9 de enero de 2011

LA CARTA DEL ABAD

Querido Juan Pablo,

Recordando nuestro reciente diálogo a través del teléfono cuando al decirte: «hemos de ser en este tiempo muy humanos», tú contestaste: «en esto estamos de acuerdo».

En otras cosas no estamos tan de acuerdo. Por ejemplo en lo referente a nuestra vida monástica. Es evidente, que no estás solo en esta idea que tienes de la vida monástica. Creéis que nuestra vida sería más eficaz en una vida cristiana más activa. Pero no es el activismo humano quien cambia el mundo, ni tampoco, por supuesto el corazón del hombre. Es el amor. Solo el amor puede transformar el mundo. Y difícilmente puede transformarse el mundo cuando el hombre vive el amor a nivel de la superficie, ya que la eficacia del amor se produce cuando penetra en el interior del hombre y llega al corazón. Y hoy el hombre moderno vive la vida superficialmente. Y por lo mismo en consecuencia también humanamente es superficial.

La vida monástica, los monasterios, son centros de amor. Son comunidades que están llamadas a vivir el amor dentro de nuestra sociedad. Y con el amor otros valores muy humanos de los cuales tiene necesidad el hombre del hoy. Y esto dentro de la nuestra debilidad humana, con la cual siempre hay que contar. No somos super-hombres.

Pero en nuestro diálogo por teléfono todavía apuntamos a un nivel más profundo: «y cuando somos profundamente humanos, de manera creciente, estamos tocando a lo divino». Tú, volviste a contestar: «en esto estamos también de acuerdo».

Se me han ocurrido estas líneas con motivo de la fiesta del Bautismo del Señor, el próximo domingo, que también nos viene a recordar nuestro propio bautismo y nuestra responsabilidad cristiana, que en muchos cristianos deja bastante que desear.

Por el bautismo nos incorporarnos a Cristo, a través de la Iglesia, recibimos el Espíritu de Cristo. Como hay cristianos no practicantes, o que están en contra de lo que hace la Iglesia, que tampoco lo hace todo mal, deciden no bautizar a sus hijos, y que decidan ellos de mayores.

Pero incorporar a un hijo a la Iglesia por el bautismo es sobre todo incorporarlo a Cristo, abrirlo al Espíritu de Cristo, en una palabra: es ponerlo en el camino de Dios, empezar a darle el sentido de Dios, como el sentido más iluminador y pleno de su vida.

Y este camino debe ser sobre todo un camino profundamente humano. Profunda y crecientemente humano, para que llegue a tener un día una experiencia personal del «hombre»: Cristo.

La Palabra de Dios de la fiesta del Bautismo nos enseña también en esta línea: «Dios no hace distinciones; acepta al que lo teme y practica la justicia, sea de la nación que sea». «Jesús pasó entre los hombres con la fuerza del Espíritu Santo, haciendo el bien y curando».

Muchas otras referencias podríamos referir de los evangelios, que nos ponen de relieve la profunda humanidad de Jesucristo, como el camino que Dios ha elegido para que el hombre se encuentre con Él.

Juan Pablo, espero que sigamos estando de acuerdo. Un abrazo,

+ P. Abad