1 de enero de 2011

SOLEMNIDAD DE SANTA MARÍA, MADRE DE DIOS

Homilía predicada por el P. José Alegre, abad de Poblet
Num 6,22-27; Salm 66, 2-3.5-6.8; Gal 4,4-7; Lc 2,16-21


«Debajo de la nevada
está naciendo el verano.
Espera. Dame la mano
y no preguntes nada».

«Costa de Marfil al borde de una guerra civil, por la disputa del poder. ¿Y cuántos países se hallan en esta situación? Esto es una capa de nieve fría sobre el planeta. Pero hay más nevada: Se tiene la impresión de que de África solamente nos llega gente hambrienta en cayucos, que huye de sus países en guerra que provocamos los occidentales del llamado Primer Mundo. Pero nadie nos habla de otros "cayucos", los grandes barcos cargados de madera para nuestros muebles, materia prima para nuestros Tnos., cobre para nuestras instalaciones eléctricas, caucho para nuestros coches. La nevada de parados sigue cayendo en nuestra sociedad del bienestar, ya con el peligro de que la nieve se convierta en hielo. El sida continua segando vidas a razón de 6.000 personas diarias. Mientras la industria farmacéutica es reticente a abandonar sus privilegios. La lucha por el dominio sobre las fuentes de agua de la tierra convierte a ésta agua en una nieve extremadamente fría y resbaladiza, que adormece muchas esperanzas. Europa es luz y aliciente por los valores que simboliza, pero no siempre por las conductas concretas que encarnan estos valores. También esto es una gran nevada. 40 personas diarias sin techo son acogidas cada día por el Ayuntamiento de Lleida estos La luz un 10% más cara. Pero no más que un café. Por lo menos nos proporcionan material para hacer un muñeco de nieve, y sonreír».

Todo esto es una pobre muestra del enorme tapiz nevado que envuelve nuestro planeta.

Verdaderamente tenemos una fuerte nevada sobre la superficie de la tierra. Pero hay quien tiene una mirada capaz de atravesar el limpio blanco de la nieve y aspirar ya el cálido bienestar de la nueva estación.

Los datos no son fáciles para el optimismo. Pero nosotros acabamos de escuchar la Palabra de Dios.

Esta Palabra nos habla de la bendición de Dios que debe pasar a través nosotros: «Dirás a los israelitas… Que el Señor te bendiga».

La bendición siempre es la novedad de una nueva creación, hace lo que dice. Y esta bendición está deseando la protección, la luz, el favor de Dios. Pero Dios nos quiere hacer instrumentos de su bendición. Una bendición que viene como consecuencia de la mirada divina posada sobre nosotros

¿Somos conscientes de esta mirada divina? Es importante cruzar nuestra mirada con la mirada divina. Solamente de este cruce de miradas nacerá la paz en nuestro corazón.

Esto debería ser fácil para nosotros los monjes que estamos llamados a ser, así lo dice la Regla, buscadores de Dios, buscadores de la mirada divina.
Pero ¿no creéis que aunque el ritmo de nuestra vida no es endiablado como el de fuera, en la vida diaria de la sociedad, sin embargo también necesitamos atemperar algo nuestro ritmo?

No os parece que nos queda bastante por progresar en el deleite de los trabajos que hacemos cada día? Es decir aquel "entretener el tiempo", como recoger el tiempo en el corazón, un corazón que luego vive el deleite de hacer bien su trabajo, como una hermosa oración y alabanza a Dios

Quizás necesitamos vivir ese verso del inicio: «Espera. Dame la mano. Y no preguntes nada».

Espera esa mirada de Dios, su Palabra en el corazón, su luz en tu rostro. Y después dar la mano a tu hermano, sentirte cerca de él, No preguntar, sino hacer la alabanza desde el silencio del corazón, hacer el trabajo desde un corazón silencioso. No es fácil mantener un corazón silencioso, pero es la llave maestra para la experiencia de la paz.

Yo creo que aquí tenemos el camino para la paz. Un camino para la paz que necesitaremos a lo largo de este año.

Tenemos una buena compañía. La mejor compañía que se nos podía dar: La Reina de la Paz. María que nos ha traído el Príncipe de la Paz. María que envolvía las cosas con su mirada sencilla, amorosa, y las atraías hacia sí, para guardarlas en el corazón, como nos decía el evangelio.

Estos son los caminos en los que nos ofrece acompañarnos Santa María, Madre de Dios.

Ella nos da el Hijo en la carne, en nuestra misma naturaleza, para que sepamos reconocerle. Ella nos acompaña para con su ayuda acertemos a continuar darlo a la luz como Príncipe de la paz, en un mundo donde no hay paz.

Pero la placenta donde debe germinar esta semilla del Cristo, donde debe envolverse este precioso tejido de la vida, del Cristo, es otra palabra: NOSOTROS.

Los que oían a los pastores que hablaban de su experiencia del Mesías, se admiraban.

Demos la mano a Santa María, en silencio, no digamos nada. Hasta contemplar, como los que nos ven y escuchan se admiran de lo que decimos, y de lo que vivimos. Y caminaremos dando gloria y alabanza a Dios.