23 de enero de 2011

LA VOZ DE LOS PADRES

TEXTOS PARA EL TIEMPO ORDINARIO II
Domingo III del tiempo ordinario

De los sermones de Bossuet

Jesús comienza sus conquistas... Arroja sus redes; las extiende sobre el mar del mundo, un mar inmenso, un mar profundo, un mar tempestuoso y eternamente agitado. En el mundo quiere coger hombres, y, aunque el agua esté turbia, no pesca a ciegas: él sabe bien quien son los suyos; mira, reflexiona, escoge... «Bordeando el lago de Galilea, vio dos pescadores, Simón y Andrés, su hermano, y les dijo: venid conmigo, y os haré pescadores de hombres».

¡Venid, pescadores! Venid, Andrés y Simón; vosotros no sois nada, no tenéis nada. En vosotros no hay nada que valga la pena de buscar, solo hay una gran capacidad para llenar; estáis vacíos del todo, y principalmente vacíos de vosotros mismos: venid, pues, a recibir., venid a llenaros de esta fuente infinita.

Cuando la llamada es clara y cierta, quien es capaz de dudar un momento es capaz, también, de no seguirla del todo; quien puede dejar pasar un día puede dejar pasar toda la vida. Como habrá que cortar algo, cortad ya desde el comienzo, a fin de ser lo más pronto posible de aquel de quien queréis ser para siempre.

Mirad los apóstoles, ellos solo dejan un trabajo poco importante; y Pedro dice: «Nosotros lo hemos dejado todo». Unas redes: es todo el presente que cuelgan en su altar, son sus armas, es el trofeo que levanta su victoria. Está bien de servir aquel que hace justicia y que tiene en cuenta el amor, aquel que de verdad nos quiere ofrecer su reino y que tiene la bondad de quedar satisfecho tan solo con lo que tenemos en las manos.

De la Constitución sobre Sagrada Liturgia del Concilio Vaticano II, nº 7

Cristo está siempre presente en su Iglesia, sobre todo en la acción litúrgica. Está presente en el sacrificio de la misa, tanto en la persona del ministro, ofreciéndose ahora por ministerio de los sacerdotes el mismo que entonces se ofreció en la cruz, como, sobre todo, bajo las especies eucarísticas. Está presente con su fuerza en los sacramentos, de modo que, cuando alguien bautiza, es Cristo quien bautiza. Está presente en su palabra, pues, cuando se lee en la Iglesia la Sagrada Escritura, es él quien habla. Está presente, por último, cuando la Iglesia suplica y canta salmos, pues él mismo prometió: Donde dos o tres están reunidos en mi nombre, allí estoy yo en medio de ellos.

En verdad, en esta obra tan grande, por la que Dios es perfectamente glorificado y los hombres santificados, Cristo asocia siempre consigo a su amadísima esposa, la Iglesia, que invoca a su Señor, y por él tributa culto al Padre eterno.