17 de abril de 2011

DOMINGO DE RAMOS: LA PASIÓN DEL SEÑOR

Homilía predicada por el P. José Alegre, abad de Poblet
Is 50,4-7; Salm 21,8-9.17-20.23-24; Filp 2,6-11; Lc 22,14-23,56

«Nos cuenta el evangelio de Juan un hecho interesante en torno a la fiesta de los Tabernáculos de los judíos: Jesús enseñando en el templo ante la admiración y el entusiasmo del pueblo. Llegan unos guardias enviados por los fariseos para detener a Jesús, pero también se quedan enganchados con los demás, admirados de las palabras de Jesús. Después hay un segundo momento cuando los guardias vuelven con las manos vacías. Empieza el debate en el sanedrín, unos rechazando, otros maldiciendo, y no faltan quienes se sienten interesados en Jesús. Al final, dice el evangelio, cada uno se marchó a su casa. Pero teniendo el deseo de tener a Jesús delante y conocerlo».

Cada uno a su casa. Hay un proverbio que dice: «Cada uno a su casa y Dios en la de todos». En este caso no sé si Dios estaría en la casa de cada uno. Dios se identifica con cada uno de los que le aman. Si Dios ha de estar en la casa de todos, tenemos que acoger a los demás en casa. A todos, si queremos encontrar a Dios. Para encontrar a Dios, no puedo aislarme en mi casa. Necesito una casa más grande. Necesitamos conocer a Jesús. Queremos conocer a Jesús. Entonces, tenemos que salir de casa.

Y esto es lo que nos sugería la monición del principio de esta celebración: «Hoy, nos disponemos a inaugurar en comunión con toda la Iglesia, la celebración de los misterios de la Pasión y Resurrección de Jesucristo. Por ello recordando con fe y devoción la entrada triunfal de Jesucristo en Jerusalén en la Ciudad Santa, le acompañaremos con nuestros cantos, participando de su cruz y merecer tener parte en su resurrección».

Cada uno en su casa. Sí, pero tiene que ser una casa grande donde puedan caber todos. Una casa grande para la comunidad, para todo el mundo.

Porque vino a su casa, a este mundo, haciéndose hombre, vivió como hombre hasta las últimas consecuencias, viviendo su amor llevado hasta el extremo en la cruz, y venciendo con su amor la muerte en la nueva vida de la Resurrección. Y anunció con gran fuerza el gran pregón de la reconciliación con Dios, y de la reconciliación de los hombres entre sí.

«¿Recordáis aquello de Adviento Navidad: habitará el lobo con el cordero, la pantera se tumbará con el cabrito, el novillo y el león pacerán juntos, un muchacho los pastoreará…?» (Is 11)

Hoy, Domingo de Ramos es la puerta abierta, para empezar una semana de puertas abiertas, de manera que podamos entrar y encontrarnos con nuestros hermanos y celebrar el gran Misterio de nuestra fe, con nuestros cantos y plegarias.
Hoy, Domingo de Ramos se abre la puerta de una Semana Santa y se nos invita a todos a celebrar el Misterio de un amor llevado hasta el extremo.

En la liturgia de hoy todo apunta a ofrecernos una especie de resumen de toda la semana: «Hoy tenemos la gloria y el rechazo hasta la muerte. La victoria y la muerte. Los ramos y la cruz».

Hoy es una puerta abierta y una invitación a celebrar este misterio de nuestra salvación, misterio de muerte y de vida, de cruz y de resurrección. Una invitación a todos los hombres y todos los pueblos.

Todavía hay muchos leones fuera, muchos lobos y cabritos… Fuera de la casa. Necesitamos entrar. Todos. Porque uno no sabe del todo bien si es lobo o cordero, león o cabrito…

No hay nada mejor que entrar y escuchar y celebrar, y cantar, y guardar en el corazón.

Y qué tengo que escuchar y celebrar y guardar en el corazón? La Palabra de la Vida, el amor vivido hasta el extremo. Que es lo que verdaderamente nos pacifica el corazón. Dejar que Él, Cristo toque tu corazón en tu circunstancia concreta que estás viviendo. Para mí, hoy, son palabras significativas estas:

«Bendito el que viene en nombre del Señor. ¡Hosanna en el cielo!»

«El Señor me ha dado una lengua de iniciado para decir al abatido una palabra de aliento».

«Se despojó de su rango tomando la condición de esclavo y pasando por uno de tantos».

«Os aseguro que uno de vosotros me va a entregar».

«Padre si es posible que pase este cáliz, pero no se haga mi voluntad sino lo que tú quieres».

«Dios mío, Dios mío, por que me has abandonado».

Y cada uno de vosotros puede escuchar a través de la Palabra proclamada, de la celebración aquella invitación que le hace el Señor a su vida concreta para vivir el amor sin medida, hasta el extremo. Cada uno marchó a su casa. Dios vino a su casa y los suyos no le recibieron. Tú puedes ser uno de esos. Las celebraciones es una invitación a entrar en la casa del Señor. O que Él entre en tu casa. Y vivir el amor, que es el camino de la Cruz y la Resurrección. «Cima de humanidad y manantial de Dios».