22 de abril de 2011

VIERNES SANTO: LA PASIÓN DEL SEÑOR

Homilía predicada por el P. José Alegre, abad de Poblet
Is 52,13-52,12; Sl 30,2.6.12-17.25; He 4,14-16; 5,7-9; Jn 18,1-19.42

«¡Mirad el árbol de la Cruz, donde estuvo clavada la salvación del mundo!»

Es la invitación que nos hará la palabra y el canto del diácono. Y el canto-respuesta que, a modo de invitación mutua, nos hacemos todos: «Venid a adorarlo».

¿A quien hemos de adorar?

Al Maestro de dolores. A Aquel que nos puede mostrar el sentido de nuestros dolores en este mundo. A Aquel que destapa a nuestros ojos la humanidad de Dios, con sus dos brazos abiertos desabrochando el misterio.

Mirad el árbol de la Cruz donde podemos contemplar la luz del abandono sin reserva; el silencio aplastante, la desnudez más dramática, la quietud de la noche que asfixia como vestido agobiante.

Mirad el árbol de la cruz donde, como en un espejo, destella la luz de Dios, en un mediodía rebosante de tinieblas.

Mirad el árbol de la cruz, hoy. Mira el calvario de la humanidad de Dios hoy. La luz de la Palabra nos sugiere el camino de la contemplación de Dios en el hombre de hoy, la contemplación del amor de Dios, en la cruz del hombre de hoy: «Mirad mi siervo, desfigurado no parecía hombre, ni tenía aspecto humano». Este siervo es el que nos presentan los medios de comunicación cada día con más frecuencia, con más fuerza, con más viveza de muerte: esos huesos cubiertos de piel, con unos ojos hundidos ya sin brillo en la mirada. Esos ojos, esos rostros, hasta más de 300.000 niños africanos, esclavos, trabajando 12 y 14 horas para multinacionales del primer mundo. «Mirad el árbol de la cruz, donde está colgada la salvación del mundo».

«Los reyes no abrirán la boca cuando vean algo inenarrable, inaudito». Los reyes o gobernantes de nuestra sociedad del bienestar, no abrirán la boca porque no llegan a ver; oyen sin oír, ven sin ver, porque en torno a una mesa internacional con aromas de rosas y botellas de agua fresca, no llega el aroma a podrido de otras rosas, caídas en la arena seca, con sueños de nuevas esperanzas. «Mirad el árbol de la cruz, donde está colgada la salvación del mundo».

«¿Quién creerá en nuestro anuncio? ¿A quien se reveló el brazo del Señor?» A aquellos que se atreven a acercarse a la cruz de Cristo. Y si no te acercas al menos escucha su voz: «Mirad, los que pasáis por el camino. Pueblo mío, ¿Qué te he hecho? ¿en qué te he ofendido?». Es la Cruz, la que hoy te interpela… en ella está clavada tu salvación.

«Lo vimos sin aspecto atrayente, despreciado y evitado, hombre de dolores, acostumbrado a sufrimientos, despreciado, desestimado». Porque es un Cristo sin poder, sin dinero, sin sexo. Sin recursos, sin capacidad adquisitiva… En la debilidad está la fuerza. «Mirad el árbol de la cruz».

«Todos errábamos como ovejas, cada uno siguiendo su camino, y el Señor cargó sobre él todos nuestros crímenes». El Cristo errante, que es ya multitud, millones los desplazados en nuestro viejo, pero todavía hermoso planeta, peregrinos a ningún santuario, o abonados a permanentes listas de espera. Este Cristo crucificado, que nos prepara grandes crisis humanitarias.

«El Señor quiso triturarlo con el sufrimiento». Este es un gran misterio en la vida del hombre, en la vida de Dios. Y el hombre cada día amanece desorientado y receloso. Cada día con sus miedos y angustias. Cada día con noticias contradictorias, y al final, ya no saben si los cerezos volverán a florecer y a qué distancia de Fukushima. Tristemente, hay muchos «Fukushimas» en nuestra sociedad. «Mirad el árbol de la cruz, donde está colgada la salvación del mundo».

Los cerezos volverán a florecer, porque Cristo continua viniendo a su casa. Cada día viene al hombre que se dirige a su casa con el cántaro de agua. Cada día viene Cristo para celebrar su misterio de amor, que no se agota. Cada día viene Cristo dispuesto a plantar su cruz en el calvario del hombre, para proclamar un día y otro también, su amor. Y manifestar en su gran paradoja su belleza más grande, como sugiere Torras y Bages: «A mayor belleza, mayor amor. Esta es la ley. Y la plenitud de su belleza Jesús la manifiesta en el Calvario. Por eso el Calvario es el gran estímulo del amor entre los cristianos: clavado en la cruz es donde Jesús ha recibido de los hombres los abrazos más afectuosos».

Necesitamos acercarnos a la Cruz de Cristo. Solamente a quienes están junto a la Cruz se les revela la gloria de la cruz, descubren el sentido del dolor, penetran en la luz del misterio. Porque solamente de la cruz pende el amor. El amor paciente, el amor que espera, el amor que aguanta, el amor que perdona.

¡Mirad, pues, el árbol de la Cruz, donde estuvo clavada la salvación del mundo!

¡Mirad, el árbol de la Cruz, donde continúa clavada la salvación del mundo!