23 de enero de 2011

LA CARTA DEL ABAD

Amigo Felipe:

Me dices en una carta que no sabes si me escribes para buscar respuestas a las principales cuestiones de la vida, que quizás yo he encontrado.

Felipe, yo creo que nunca tenemos una respuesta definitiva a las principales cuestiones de nuestra vida, porque un ingrediente principal de la vida es también nuestra muerte. Para mí esto revela la gran sabiduría de nuestro Creador. Nos ha creado como participes del misterio, de Su propio misterio, que nos desborda y nos fascina, nos atrae. Y creo que la posición más correcta ante una vida entroncada con la muerte es la abertura, para estar en una búsqueda permanente de sentido.

Creo que por aquí va la llamada de la Palabra de Dios cuando el evangelio de Mateo recoge la invitación de Jesucristo: Convertíos…

La conversión debe ser la vuelta hacia lo profundo del misterio, pero con todos los recursos de nuestra persona, una vuelta total. Esto nos exige trabajar nuestra persona en una línea de unificación. Nada fácil. Cuando en esta vida es tan frecuente aquello que dice san Pablo, quejándose de las divisiones de los cristianos: «Yo soy de Pablo, yo de Apolo, yo de Pedro, yo de Cristo». Divisiones que son frecuentes también en la vida social, cultural, política… Caminamos con muchas tinieblas en la cabeza y en el corazón…

Yo distinguiría tres niveles en lo que estamos llamados a incidir para poder acceder a lo hondo del misterio: el nivel del pensamiento, de las ideas; el nivel de las emociones, de los sentimientos; el nivel de las obras, de nuestra acción concreta.

La persona humana, en ocasiones tiene una gran "cabeza", pero le falta "corazón"; puede tener un gran corazón, pero no tener la "cabeza" bien iluminada. En otras ocasiones nuestra "conducta", nuestras acciones, no se corresponden con lo que decimos saber o sentir. Debemos unificarnos

No podemos ser dogmáticos, el dogmatismo seca la vida, la divide y problematiza, la hace infructuosa. En cambio aquel que escucha aquella palabra del profeta: «oigo en mi corazón, busca mi rostro», pone una gran pasión en su vida, que le va iluminando el camino. Entonces, ni la vida, ni Dios vienen a ser un problema. Todo es una invitación a penetrar en el misterio.

Esto me viene a recordar alguna de las palabras que escribió el contemplativo Tomas Merton en un mensaje al hombre de hoy, que le pidió el papa Paulo VI: «No se conoce a Dios tan profundamente, como para intentar resolver el "problema de Dios". Intentar resolver el "problema de Dios" es buscar el ver los propios ojos. No puede uno ver sus propios ojos, puesto que es con ellos con los que se ve. Dios es la luz por la que nosotros vemos, y gracias a la cual vemos, no un "objeto" bien definido llamado Dios, sino que vemos todo en él, el Invisible. Dios es Aquel que mira, la Mirada y Aquel que se ve. Dios se busca en nosotros, y la aridez y tristeza de nuestro corazón es la tristeza de Dios que permanece desconocido, y no se halla todavía en nosotros porque nosotros no nos atrevemos a fiarnos de la increíble verdad: su vida en nosotros. Pues, de hecho nosotros no existimos más que por esto: ser el lugar de su presencia, de su manifestación en el mundo, de su epifanía».
Felipe, debemos volvernos, convertirnos, hacia el misterio de Dios… El camino pasa por volvernos hacia el misterio del hombre, hacia nuestro propio misterio. Es nuestro camino de luz. Que no te falte nunca esta luz…

+ P. Abad