30 de enero de 2011

LA VOZ DE LOS PADRES

TEXTOS PARA EL TIEMPO ORDINARIO
Domingo 4º del tiempo ordinario

San León Magno, papa (del sermón 95 sobre las Bienaventuranzas)

Jesucristo nuestro Señor, recorría Galilea predicando el evangelio del Reino y curando enfermedades. Ahora se separa de las multitudes que lo rodean y se retira a una montaña que había en las cercanías. Se lleva a los apóstoles. Desde aquella sede sagrada les comunicará instrucciones excelsas. Por el lugar desde donde les habla y por la manera como lo hace, les dará a entender que él mismo desde un lugar similar se había dirigido a Moisés. Allí decretaba una justicia terrible, aquí, en cambio, impartirá una clemencia sublime. Quien había hablado a Moisés hablaba a los apóstoles. En el corazón de los discípulos el Verbo escribía, como con una pluma ágil de escribano, los decretos del Nuevo Testamento. No hacía falta que se concentrara en torno a él aquella negra espesor de nubes del AT, ni había que alejar al pueblo aturdido, y aterrorizado, con relámpagos y truenos. Esta vez hablaba con serenidad y transparencia y se dirigía a todos los que se le habían acercado. La suavidad de la gracia iba limando las asperezas de la ley, y un afecto filial sustituía el acatamiento temeroso de los sirvientes.

San Gregorio de Nisa (Homilía 6 sobre las Bienaventuranzas)

La salud corporal es un bien para el hombre, pero lo que interesa no es saber qué es la salud, sino estar sano. En efecto, si alguien explica los beneficios de la salud, pero después toma un alimento que produce en su cuerpo humores malignos y enfermedades, ¿de qué le habrá servido esa explicación si se ve aquejado por la enfermedad? En este mismo sentido debemos entender las palabras que comentamos, es decir, que el Señor llama bienaventurados no a los que conocen algo de Dios, sino a los que lo poseen en sí mismos. Felices —pues—, los limpios de corazón, porque verán a Dios.

Y no creo que esta manera de ver a Dios, la de aquel que tiene el corazón limpio, sea una visión externa, por decirlo así, sino que más bien me inclino a creer que lo que nos sugiere la magnificencia de esta afirmación es lo mismo que, de una manera más clara, dijo en otra ocasión: el reino de Dios está dentro de vosotros; para enseñarnos que quien tiene el corazón limpio de todo afecto desordenado a las criaturas, contempla, en su misma belleza interna, la imagen de la naturaleza divina.