24 de abril de 2011

DOMINGO DE PASCUA: LA RESURRECCIÓN DEL SEÑOR

SANTO DÍA DE PASCUA
MISA DEL DIA

Homilía predicada por el P. José Alegre, abad de Poblet
Hech 10, 14.37-43; Salm 117,1-2.16-17.22-23; Col 3,1-4; Jn 20,1-9

Hoy se nos abren las puertas de la eternidad. «La luz verdadera vino a su casa, pero los suyos no la recibieron. Pero a los que la recibieron los hizo capaces de ser hijos de Dios» (Jn 1,11). Pero será una criatura humana, Santa María la que abrirá de par en par la casa de la humanidad a Dios. «Santa María que será —como escribe san Bernardo— el mejor regalo que la humanidad hará a Dios». Esta puerta abierta permitirá a Dios revestirse de nuestra naturaleza humana. Y Dios después de este primer gesto de amor de su encarnación, de su entrada en nuestra casa, para hablarnos, con la palabra y el gesto, en nuestra propia lengua, «pasará —afirma san Pedro en su primera predicación del Kerigma— con la fuerza del Espíritu Santo haciendo el bien y curando a los oprimidos por el diablo». Pero este nuevo gesto de amor de Dios en Jesús será rechazado y lo colgarán de la cruz.

Pero quien vive el amor hasta el extremo no puede morir: «su muerte de tres días, —escribe Unamuno—, será un desmayo; Cristo duerme sueños de Hombre, mientras vela el corazón». Porque es la perfecta identificación con Dios que es amor. Dios no puede morir. Puede ser blasfemado, puede ser negado… pero nunca puede ser aniquilado. Porque Dios es amor, y el amor nunca puede morir o ser aniquilado, o bien el hombre se aniquila en el intento.

Venimos del amor y volvemos a la fuente del amor, o como canta el coro de la Sinfonía de la Resurrección de Mahler:

«Yo vengo de Dios y quiero volver a Dios.
El buen Dios me dará una luz,
me iluminará el camino a la bienaventurada vida eterna!»

Es importante, es fundamental dejarnos iluminar por este misterio que no llegamos a vivir con plenitud, y con el que expresamos y manifestamos nuestro deseo de eternidad, una luz que no siempre tenemos encendida pues como dice Benedicto XVI: «incluso entre los cristianos, la fe en la resurrección y en la vida eterna va acompañada con frecuencia de muchas dudas, y mucha confusión, porque se trata de una realidad que sobrepasa los limites de nuestra razón y requiere un acto de fe». Pero «¡Esta es la verdadera novedad, que irrumpe y supera toda barrera!», exclama el Santo Padre. «Cristo derriba el muro de la muerte, en Él habita la plenitud de Dios, que es vida, vida eterna».

El obispo Torras i Bages completa este pensamiento cuando escribe: «Jesucristo es el principio y el final, en Él se comprende toda la humanidad y toda la creación del mundo; y toda la vida de Jesús, su misión divina, su dignidad infinita se resume todo en su Resurrección. La Pascua comienza con la Creación del mundo. Cuando empieza la luz, y en la resurrección se proclama el nacimiento de la luz de Cristo como luz del mundo, la luz de Dios, para la oscuridad y la confusión del hombre y de la humanidad. Con la Resurrección del Señor el mundo da un cambio definitivo, para quedar situado en su verdadera orientación, en el destino primitivo recibido por su Creador, que quiere para sí a todas las criaturas, para hacerlas partícipes de su infinita felicidad».

Pero es necesario dejarse envolver por la vida del Resucitado, que comienza por contemplar y considerar el ejemplo y la enseñanza de este Resucitado, que es lo mismo que decir «buscar las cosas de arriba donde está ya Cristo sentado a la derecha del Padre». Es necesario «esconder nuestra vida en Él», que es morir a la sabiduría de este mundo, y trabajar para «tener los mismos sentimientos del Cristo» (Filp 2,5).

Es necesario estar cerca de la Cruz, como las mujeres, para descubrir después el sepulcro vacío y llegar a encontrarse con Cristo. Efectivamente, el Evangelio nos describe que son primero las mujeres quienes llevan camino por delante de los apóstoles en el encuentro con Cristo. La mujer es desde siempre colaboradora fiel de Dios en el nacimiento de la vida. No podía ser de otra manera en el nacimiento de la vida nueva. La mujer, fuente de vida nueva, que cuida con ternura y delicadeza el renacer de la vida. Seguramente está dotada de una intuición para el misterio de la Resurrección que no habían entendido los discípulos de Jesús, a pesar de que Cristo se lo había anunciado antes de la pasión.

Este Misterio de la Resurrección que es una llamada a todos los hombres, a la reconciliación con Dios, pasando por la reconciliación entre los hombres, camino de la verdadera novedad de la vida, que derrumba y separa toda barrera como dice el papa Benedicto. Es una llamada, una invitación, que no es de hoy, sino que ya resuena desde el principio de la vida de la Iglesia, como nos da testimonio en su homilía pascual Melitón de Sardes: «Venid, todos los hombres de todos los pueblos, que sois iguales como pecadores, y recibid el perdón de los pecados. Yo soy vuestro perdón; yo, la Pascua de la salvación; yo, el cordero inmolado por vosotros; yo, vuestra purificación; yo, vuestra vida; yo, vuestra resurrección; yo, vuestra luz; yo, vuestra salvación; yo, vuestro rey. Yo soy quien os hace subir a lo alto del cielo, yo quien os resucitará y os mostraré al Padre del cielo».

Volvámonos, pues hacia Cristo Crucificado y Resucitado, cima de humanidad y manantial de Dios.