28 de abril de 2011

LECTIO DIVINA

Salmo 117[118],1-18
1 Dad gracias al Señor porque es bueno,
porque es eterna su misericordia.
2 Diga la casa de Israel:
eterna es su misericordia.
3 Diga la casa de Aarón:
eterna es su misericordia.
4 Digan los fieles del Señor:
eterna es su misericordia.

5 En el peligro grité al Señor,
y me escuchó poniéndome a salvo.
6 El Señor está conmigo: no temo;
¿qué podrá hacerme el hombre?
7 El Señor está conmigo y me auxilia,
veré la derrota de mis adversarios.
8 Mejor es refugiarse en el Señor
que fiarse de los hombres,
9 mejor es refugiarse en el Señor
que fiarse de los jefes.

10 Todos los pueblos me rodeaban,
en el nombre del Señor los rechacé;
11 me rodeaban cerrando el cerco,
en el nombre del Señor los rechacé;
12 me rodeaban como avispas,
ardiendo como fuego en las zarzas,
en el nombre del Señor los rechacé.
13 Empujaban y empujaban para derribarme,
pero el Señor me ayudó;
14 el Señor es mi fuerza y mi energía
él es mi salvación.

15 Escuchad: hay cantos de victoria
en las tiendas de los justos:
16 «La diestra del Señor es poderosa,
la diestra del Señor es excelsa,
la diestra del Señor es poderosa».

17 No he de morir, viviré
para contar las hazañas del Señor.
18 Me castigó, me castigo el Señor,
pero no me entregó a la muerte.

Ideas generales sobre el Salmo

En el conjunto del salterio, este salmo concluye la «alabanza» o «Hallel» (Sl 112-117) que cantan los judíos en las principales solemnidades, y que cantaron también Jesús y sus discípulos, después de la Última Cena. Este salmo viene a ser una liturgia de acción de gracias. Muchos salmos son litúrgicos; pero no son liturgia. Lo peculiar de este salmo es que el texto contiene elementos propios de una ejecución litúrgica. La ejecución litúrgica configura el texto con sus repeticiones, alternancias de solo y coro, cambios de persona. Este salmo tiene un texto que pide ser ejecutado en movimiento. Ningún otro salmo del salterio tiene huellas tan claras de ejecución litúrgica.

El contenido es una acción de gracias individual. Recuerda una situación difícil, casi desesperada, en la cual pide ayuda al Señor. Es escuchado. Por ello quiere dar gracias a Dios públicamente, y contar todo lo que hizo su Dios. La acción de gracias o el relato son coreados por la asamblea, que ensalza cualidades del Señor, o pondera el valor de la confianza. La acción de gracias e lo que provoca las intervenciones del coro. «Este salmo —dice Schökel— tiene bastante de cantata».

El salmo no concreta en ningún individuo. Se describe el peligro con imágenes generales: enemigos, que pueden ser internos o externos. Los que desprecian al personaje se presentan como arquitectos que no valoran de una piedra. Se ha buscado una referencia histórica del salmo: consagración del templo (515 a C. a la vuelta del destierro), reconstrucción de las murallas (444 a C.), victoria de Judas Macabeo (164 a C.), o alguna festividad litúrgica.

Protagonista

Quien habla en primera persona es un individuo principal, reconocido por la comunidad que ha superado con la ayuda de Dios un peligro grave, y viene a dar gracias públicamente. En torno a él se agrupan otras personas. Históricamente el personaje puede ser un rey, si estamos en tiempos de la monarquía. O el pueblo repatriado, representado en el salmo por el protagonista de manera individual.

Organización del Salmo

v. 1-4 Introducción, exhortando al pueblo a dar gracias por la bondad eterna de Dios. La persona que representa al pueblo se dirige a tres grupos distintos, que representan la totalidad del pueblo, para que respondan con la aclamación: «¡porque es eterna su misericordia!». El pueblo se reúne con una convicción: el amor del Señor no se agota nunca.

v. 5-18 El cuerpo del salmo. Intervenciones del salmista intercaladas con aclamaciones del pueblo. La intervención del Señor que despierta la confianza del pueblo. La respuesta del pueblo confirma que el Señor no traiciona esa confianza. El salmista vuelve a describir el conflicto (10-14) que se hace más dramático. El Señor salva. El pueblo manifiesta su alegría y elogia la diestra fuerte del Señor (15-16). Finalmente el salmista habla de una vida consagrada a narrar las hazañas del Señor.

Lee

Una primera lectura en voz alta de esta primera parte del salmo que acaba (en la parte final) como empieza: «invitando a dar gracias a Dios porque es bueno». «Es el salmo pascual por excelencia». Es un salmo para rezarlo o cantarlo recordando desde un principio las maravillas de Dios. Mientras lo lees, con sosiego, recuerda las maravillas de Dios con su pueblo, que nos cuenta la Biblia; sus maravillas en la vida de la Iglesia, durante 20 siglos; o las que ha hecho en tu propia vida, los gestos de amor que ha tenido contigo. En la vida cristiana siempre es un punto clave el RECUERDO, la MEMORIA. Recordar las bondades de Dios. Recordar su Palabra; de aquí lo interesante de aprender los salmos de memoria, o las partes más interesantes. «La memoria es un elemento fundamental en el progreso espiritual». Y sobre la base de dicho recuerdo, vivir después la tensión y las luchas de la vida, y experimentar de nuevo la fuerza y la bondad del Señor que salva. Este es un salmo para vivir la experiencia de la resurrección que culmina toda la vida de Jesús, y que debe acompañarnos y culminar la nuestra.

Haz una segunda lectura, silenciosa, deteniéndote en cada uno de sus diapsalmas, buscando la sintonía con los sentimientos de Cristo, desde las circunstancias concretas de tu vida, como nos enseña San Pablo: «Tened los mismos sentimientos de Jesucristo» (Fl 2,59).

