19 de junio de 2011

LA CARTA DEL ABAD

Querida María Luisa,

He recordado unas frases recogidas en un libro sobre J.S. Bach, de su esposa Ana Magdalena cuando leo «tu estrella» de este mes: la ternura. «Cada vez que le veía mi corazón latía con tal fuerza, que me impedía hablar». «A nosotros nos dejaba mirar su corazón que era el más hermoso que ha latido en este mundo». Son unas frases entre otras muchas mediante las cuales expresa con profunda ternura y amor, su admiración por él. ¡Que mundo inmenso de ternura, de sensibilidad delicada!

Hoy tenemos necesidad de esta delicadeza, de esta ternura en las relaciones humanas. Vivimos estas semanas en pleno despertar de la primavera: vida nueva, aromas nuevos, lluvias que riegan generosamente la tierra, renovados colores de todos los matices. Por otro lado las ondas de la política y la vida social llevan otros aromas muy diversos. Y nacen vientos de inquietud y preocupación. La creación nos habla de un ambiente de sensibilidad y de ternura. La vida de la sociedad más bien nos habla en otra dirección. ¿no crees?

Pero no es fácil detener y cambiar este ritmo en nuestra sociedad, y ayudar a poner otra melodía. Rilke escribe estos versos: «Me encanta oír como las cosas cantan. Las tocáis: se vuelven mudas y rígidas, vosotros me matáis todas las cosas».

Matamos las cosas con nuestra penosa manipulación. Y configurados al final con un corazón duro, hasta matamos a las personas. Rebajamos a la persona a la consideración de objeto, y al final las tratamos como cosas. La persona es mucho más que una cosa, mucha más que un objeto que busco cuando me interesa.

Es necesario despertar al hombre en lo que tiene de más genuino. Despertar sus fuentes de bondad, de ternura… en una palabra despertar el Espíritu Santo que habita en el fondo de nuestro ser. Un Santo Padre escribe que «este Espíritu llega poco a poco, suavemente, se experimenta como finísima fragancia. Rayos de luz y conocimiento; viene a salvar, a curar, a aconsejar, a fortalecer, a consolar, a iluminar».

Hemos de dejar que las cosas y las personas nos hablen; escuchar su canto, permanecer distantes, pero con una distancia contemplativa que nos ayude a descubrir las fuentes de vida escondidas en ellas.

Quizás nos ayudará a ello poner otro ritmo más lento en nuestra vida. Buscar más la belleza y la bondad, de las cosas y de las personas, de nuestro entorno. Pero primero tenemos que concienciarnos que este ritmo que llevamos y que la melodía que nos envuelve, nos hacen daño, nos impiden ser nosotros mismos.

Tu como, mujer, tienes alguna puerta abierta de más que otros no tienen, Aprovéchala. Un abrazo,

+ P. Abad