30 de enero de 2011

LA CARTA DEL ABAD

Querido Miguel,

Gracias por tu carta, prometida (una para cada estación del año). No estaba seguro que iba a recibirla. Llegó. Tu carta también es belleza. Me escribes cosas como esta: «¡qué belleza hay en la "Pulchrum Regina omnium nostra", del llibre Vermell de Montserrat! La estoy escuchando mientras escribo estas líneas, y, de nada, ha surgido un momento especial: el silencio de la casa rasgado levemente por la música, tu recuerdo… Y entonces he pensado que esto es la Belleza, este momento breve que casi ya ha pasado. No es la belleza vulgar que el hombre pronuncia cada dos o tres palabras y que encierran múltiples cosas pensamientos, abstracciones. No sé tampoco definirla».

Yo creo, Miguel que la belleza no es para definirla, sino para vivirla, para gustarla en una experiencia singular. A través de una experiencia musical como el Llibre Vermell, o también a través de una relación personal vivida en una combinación de silencio, palabra y afecto... Porque creo también que la belleza tiene mucho que ver con una sabia combinación de silencio y de palabra.

Tú mismo dices que del silencio de la casa, rasgado por la música… El silencio y una palabra, musical en este caso. La música también es una sabia combinación de notas y silencios. Pero en el fondo, opino que siempre estará el ritmo de la palabra como fuente de belleza. Con la palabra manifestamos nuestro mundo interior. En la palabra está la vida, la belleza. Hoy no solemos ser adictos a la palabra, a una buena palabra nacida de un atento silencio. No solemos ser adictos o quizás mejor fieles a una buena palabra, o quizás mejor a la mejor palabra que nos ha ofrecido el Hombre: la palabra de las Bienaventuranzas. A esta palabra, que es el núcleo de la vida del cristiano, pero que no mueve toda nuestra existencia. Nos atrae más la norma, la ley, el mandamiento. Nos da miedo la aventura. Hoy todo lo queremos tener seguro; la norma: el cuarto, el sexto, el noveno… Al punto queremos tener la respuesta. La etiqueta en nuestras manos. Incluso con respecto a Dios. Y el Espíritu de Dios sopla donde quiere y cuando quiere… Esta palabra no la tenemos aprendida. Como no tenemos aprendida esa lección del Monte de las Bienaventuranzas, donde se habla se temas importantes para la vida: justicia, pobreza, misericordia, paz… Desconocemos en gran medida la música de estas palabras. El ritmo musical de estas palabras nos es necesario para la vida. La vida no es norma, rigidez… la vida es aventura, flexibilidad, gracia, misterio, color… y mucho de todo lo que hay guardado en estas palabras tiene que ver con las palabras del Sermón de la Montaña.

Me comentaba un amigo músico, que vive la música y vibra con ella hasta lo más íntimo de su ser, que la música tiene color. Escuchándole a él, estoy seguro. Su palabra vibra hablando de música. Su gesto le acompaña. Su vida tiene color. Contagia entusiasmo por la vida.

Tenemos estas tres palabras preciosas: palabra, música, color. Y además creo que son muy necesarias para vivir la aventura de la vida con entusiasmo. Pero les pediría a mis amigos pintores que si tuvieran que pintar el cuadro de las Bienaventuranzas… qué palabra subrayarían con un color determinado.

Miguel, gracias por tu carta llena de la belleza de otoño…

Un abrazo

+ P. Abad