24 de junio de 2011

NATIVIDAD DE SAN JUAN BAUTISTA

Homilía predicada por el P. José Alegre, abad de Poblet
Is 49,1-6; Sal 138,1-3.13-15; Hech 13, 22-26; Lc 1,57-66.80

«San Juan es un gran santo. Y, sino mira ¡qué noche más llena de maravillas! ¡Los fuegos! El fuego es la primera maravilla: esta luz, este fuego, que vuelve todo brillante… Cuanto más viejas, arrastradas, y muertas son las cosas, más fácilmente brillan, con más deseo parecen quemarse, más pura es la llama. Qué cosa más extraña es esto del fuego. Que todo se ponga brillante en un momento… para venir luego a ser nada… y cuánta alegría da el contemplarlo. Quizás es un presentimiento de la transfiguración espiritual de todas las cosas. El fuego, el fuego; todo se puede cambiar en luz y calor; todo se puede cambiar en espíritu y amor… Qué gracia que os ha dado Dios, san Juan, de haber sentido venir a Jesucristo antes que nadie. Por eso cada año cuando vuelve esta otra Navidad (sois la Navidad de verano, cuando todavía vive todo lo que ha de morir antes que venga el otro) llenáis el mundo de presentimiento. Y al primer fuego que se enciende, todas las cosas comienzan a moverse de un mundo a otro, tocándose con temblor, sintiéndose sin conocerse.» (Joan Maragall, «la Navidad de san Juan»)

«Vivió en el desierto hasta que llega el momento de manifestarse a Israel.» Así se afirma de Juan Bautista en el evangelio. En el desierto donde se encuentra con el fuego de Dios. Como le sucedió a Moisés, cuando se le aparece el angel del Señor en una llama en medio de la zarza. Como le sucede a Isaías cuando tiembla a las puertas del santuario, al contemplar como todo lo llenaba el fuego y el humo divino. Como le sucede a Oseas: Yo le seduciré lo llevaré al desierto y la hablaré al corazón. Y su palabra de fuego llamará al pueblo a vivir la justicia… Juan vive esta experiencia única en el desierto donde se deja modelar por el fuego del espíritu divino. Y será la voz de Dios. La voz, el fuego de Dios que prenderá en el desierto, y llamará a la conversión para preparar los caminos del Mesías.

«Te he hecho luz.» Lo dice del profeta Isaías: «Es poco que seas mi siervo para hacer volver a los supervivientes de Israel; te he hecho luz de todos los pueblos. Antes de nacer Dios dice su nombre, hace de su boca una espada.» Y vivirá la terrible experiencia del vacío de Dios, de la inutilidad de su vida, a la postre rechazada. Y esta palabra, esta experiencia se repetirá con el Bautista. ¿Acaso no pensaría Juan estas palabras de Isaías: «Me he cansado en vano, he consumido mis fuerzas para nada…»? Pues terminara su vida en la prisión y preguntándose y mandando emisarios a Jesús, a preguntar si era el que tenía que venir. Y Cristo vivirá también este abandono de Dios: ¿Dios mío, Dios mío, por qué me has abandonado? Y ¿no nos pasa también a nosotros? ¿Es que acaso no sentís en ocasiones el vacío de Dios? Pero nuestra fe nos asegura de la certeza de la palabra del profeta: «De hecho el Señor sostiene nuestra causa, nuestro Dios nos guarda la recompensa».

«Llena el mundo de presentimiento… El presentimiento de una transfiguración de todas las cosas, de las personas sobre todo. Todo puede cambiarse en luz y calor, en espíritu y amor».

Todo empieza por la llamada a la conversión. Un bautismo de conversión; un sumergirnos en una realidad nueva que empieza por una preparación del corazón. Porque será el corazón la tierra buena, donde se deja escuchar ese mensaje de salvación.

«Baja pronto, porque me hospedo en tu casa.» El Maestro repite sin descanso en nuestra alma estas palabras. El salmista nos sugiere la presencia de este huésped en nuestra vida: «Ha creado nuestro interior; no ha tejido en la entrañas de la madre». Dios trabaja en nuestro corazón. ¿Recordáis aquellas palabras de Jesús?: «Mi Padre siempre está obrando y yo también obro». Pues esta obra de Dios en nuestra vida es la obra de Dios en nuestro corazón, en nuestro interior.

«Baja pronto, porque hoy me hospedo en tu casa.» ¿En qué consiste este bajar? Es la bajada al corazón, bajada a la que invita Juan como preparación a la venida de Otro, del que no se considera digno de desatar las sandalias. Es la llamada a la conversión, a volver al corazón para vivir la experiencia de la presencia de Cristo.

Convertirse. Bajar cada día más profundamente, en nuestro abismo interior. Que no es un abandono de las cosas exteriores sino un desasimiento de todo aquello que no es Dios.

Aprovechemos esta «Navidad de verano» para penetrar en el misterio de Dios que se nos abre mediante el testimonio de Juan Bautista, que nos invita a ser simplemente una voz. Una voz que nace de una experiencia de desierto, que nos lleva ser amigos e íntimos de Dios.