Medita

Relee la primera estrofa bajo una óptica eucarística. Ella nos invita a la acción de gracias. Viene a ser como un invitatorio a vivir lo que tiene que ser habitual en la vida cristiana: Una vida que canta agradecida la alabanza desde la conciencia de la misericordia divina. Nuestra acción de gracias más plena es la Eucaristía. Empieza siempre la Plegaria Eucarística: «Levantemos el corazón. Lo tenemos levantado hacia el Señor. Demos gracias al Señor Dios nuestro. Es justo y necesario».

Porque es el amor de Dios por nosotros; nuestra correspondencia amorosa a Dios. La vida cristiana es entrar en este dinamismo amoroso de un Dios comunión, de un Dios Trinidad, que ha hecho, hace y seguirá haciendo sus maravillas en nuestra vida.

Lee la segunda estrofa. Puedes pensar en las angustias de Cristo en su Pasión; en las angustias de Cristo en la Pasión de tantos hombres, mujeres y niños de hoy (la angustia, muy actual hoy, es experimentar que la vida nos ahoga, nos oprime, nos quita el aire para respirar, el espacio para vivir). Lee, si es necesario, de nuevo, «refugiando» tanto dolor. El Señor escucha la oración del que suplica, «ampliando el espacio» deshaciendo la angustia, experimentado la alegría de quien se fía del Señor.

Y no renuncies a vivir esta experiencia en la debilidad como enseña Pablo: «la fuerza se realiza en la debilidad. Estoy contento en la debilidades y angustias por Cristo; pues cuando soy débil, entonces soy fuerte» (2 Co 12,9ss).

Lee en otro tiempo la tercera estrofa. Nos cuenta el ataque en masa de las naciones contra el Protagonista principal del salmo: JESUCRISTO. Puedes pensar en la liturgia de Viernes Santo cuando pone en boca del Dios hecho hombre: «Pueblo mío! ¿Que te he hecho, en qué te he ofendido? Respóndeme».

Y Dios va recordando a su pueblo todos los beneficios de liberación a lo largo de la historia, empezando por el éxodo de Egipto. Piensa en Cristo, como el primero a quien se aplica este salmo. Puedes pensar en muchas situaciones de la Iglesia a lo largo de la Historia; y también hoy, en que ha sido agobiada por el sufrimiento. Piensa en tu propia vida, en momentos de prueba, de dolor. Pero al recitar o al vivir este salmo mira al Modelo, a Cristo. Y atiende a cómo vives lo que te dice S. Agustín: «¿Quienes caen al ser empujados? Los que quieren ser para sí mismos su fortaleza y su alabanza. Aquel de quien el Señor es fortaleza y alabanza no cae, como no cae el Señor. Se hizo para ellos salvación, no porque no lo fuera ya, sino que al creer en El se hicieron lo que no eran».

En la cuarta estrofa empieza el canto de victoria. Léela pausadamente juntamente con las dos precedentes, pensando o contemplando la Cruz y dejando oír de nuevo los ecos de la liturgia del Viernes Santo: «¡Dulces clavos! ¡Dulce árbol donde la Vida, empieza con un peso tan dulce en su corteza! Y así dijo el Señor: ¡Vuelva la Vida y que el Amor redima la condena! La gracia esta en el fondo de la pena, y la salud naciendo de la herida».

Repasa sosegadamente estas estrofas pensando en la victoria de Cristo. Ella es tu victoria. Su Cruz quiere reinar en ti. Del centro de tu sufrimiento nacerá la alegría, De la pena nacerá el gozo. La salud esta naciendo de la herida, por eso la Iglesia canta. Y tú, que eres Iglesia, puedes cantar: «Victoria, tu reinarás. Oh Cruz tu nos salvarás».

Repite el canto de victoria. Repite, como rumor de aguas vivas o como rugido de tormenta, esta Palabra de vida. Palabra que es eficaz y cumple lo que dice: «Cantos de victoria, diestra poderosa, no morirás, vivirás». Fíate. Abandónate a los sentimientos de esta Palabra, de este salmo, y, ya ahora, empezarás a vivir esto que nos dice San Agustín: «La diestra del Señor me ensalzó. Gran proeza es ensalzar al humilde, deificar al mortal, perfeccionar al enfermo, dar la victoria al que sufre y auxilio en la tribulación para que se haga patente en los afligidos la verdadera salvación de Dios».

Abre tu corazón a la Palabra, mira a Cristo.

Ora

La oración de Cristo en la tribulación es poner su dolor ante el Padre: «Si es posible pase de mi este cáliz». «En tus manos pongo mi espíritu». Una oración breve, intensa, como la vida misma que esta viviendo. La voluntad del Padre. Sus testigos, sus mártires, a lo largo de la historia, hicieron lo mismo. Por eso dice S. Agustín que «Cristo es la gloria de los bienaventurados mártires en todas partes. Venció azotando a quienes herían, soportando a los impacientes y amando a los crueles».

Repasa el salmo con esos mismos sentimientos de Cristo, con el talante de tantos testigos de la misma fe que la tuya, y sintiéndote en la presencia e Dios.

Contempla

Permanece en silencio. Si te viene la distracción combátela volviendo tu atención a alguna palabra del salmo. Y vuelve al silencio dentro de ti. Déjate mirar en profundidad por Dios. La sonrisa de Dios dejará su paz dentro de ti.

Escribe

Escribe algunos pensamientos de acción de gracias a Dios desde lo que has meditado en el salmo. O haz tuyo el dolor de Cristo y de la Iglesia en tantos lugares del mundo, y lleva a la presencia de Dios tanto dolor y sufrimiento con algunas breves oraciones.