5 de junio de 2011

LA VOZ DE LOS PADRES

TEXTOS PARA EL TIEMPO PASCUAL
Domingo 7º de Pascua: La Ascensión del Señor

De una exhortación antigua de la liturgia mozárabe
Queridos hermanos, dejar el peso de los pensamientos demasiado terrestres, levantad bien alto el espíritu y emprended el vuelo hacia las regiones celestiales. Seguid con los ojos del corazón la humanidad que Cristo ha querido tomar, y que ahora es exaltada hasta el punto más alto del cielo. El objeto de nuestra contemplación no es otro que Jesucristo, nuestro Señor. Él es el que cambia la humildad de nuestra condición de la tierra en la nobleza de la ciudadanía celestial. Necesitamos, ciertamente, una vista penetrante para poder considerar el lugar donde debemos seguirlo. Hoy, nuestro Salvador, después de haber tomado nuestra carne, vuelve al trono de la divinidad. Hoy ha presentado al Padre aquella humanidad que había entregado a los sufrimientos. Y exalta en el cielo aquella humanidad que en la tierra había tomado la condición de esclavo. Hoy entra en la gloria aquel que había experimentado la muerte y el sepulcro. Y aquel que, para vencer la muerte, nos ha enriquecido con el don de su propia muerte, ahora, por el ejemplo de su resurrección, nos abre la esperanza de la vida.

Hoy vuelve al Padre el que había sido enviado por el Padre, sin perder la igualdad que tenía con él. Hoy vuelve al cielo el que, al abandonarlo, no había sido privado del honor de los espíritus celestiales. Hoy aquel que es una sola cosa con el Padre ha entrado en el cielo con nuestra humanidad.

Imploramos, pues, de este Padre, en nombre de su Hijo, nuestro Salvador, el don de su Espíritu, la gracia de la eterna bienaventuranza, la ascensión hacia la ciudad gozosa, el progreso de la verdadera fe, la destrucción de nuestras infidelidades.

Estemos seguros: él que nos ha buscado cuando estábamos descarriados, nos escuchará ahora en la gloria. Se hará semejante a los que somos suyos, él que cuando éramos extranjeros no se desentendió de nosotros. Nos prodigará sus favores, a los que creemos en él, ya que nos otorgó su asistencia cuando todavía la teníamos que conocer. No nos dejará huérfanos, él que dio la dignidad de hijos a quienes por naturaleza le éramos enemigos. Nos concederá lo que le pedimos con confianza, él que nos ha prometido el Espíritu de santidad. Amén.

De las homilías de San Juan Crisóstomo sobre el Evangelio según san Mateo (90,2-4)
«En aquel tiempo, los once discípulos se fueron a Galilea. Al verlo se postraron. Algunos, sin embargo, dudaron». Esta es, me parece, la última aparición de Jesús en Galilea. Ahora que los envía a bautizar. Y si es cierto, como acabamos de oír, que algunos dudaron, admiramos la sinceridad de los evangelistas que, ni en el último momento, no nos esconden sus defectos. Sin embargo, incluso los que dudaron, debemos suponer que, al ver el Cristo, quedaron fortificados en su fe.

¿Y qué dice, Jesús, a sus apóstoles? «Dios me ha dado pleno poder en el cielo y la tierra». Miremos como les habla, tal como solía, con términos humanos, porque no habían recibido aún el Espíritu Santo que les permitiría de despegar por encima de las realidades humanas. «Id a convertir todos los pueblos, bautizándolos-en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo, y enseñándoles a guardar todo lo que yo os he mandado». Lo que él había mandado, esto es, sus enseñanzas y sus preceptos.

Después, como la tarea que les confiaba era realmente muy grande, les dice para alentarlos: «"Yo estaré con vosotros todos los días hasta el fin del mundo". Y no sólo con vosotros, sino con todos los que después de vosotros y gracias a vosotros creerán en mí». Como los apóstoles no podrían durar hasta la consumación de los siglos, el Señor habla a sus fieles como un solo cuerpo. Parece que les diga: «No pongáis pretextos con las dificultades de la tarea que os encomiendo, porque estoy con vosotros para ayudaros en todo.

»En cambio, como ya os lo he dicho tantas veces, los bienes que heredareis en el mundo venidero no tendrán fin». Así, pues, fortaleciéndolos y alentándolos con el recuerdo del último día, los envía a realizar su misión. Día ciertamente deseable para todos los que viven practicando las buenas obras! Día ciertamente espantoso para los que viven hundidos en el pecado! No nos atemoricemos, miremos más bien de convertirnos, ahora que aún estamos a tiempo. Si queremos deshacernos de la maldad, podemos. Muchos lo hicieron antes de que fuera instaurado el tiempo de la gracia; mucho más, pues, lo podremos hacer nosotros después de la gracia.