8 de abril de 2012

LA VOZ DE LOS PADRES

TEXTOS PARA EL TIEMPO PASCUAL
Domingo de Pascua (Cicle B)

De los sermones de san Juan Damasceno, presbítero
Cuando Noé entró en el arca preservó, con la madera de un árbol, la semilla de un mundo nuevo y fue constituido nuevo principio del género humano; se convirtió así para nosotros una clara imagen de Cristo, el cual se deja sepultar, nos lava los pecados con su sangre que, junto con el agua, brota de su costado, y con el árbol de la cruz salva nuestro linaje y da origen a una nueva vida ya un nuevo pueblo.

El gran patriarca Abraham, cuando conducía Isaac al sacrificio, el hijo de la promesa y en quien se cumplían las promesas, anticipaba la inmolación del Señor. Isaac, por deseo de Dios, es devuelto vivo a su padre, pero el cordero enredado por los cuernos a unos matorrales se convierte en la víctima del sacrificio. Así, este doble símbolo del cordero y de Isaac es una auténtica imagen del misterio de Cristo, que es Dios y hombre a la vez. En tanto que Hijo de Dios y Dios por esencia, sigue siendo impasible; en cuanto hombre, se ofreció al Padre como víctima inocente a favor del mundo.

¿Y qué significan las tres medidas de flor de harina que, según la Escritura, se amasan y se cuecen para hacer panecillos? ¿No se refieren claramente a los tres días que el Pan de vida estuvo en el sepulcro?

¿Qué sentido tienen la cisterna de José y su encarcelamiento? ¿No son un signo evidente del sepulcro y de la guardia del sepulcro? Dice, en efecto, el salmista: «Me habéis dejado en el fondo del país de los muertos, en la oscuridad de los abismos».

¿Y qué diremos de Moisés, que contempló a Dios y promulgó la ley? ¿No lo escondieron en un cesto de mimbre, cuando estaba destinado a la muerte, y lo recogió una reina? También Cristo fue encerrado en el sepulcro, muerto en cuanto al cuerpo, pero vuelto a la vida a causa de su divinidad que reina sobre toda la creación.

El mismo Moisés, cuando golpea el mar con su bastón dos veces, ¿no nos muestra la figura de la cruz? Y cuando baja al fondo del mar y vuelve a salir, significando la bajada del Salvador a los infiernos y su ascensión desde allí en presencia de los ángeles, ¿no provoca la muerte del faraón que le perseguía y salva así Israel? Lo mismo hace Cristo, que aniquila la muerte y salva todos los que creen en él.

También la maravilla del maná me provoca una admiración extraordinaria. Tal como el maná dejaba de caer únicamente la víspera del sábado, Cristo, mi Dios, que se hizo hombre por mí, y que es todo él dulzura y amor, al atardecer del día de la Preparación quedó oculto en el sepulcro.

¿No fue el mismo Señor en persona quien presentó a Jonás como una figura suya? Dijo, en efecto: «Así como Jonás estuvo tres días y tres noches en el vientre del gran pez, también el Hijo del hombre estará tres días y tres noches en el corazón de la tierra».

Homilía VI de Pascua atribuida a San Hipólito de Roma, presbítero
Ya brillan los rayos de la sagrada luz de Cristo, ya aparecen las puras luminarias del Espíritu, que nos abren los tesoros de la gloria celestial y de la real divinidad. La noche densa y oscura se ha aclarado, y la odiosa muerte ha estar relegada a la oscuridad, la vida irrumpe en el mundo, todo rebosa de luz indeficiente y todos los que nacen entran en posesión del mundo nuevo: y Cristo, nacido antes de la aurora, grande e inmortal, resplandece para todos más que el sol. Por eso, a nosotros que creemos en él, se nos acerca, fulgurante, el día sin ocaso, la Pascua mística, ya prefigurada y celebrada por la Ley. La Pascua, obra admirable de la fuerza y el poder de Dios, es realmente la fiesta y el memorial legítimo y eterno: es el paso de la pasión a la impasibilidad, de la muerte a la inmortalidad, de la juventud a la madurez, es curación después de la herida, resurrección después de la caída, ascensión después de la bajada. Así es como Dios hace cosas grandes, así es como de lo imposible crea cosas admirables, para demostrar que sólo él puede todo lo que quiere.