5 de junio de 2011

LA CARTA DEL ABAD

Querido Miguel,

Es muy densa tu carta de primavera. Lleva, como toda primavera una profunda carga de vida. Una vida que no se puede contener y al final explota por muchos puntos. Como un pensamiento del poeta Joan Maragall que me entusiasma: Cuando la rama del almendro no puede más de la primavera que tiene dentro, entre sus frondas brota una flor como algo prodigioso.

Esto es belleza, Miguel. La belleza, una palabra que nos habla mucho de Dios. Cuando el hombre lleva dentro una fuerza profunda de vida, se abre en una eclosión primaveral. La vida nos envuelve por fuera y por dentro. Diría más: la vida nos acaricia, como el rumor de aguas que se rompen en las piedras de un cauce cercano. La vida es ternura, delicadeza… en su fuente más genuina, pero los humanos, con menos humanidad de la debida, hacemos esta vida dura, difícil y hasta desbordante de angustia. Esta vida la estamos torturando por fuera, con las prisas, con el corazón insensible, con la ceguera creciente para los valores… Crece la desorientación en el hombre de hoy, crece la desesperanza… No es este el camino de la vida auténtica, ¿no te parece, Miguel?

Me transmites unos pensamientos preciosos de Tolstoi que te han dejado profunda huella: que amaba con tal desesperación la vida, con una violencia casi de enamorado. Ebrio de felicidad, y, sin embargo, de desdicha a la vez. Se pasó la vida queriendo encontrar la paz y la felicidad interior, creyó encontrarla en la fe. «La fe, escribe, es la fuerza de la vida. Sin fe no se puede vivir. Los conceptos religiosos han sido elaborados en lo más profundo del pensamiento humano… En las respuestas dadas por la fe está contenida la sabiduría más profunda de la humanidad».

Pero la fe no es un concepto, una idea. Unamuno escribe a este respecto: hay todo un mundo entre la idea de Dios y Dios mismo, pero al mismo Dios sólo nos lleva la fe, y la fe, es decir la sustancia de lo que esperamos es, en el fondo, la desesperación de tener que morir. Y dice esto comentando el texto de Éxodo 33,20, donde se nos dice que Moisés quiere ver a Dios y éste le responde: «Nadie puede verme y seguir viviendo». Y dirá Unamuno: «Que me importa morir y morir enteramente por haber visto a Dios, si haber visto a Dios cara a cara, haber sentido su presencia, quiere decir haber entrado en Dios, haberse convertido en Dios mismo». ¿No crees que estas palabras tienen un brillo especial? Para mí son apasionantes: entrar en el misterio del amor, «Llegar —como dice uno de nuestros teólogos cistercienses— a no poder querer otra cosa que lo que Dios quiere».

Aquí tenemos la pasión de la vida, la pasión por la vida, enfrentarse a este horizonte de desesperación. Dirá también Unamuno: «La vida de la desesperación aceptada es la vida espiritual más intensa y más íntima, es la vida divina. La redención del dolor está en el dolor mismo».

Fue la actitud de Cristo en Getsemaní pidiendo que se alejara aquel cáliz…; pero consumió el cáliz y exclama como final: «Todo se ha cumplido». Era el gesto de paz final de quien se abandona, después de la lucha y la tensión en las manos del Padre.

Esta es la fe, estos son los caminos por donde transita quien vive realmente su fe. Pero la vida de fe de muchos creyentes no es un afrontar con esta pasión, con esta fuerza, con esta esperanza, tanta desesperanza. Es una fe más bien tibia, una fe a modo de café descafeinado, que hace amorfos, pasivos, aburridos, o tibios.

Miguel, estamos llamados a ser una rama llena de vida por dentro. Un abrazo,

+ P. Abad