16 de enero de 2011

LA CARTA DEL ABAD

Querida Carmen,

Acabamos de pasar los días de Navidad, donde celebramos el amor de Dios a los hombres, un amor tan desbordante que le lleva a revestirse de nuestra frágil naturaleza. Y todo esto por el deseo divino de acercarnos una luz especial que nos ilumine y oriente en la confusión de nuestra existencia.

Y de alguna manera mostramos nuestro deseo y nuestra necesidad de luz en estos días, cuando, en el ambiente de las casas, de las ciudades, ponemos más luces. Pero tengo la impresión que ese deseo y necesidad permanece en nosotros, que no llegamos a pacificar nuestro corazón con el encuentro de la luz, que continuamos en camino sumidos en bastantes tinieblas. Siempre tenemos necesidad de luz.

Por ello quise hablar contigo, que te mueves de modo especial en este mundo de la luz, de los objetos iluminados, que buscas plasmar personas que destellan luz.

Tus palabras me resultaron muy sugestivas: «La luz es un elemento primordial, intangible; presente en el fondo, en la base. Yo parto de esta luz que está en la base, en el blanco. Esta luz se traduce, luego, a través del color. A través de trasparencias, con pigmentos muy diluidos en capas, "subo" hacia el color».

Y yo me pregunto si la palabra del profeta no está en esta línea cuando Dios dice a través de él: «Desde el vientre me formó siervo suyo… Es poco que seas mi siervo, te hago luz de las naciones».

La luz divina está en la base de nuestra vida, que necesitará manifestarse "por transparencias" y "subir hasta el color" de las cosas, de las personas, en una palabra de la vida misma.

Somos luz en el Señor, enseña san Pablo: «Vivís en la luz y en pleno día. No pertenecemos a la noche ni a las tinieblas. Estemos despiertos». Es decir hay que incorporar a ese "blanco de la base" los pigmentos" que nos lleven hacia el color de la vida.

Hay otra cosa muy interesante para mí cuando dices que "pones las notas de color para dirigir la mirada del espectador hacia un objeto concreto"… Yo creo que también nuestra luz no es para ponernos a nosotros mismos en el candelero, sino para llevar la mirada del corazón hacia lo profundo. La mirada del otro, para que se encuentre con la luz. Entonces es cuando yo me hago servidor de la luz, que nace también de la base, de lo profundo. Lo importante es el otro… Yo me pregunto, muchas veces, a mí mismo, por qué nos cuesta tanto tomar conciencia de que lo importante es el otro, que en la medida que el otro tiene un protagonismo en mi vida, y no buscando su dominio, mi vida adquiere más madurez, más plenitud, es vida más auténtica.

Y esto vendría estar también de acuerdo contigo cuando me dices que la luz es una herramienta al servicio de un sentimiento interior.

Así debe ser en nuestra existencia: la luz como una herramienta que emerge desde nuestro mundo interior, pero para ponerse al servicio de una luminosidad exterior.
Hoy nos dice la Palabra: «Te hago luz de las naciones». Yo debería escuchar esta palabra en la blancura de mi corazón, y mediante "transparencias" ir perfilando por el color la belleza y la verdad de mi vida.

Pero quizá la "base" no está del todo blanca. Necesitó cuidar la blancura del corazón. Gracias, Carmen, por tus palabras, por tu luz y por la belleza de tu color.

Un abrazo,

+ P. Abad