29 de junio de 2011

SAN PEDRO Y SAN PABLO, APÓSTOLES

Homilía predicada por el P. José Alegre, abad de Poblet
Hech 12,1-11; Salm 33, 2-9; 2Tim 4,6-8.17-18; Mt 16,13-19

Las lecturas de esta solemnidad de los santos Apóstoles Pedro y Pablo nos llevan a tres escenarios muy distintos

El primer escenario, diría que es un escenario eclesial. Poco después de la venida del Espíritu Santo en Pentecostés, cuando se van configuran las primeras comunidades de la Iglesia, y cuando los creyentes tienen la experiencia de la presencia de la fuerza de Dios en medio de ellos, se desata la persecución contra los cristianos, y sobre todo contra sus dirigentes, los Apóstoles. Entre las medidas más fuertes es la detención de Pedro con la intención de ejecutarlo, lo cual ya nos descubre el papel importante que tenía Pedro en estas primeras comunidades.

Pedro permanece en la cárcel en espera de ser ejecutado. La comunidad eclesial orando con insistencia por él. La última palabra de este episodio la tiene Dios: es una palabra de liberación.

El segundo escenario tiene un matiz más personal, pero también en relación con la cárcel, y otra ejecución: la de Pablo. Efectivamente, Pablo está encarcelado en Roma, presintiendo ya su partida de este mundo, y viene a dejarnos lo que puede ser su testamento.

Recuerda primero el pasado: «He combatido bien mi combate, he corrido hasta la meta, he mantenido la fe». Se plantea con serenidad y paz su futuro: «Ahora me aguarda la corona merecida».

Pero no se plantea de cara a ese futuro inminente los méritos contraídos por su trabajo evangelizador, sino que mira agradecido lo que ha recibido de Dios: «El Señor me ayudó y me dio fuerzas para anunciar íntegro el mensaje. Él me libró de todo mal y me llevará a su reino». Un buen ejemplo para nosotros, que todavía a la hora de pensar en la corona final pensamos en nuestros méritos, y menos en los dones que recibimos de Dios, y que nos dan la capacidad de vivir la fe como un testimonio de vida.

El tercer escenario es por los campos de Cesarea de Filipo. Caminando quizás por entre los prados verdes de primavera, envueltos de un paisaje donde todo habla de vida y esperanza. Caminando sin prisas, y gozando los discípulos de la conversación del Maestro, que los va instruyendo acerca del Reino, en lo momentos que están alejados de las multitudes. Los discípulos ya llevan un tiempo con él y han tenido la oportunidad de recibir su enseñanza, y también de contemplar gestos en Jesús que descubrían la profundidad de su persona, como una llamada a poner la fe en él. Una enseñanza y unos gestos, de los que también habían sido hechas partícipes muchas otras gentes de pueblos y ciudades de Palestina.

Así que les plantea una pequeña encuesta, con dos preguntas:

¿Quién dice la gente que soy yo? Escuchada la respuesta, parece no darle demasiada importancia, ya que pasa sin más comentario a la siguiente pregunta:

Y vosotros, ¿quién decís que soy yo?
Y aquí sí que se detiene ante la respuesta de Pedro, y quiere subrayar la hondura de la respuesta de Pedro y la proyección de futuro que tiene.

La fuente de la respuesta está en el mismo Dios. Y esta acogida del don de Dios por parte de Pedro les pone también proyectados hacia un horizonte eclesial.

Estas son dos preguntas también son de viva actualidad. Y podemos percibir como las respuestas vienen a tener una similitud después de veinte siglos de vida de la Iglesia.

Lo que dice la gente acerca de Jesucristo hoy sigue siendo de lo más diverso, en todos los sentidos. Porque el testimonio y la enseñanza de la persona de Jesucristo están sujeta a las más diversas opiniones. Ya fue anunciado como un signo de contradicción por el anciano Simeón (Lc 2). Muchas de estas respuestas nacen a partir del testimonio que damos los cristianos en nuestra vida, a partir de nuestra respuesta a la segunda de las preguntas:

Y nosotros ¿Quién decimos que es Cristo?

Dice la Escritura: «Nadie puede decir Jesús si no es desde el Espíritu Santo que habita en nosotros». Luego necesitamos tener una vida interior que nos permita escuchar la vibración de ese Espíritu de Cristo dentro de nosotros.

Él es quien nos revela verdaderamente quien es Cristo. Porque la respuesta puede ser correcta como lo es en principio en Pedro, pero a continuación Pedro dará muestras de que esa respuesta acertada en principio, como nacida de una revelación del Padre, necesitará de una profundización que debe ser llevada a cabo por el Espíritu de Jesús en el corazón de los discípulos. Por ello Pedro, a continuación querrá disuadir a Jesús de su Pasión, y aún después lo negará. Y precisará la venida del Espíritu en Pentecostés para madurar plenamente en la fe en Jesús.

Nuestra respuesta puede ser válida en un plano de conocimiento histórico o literario de Jesús, pero no basta. La respuesta debe venir de una apuesta diaria por la persona y el mensaje de Jesús…

Por ello deberíamos tener muy en cuenta el segundo escenario. El de Pablo y descubrir si se realiza en nosotros aquello de lo que él, gran apasionado por Cristo, da testimonio:

«Estoy combatiendo bien mi combate, estoy corriendo hacia la meta, me mantengo en la fe». Y si vivo todo esto como un don precioso de Dios, que me ayuda en todo momento, y me libra de todo mal.