10 de abril de 2011

LA VOZ DE LOS PADRES

TEXTOS PARA LA CUARESMA
Domingo 5º de Cuaresma

San Gregorio de Nisa, obispo, Sobre la creación del hombre (SC 6,203-207)
Cristo realiza un milagro más sublime para que las obras visibles nos aproximen al milagro increíble de la resurrección. Uno de los amigos del Señor estaba enfermo: se llamaba Lázaro. El Señor, que se encontraba lejos, rechaza visitar a su amigo, porque la muerte, en ausencia de aquel que era la Vida, tuviera ocasión y poder de hacer su obra a través de la enfermedad. El Señor, aún en Galilea, explica a los discípulos el estado de Lázaro; les dice, concretamente, que va para verle, para levantar al que yace. Se van de Galilea, para que en Betania les iniciara al preámbulo de la resurrección universal.

Habían pasado cuatro días de aquel hecho. Ya habían cumplido con el fallecido los ritos habituales y el cuerpo había sido depositado en un sepulcro. El cadáver se empezaba a corromper en las profundidades de la tierra, según las leyes normales. Era algo de lo que había que huir, cuando la naturaleza se vio constreñida a devolver a la vida aquel que ya se corrompía, hasta el punto de que sus familiares más cercanos no soportan que el Señor se acerque al sepulcro debido al hedor del cuerpo en descomposición. Pero este hombre, con una palabra es devuelto a la vida. Y así se fundamenta la resurrección: lo que esperamos para toda la humanidad, se realiza ahora en uno de sus miembros.

Del mismo modo, en efecto, que en la renovación del universo, como dice el Apóstol, Cristo mismo bajará en un abrir y cerrar de ojos al grito del arcángel, y al toque de trompeta se levantaran los muertos para la inmortalidad, de la misma manera, ahora, aquel que, a una orden dada, se despierta de la muerte en el sepulcro como uno que se despierta del sueño, sale de la sepultura en toda su integridad y en plena salud, sin que las vendas con que tenía atados los pies y las manos le impidan salir.

De los sermones sobre la Cuaresma de san León Magno, papa
Ante la proximidad de los días que ilustrarán los misterios de nuestra salvación, debemos cuidar con mayor atención purificar nuestros corazones y tener un celo mayor para entregarnos a los ejercicios de virtud. También nuestra devoción debe ser algo más de lo acostumbrado. Cuanto más sublime es la fiesta, tanto más he de prepararse quien la celebra. Tengamos un esmero más generoso para embellecer la misma casa de la oración con un aparato más espléndido.

Vea si en lo íntimo del CORAZON se encuentra esta paz que da Cristo (Jn 14,27). Si el deseo espiritual no es combatido en él por alguna concupiscencia carnal, si no desprecia lo humilde y tiene ansias de grandeza (Rom 12,16), si no se regocija con alguna ganancia injusta, si no pone su satisfacción en el aumento inmoderado de sus riquezas, si, finalmente, el bien del otro no le hace arder de envidia, o, por el contrario, el mal del enemigo le hace saltar de alegría.

Cuanto más santamente pasemos estos días, tanto más religiosamente habremos mostrado que honramos la Pascua del Señor.