo. Él es el último. Él es el primero. Eres el íntimo. Eres el fuerte. Ebrio con el cáliz del amor, no soy más mundo ni cielo… Si he pasado en la vida un día sin ti, yo me arrepiento de la vida, por aquel día, por aquella hora» (Rumi, poeta místico de Persia).

Orar

«Señor, tú eres mi luz.
Señor, tú eres mi salvación.
Señor, tu eres mi defensa.
Concédeme, Señor decirte, cada día, esta súplica,
desde el corazón.
Yo oigo tu voz, pero busco tu rostro.
Yo espero gozar de ti en este país de la vida.
Yo espero en ti.
Escucha la voz que llama y el corazón que espera.»

Contemplar

Quédate en silencio, atento a lo que se mueve en tu corazón, o dejando caer en él de vez en cuando alguno de los versos, alguna de las expresiones que hayas sentido más vivas en tu interior. Deja que el salmo vuelva a subir a tu mente. Deja que tu corazón ame y se sienta amado.

Algunos testimonios relacionados con el salmo

«Cuando uno no ama sino lo que Dios ama, tiene que ser escuchado.» (San Agustín)

«Tú eres, oh Dios, mi madre bien amada. Mis ojos están fatigados en buscarte y mi corazón está lleno de emociones. Soy un niño inmovilizado en la trampa del mundo. Oh madre, tú eres la gallina y yo el polluelo. Tú eres mi madre y yo tu niño amado. Espero y espero siempre en ti.» (Poema hindú, s. XII).

«¿Yo, temer? ¡cuando el Señor es mi iluminación!
¿Temblar? ¡el Señor me tiene en el cuenco de sus manos!
Yo no quiero sino una cosa: que me abra un poco su casa para que yo viva
Que me abra su casa para que vea lo que hay dentro.
Me ha puesto sobre la roca.
Yo cantaré, yo contaré a Dios mi pequeña historia.
Oh mi Dios, yo creo ver ya todas las buenas cosas de mi Dios
en la tierra de los vivos.»
(Paul Claudel)