24 de abril de 2011

LA CARTA DEL ABAD

Querida Enriqueta,
Gracias por tu carta, en la que me comunicas la muerte de tu madre. La muerte de un ser querido es un momento duro, difícil, en la vida de cualquier persona. La muerte de una madre, yo diría que es un momento muy especial. Un dolor especial, distinto, por una ausencia especial diferente.

Me dices cosas interesantes en tu carta que yo quiero recoger en esta carta desde el monasterio, y que nos pueden hacer bien a más personas. Tienes un sentimiento de gratitud hacia Dios porque tu madre fue un buen regalo de Dios para ti y para la familia. Un regalo singular de Dios. ¿Qué mejor regalo podemos recibir sino es la vida? Y la madre es la mano de Dios que nos regala la vida; la madre son la entrañas de Dios, que saca la vida a la luz envuelta en amor. La madre es la colaboradora fiel y eficaz del Dios de la vida. La madre fiel a si misma, a su condición maternal, es un tesoro. Un tesoro de delicadeza, de ternura.

De alguna manera, con otras palabras, me dices todo esto de ella en tu preciosa carta: «nos quedan los recuerdos y la gratitud. Mi madre era una buena madre: amable, cariñosa, generosa, simpática, preocupada siempre por todo y por todos, amiga de sus amigos, colaboradora en sus parroquias, detallista». Una buena madre, una madre discreta. «Se marchó sin decirnos adiós, sin hacernos sufrir, sin darnos una mala noche». Es la condición de la madre: esa discreción que la lleva a estar como en un segundo plano, pero atenta a la vida, fiel a esa maternidad propia de la madre que le impide olvidar, renunciar a todo aquello que puede fomentar más vida, engendrar más vida.

La madre yo diría que es una hermosa carta pascual. La carta de Pascua siempre es un pregón de vida nueva, un mensaje de esperanza, el anuncio de una nueva primavera. Es la gran fiesta, la solemnidad primera de los cristianos. La fiesta de la Resurrección que vamos a celebrar.

El coro de la Sinfonía nº 2 de Mahler, «Resurrección», canta estas hermosas palabras: «Resucitar, sí tú resucitarás, mi polvo, después de un breve reposo! Vida eterna te dará aquel que te ha llamado. Es para volver a florecer que tú has sembrado». ¿A quién mejor que a una madre se podrían aplicar estas preciosas palabras? La madre, desde siempre lleva en sus entrañas vida; vida eterna; llamada para estar al servicio de la vida. ¿Quién mejor que una madre, podría hablarnos de "resurrección"? Ella, que vive la experiencia única del nacer de la vida; ella que siente como nadie más el rumor de las fuentes de la vida.

¡Qué amor mostró Dios a la criatura humana poniendo la fuente de la vida, Sus Fuentes, en las entrañas de la madre!

Nunca acabaremos de valorar la dignidad de la madre, la grandeza de su misión. «El Señor ha estado grande con nosotros y estamos en paz», una bella expresión que recoges en tu carta, como una invitación a la paz, y a dar gloria a Dios y alabarle, porque en nuestras madres, nos ha abierto un camino para conocerle a El, la fuente del Amor.

Enriqueta, gracias por tu carta una vez más. Nos ha permitido, también, recordar con amor y agradecimiento a nuestras madres. Un abrazo,

+ P. Abad