2 de febrero de 2011

LA PRESENTACIÓN DEL SEÑOR

Homilía predicada por el P. José Alegre, abad de Poblet
Mal 3,1-4; Sal 23, 7-10; Hebr 2,14-18; Lc 2,22-40

Blanca es com un ciri,
pura com un lliri,
la Verge divina
al temple camina,
duent en sos braços,
com nadó de llet,
el bon Jesuset.

Quan sant Simeó
veié el rei del món,
el pren i se'l mira,
—Maria, quin glavi
de pena i dolor
vos passarà el cor!

La Verge Maria,
després d'aquell dia,
mirava el fill seu
enmig de dos lladres,
clavat en la creu.

(Blanca com un lliri, de Jacint Verdaguer)

«La Verge divina al temple camina, duent en sos braços, com nadó de llet, el bon Jesuset». El profeta Malaquías anuncia esta venida del Señor: «De pronto entrará en el santuario el Señor, a quien vosotros buscáis, el mensajero de la alianza que vosotros deseáis: miradlo entrar… Viene como fuego de fundidor, como fundidor que viene a refinarnos».

Hace cuarenta días que esta luz plantó su tienda entre nosotros y su luz empezó a iluminar la noche de los pastores de Belén, para extenderse a la noche del mundo, a la noche de la historia de los hombres. Es la luz para alumbrar a las naciones, como cantamos en la antífona de entrada en la procesión con las candelas. Para alumbrar a cada uno de nosotros. Y refinarnos con su fuego…

Dios, que es pura luz se sale de sí mismo, se aliena para prender la luz fuera de sí mismo. La luz que es la imagen de Su verdad y de Su belleza. Crea su lámpara más preciosa: la criatura humana, y en ella, hecha a su imagen y semejanza, prende su verdad y su belleza. La criatura humana brillará al entrar en la existencia con la divina luz residiendo en su ser más íntimo.

No será extraño que una madre en la noche de Pascua permanezca extasiada mirando el rostro radiante de su hijo recostado sobre ella, recién bautizado. Toda una fiesta de luz: la mirada de la madre fuente de vida como colaboradora de Dios, la sonrisa balbuciente del hijo mirando a su madre, la luminosidad de la noche.

Pero el hombre, la lámpara de Dios puesta sobre el candelero, apagará su luz y se negará a encenderla de nuevo. En la creación seguirá brillando el sol, la luna, las estrellas, pero la lámpara de Dios seguirá apagada, sumida en profunda oscuridad.

Pero Dios volverá a encender su lámpara. Se reviste de nuestra naturaleza, para dejar dentro «su fuego de fundidor que purifica». Nuestro Dios, que es luz, se hace de nuestra misma carne y sangre, en todo parecido a nosotros sus hermanos, para dejar dentro de nosotros su fuego de fundidor, fuego que nos purifique. Por eso dirá el libro de los Proverbios: «La luz del Señor es el espíritu del hombre, que penetra hasta las profundidades de su ser» (20,27).

Cuando nos hacemos conscientes de esta luz, nos hacemos luz para los demás. En este nuevo encendido, María será quien con su sí hará posible la lámpara, de nuevo limpia, perfectamente ardiendo, iluminando toda la casa y mostrando a los hombres el camino para volver a la luz. Ella nos da en versión perfectamente humana, muy humana, la Luz, la Luz que nos invitará en nuestro mismo idioma: «Yo soy la luz del mundo, quien me sigue no camina en tinieblas, sino que va con la luz de la vida».

Pero será una luz acosada por las tinieblas, como nos dice Verdaguer recogiendo el pensamiento de la palabra: «María: ¡qué espada de pena y dolor herirá tu corazón¡ Y María, después de aquel día, miraba a Jesús, entre dos ladrones, clavado en la cruz».

Quizás por esto mismo esta fiesta de la presentación del Señor está ya a las puertas de la Cuaresma, vuelta hacia la gran vigilia de la Pascua. Un tiempo para contemplar la cruz de manera más asidua. Necesitamos contemplar la Cruz: «Mirad el árbol de la cruz donde estuvo clavada la salvación del mundo». La cruz se cambiará por el Cirio Pascual y el grito: «Mirad el árbol de la cruz» será sustituido por el grito: «Luz de Cristo». Pero no lo vamos a entonar bien, con el ritmo que requiere de nosotros, si previamente no hemos mirado el árbol de la cruz.

Desde este día, como María, miremos a Jesús, entre dos ladrones, clavado en la cruz. Pensando que uno de estos dos ladrones puedo ser yo o tú que me escuchas, o cualquiera de nosotros que estamos celebrando la luz que nos salva, pero conscientes de que Jesús como dice san Juan «ha venido a este mundo para abrir un camino, o un proceso, que los que no ven vean, y los que ven se queden ciegos».

Pidamos que la luz del Nacimiento, contemplando la oscuridad de la cruz, nos pernita ir haciendo el camino hacia la luz del Hombre nuevo.

Nos acompaña Santa María a quien saludamos en nuestro camino:

«Salve, llena de gracia. Salve oh toda reluciente, por quien ha desaparecido la oscuridad y ha brillado la luz. Salve, llena de gracia, por quien ha cesado la ley y ha aparecido la gracia. Salve inicio del gozo y fin de la maldición. Salve, verdaderamente llena de gracia, el Señor está contigo» (San Andrés de Creta, Hom. 4 de la Natividad de María).

Santa María, ven con nosotros en el camino de la Luz.