19 de junio de 2011

Domingo primero después de Pentecostés: LA SANTÍSIMA TRINIDAD (Año A)

Homilía predicada por el P. José Alegre, abad de Poblet
Ex 34,4-6.8-9; Dan 3,52-56; 2Cor 13,11-13; Jn 3,16-18

Al comentar la Palabra de Dios que acabamos de escuchar, os podría hablar sobre tres versiones de la Trinidad que pueden darse, o, quizás mejor, que se dan:

1) Yo soy ateo, declaraba en una publicación reciente una persona joven. Mi trinidad son los Beatles, los Rollings Stones, y Bob Dylan… Un ateo que utiliza palabras rituales.

2) Leía un escrito de un autor cristiano: la trinidad del hombre de hoy, los tres pilares sobre los que apoya la vida de muchos son: el poder, el dinero y el sexo… No faltan tampoco aquí, referencias rituales o litúrgicas.

3) Una tercera versión es la que he contemplado en una obra artística, una preciosa obra de terracota. Os la describo: era un conjunto que representaba a un hombre famélico. Una figura a la derecha estaba inclinada sobre la cabeza del hombre en trance de morir, besándosela, y cogiéndole por detrás, por las axilas, en actitud de levantarlo. Otra figura de hombre a la izquierda, arrodillado a los pies de este hombre en angustias de muerte. Y la figura de una paloma en la parte superior como envolviendo toda la obra en un manto y derramando como unas lenguas de fuego… Esta sería la tercera versión de la Trinidad. Pero permitidme una breve reflexión que se me ocurrió, contemplando dicha obra de terracota:

Vivimos un tiempo difícil, extraño en el cual el hombre es el centro, después de empujar al Creador a un segundo plano. En esta obra de arte el hombre está también en el centro. Pero yo la habéis oído. Un hombre con angustias de muerte, desmayado, en figura esquelética. Pero parece que este no es el hombre de nuestro tiempo, de esta sociedad orgullosa, autónoma, que cree no necesitar a Dios. El hombre de esta obra de terracota es un hombre vestido de miseria y debilidad.

A primera vista contemplamos a Dios al margen, como en nuestra sociedad. Pero aparece claro el mensaje del artista: es el hombre quien se encuentra en el centro, pero el hombre débil, acogido por un Dios misericordioso que le cubre con su beso de ternura, y le quiere levantar con su amor de Padre.

Es el hombre rodeado por todas partes por el Dios puesto de lado. A los pies, el Hijo se inclina hacia el hombre, le abraza los pies, los cubre de besos, los lava. Y no se puede olvidar sus palabras: «no he venido a ser servido, sino a servir».

Y por encima del hombre el Espíritu Santo, en forma de paloma, como una gran llama de fuego que viene de arriba abajo sobre el hombre, al que quiere inundar de amor y habitar en él. Para Dios, el hombre está en el centro. Dios se arrodilla ante el hombre y desea que este hombre coloque a Dios en el centro de su vida.
¡Que bueno, qué bello es poder encontrarse en el corazón de un Dios así.

La Palabra de Dios que hemos escuchado viene a sugerirnos esta obra de belleza de terracota: El Señor bajó en la nube y se quedó allí, y Moisés pronunció el nombre de Dios. «El Señor pasó ante Él proclamando: Señor, Señor, Dios compasivo y misericordioso, lento a la ira y rico en clemencia y lealtad». «Dios no mandó al mundo para condenar al mundo, sino para que se salve por él».
El Misterio de Dios se ha manifestado, se ha derramado en toda su riqueza de amor sobre la maldad, sobre el hombre, sobre cada una de sus criaturas, pues a cada uno de nosotros nos conoce por nuestro nombre, y nos llama por nuestro nombre. Pero en esta sociedad son muchos los que se siente dominados en su vida por sus falsos dogmas trinitarios. Dogmas que cubren de miseria y debilidad a la criatura humana en si misma y en sus relaciones con los hermanos.

La Palabra de Dios nos marca un camino para adquirir conciencia de este Misterio de Dios que es la fuente de toda la creación, de toda nuestra vida espiritual, de toda nuestra esperanza: «Trabajad por vuestra perfección, animaos; tened un mismo sentir y vivid en paz, alegraos». Es una invitación seria a que el hombre ponga un acento especial muy concreto en sus relaciones humanas. Es una actitud básica necesaria. Y después dice con toda claridad: «Y el Dios del amor y de la paz estará con vosotros».

Busquemos pues esta casa, donde refugiarnos, donde adquirir fortaleza y sabiduría para la vida. La casa de Dios, el Misterio divino… La Trinidad es nuestra morada, nuestra casa solariega, el hogar paterno de donde no debemos salir jamás. Por eso dice Jesús: «Permaneced en mí».

Es preciso adentrarse cada vez más en el Ser divino, por medio del recogimiento. Fijos la mirada del corazón en Él, morar donde el mora, en la unidad del amor, ser, por decirlo así, su propia sombra. Debemos seguir cada día nuestro camino (correr hacia la meta, Filp 3,12), descender cada día por la senda abismal del amor, con una confianza henchida de amor. «Un abismo llama a otro abismo» (Sal 41). Es ahí, en lo más profundo de nuestro ser donde se efectúa ese divino encuentro, donde el abismo de nuestra nada, de nuestra miseria, se encontrará frente por frente del abismo de la misericordia, de la inmensidad de Dios.