3 de abril de 2015

VIERNES SANTO DE LA MUERTE DEL SEÑOR

Homilía predicada por el P. José Alegre, abad de Poblet
Is 52,13-53,12; Sl 30,2.6.12-17.25; He 4,14-16; 5,7-9; Jn 18,1-19.42

«A los que yo amo los reprendo y los corrijo; sé ferviente y enmiéndate. Mira que estoy a la puerta llamando: si uno me oye y me abre, entraré en su casa y cenaremos juntos» (Apoc 3,19).

Hoy la mesa es especial. Una mesa hecha de dos maderos cruzados. Hoy la mesa es una cruz. Son muchos, innumerables, los que están sentados en esta mesa. Habría que añadir algo más, o mejor: pensar que somos fabricantes de mesas en cruz.

¿Acaso no es fabricar cruces, innumerables cruces vender en el año más de 3.900 millones de armas, después de pasar en 10 años de 400 a 3.900, y ser los séptimos en el mundo en la venta de estas cruces?

¿Acaso no es fabricar cruces que nuestro planeta tenga 218 millones de niños entre 5 y 17 años, en condiciones de esclavitud, en trabajos forzosos, explotación sexual, niños soldados…?

¿Acaso no es fabricar cruces que en nuestro planeta haya 870 millones hundidos en la miseria del hambre y griten también que tienen sed de saciarse, cuando en el planeta estamos 7.000 millones pero se produce alimentos para saciar a 12.000 millones?

Esta es una pequeña muestra de la inmensa fabricación de cruces de nuestra sociedad. Porque hay muchos otros espacios de nuestra sociedad donde se fabrican cruces. Aquí, por desgracia, no hay paro.

Fabricamos muchas cruces pero no para que queden vacías. Inmediatamente las llenamos de crucificados.

Y hoy Viernes Santo volvemos a escuchar el grito en la celebración litúrgica:

«Mira el árbol de la cruz donde estuvo clavada la salvación del mundo. Venid a adorarlo».

Pero, acaso, antes tendríamos que cambiar el verbo de esta frase para que nos llegue el sonido con más actualidad, y decir:

«Mira el árbol de la cruz donde está clavada la salvación del mundo. Venid a adorarlo».

Porque el que estuvo clavado como salvación del mundo dijo también: «Lo que hicisteis con uno de estos más humildes conmigo lo hicisteis».

Por tanto si ayer estuvimos sentados a la mesa de la Eucaristía con el Señor, que nos manifestó el más profundo y entrañable amor, hoy hemos de tener el coraje de mirar al árbol de la cruz. Ayer Cristo en la Ultima Cena nos enseñaba la necesidad del servicio para ser cristiano. Hoy nos pide mirar el árbol de la Cruz, su Cruz. Hoy hemos de saber aguantar el silencio de Dios y mirar el árbol de la cruz donde está clavada la salvación del mundo, es decir tu salvación, la mía, la de toda persona humana.

Hoy hemos de aguantar el silencio de Dios y mirar el árbol de la cruz y dejar que su madera manchada de sangre manche también nuestro corazón. Y que allí dentro la palabra del profeta, ilustre el retrato del crucificado con su palabra dura, pero llena de vida, nuestra existencia:

Desfigurado no parece hombre; no tiene aspecto humano
Ante él muchos cierran la boca, miran a otra parte
Sin figura, sin belleza, despreciado y evitado, hombre de dolores y de sufrimiento
Ante él buscamos otras figuras, otras bellezas
Traspasado, triturado por nuestros crímenes. Es dura la palabra del profeta: dice que traspasado por nuestros crímenes.
Muchos crucificados, mudos, sin defensa, sin justicia.

«El Amado se mostró a su Amigo vestido con nuevos hábitos color púrpura, y extendió los brazos para que el Amigo pudiera abrazarlo, e inclinó la cabeza para que pudiera besarle, y la Cruz estaba en el cielo para que sus ojos pudieran encontrarle siempre» (Libro del Amigo y del Amado, 90).

Sí, el Amado se nos muestra hoy con nuevos vestidos también de color púrpura y con este perfil dramático que nos describe la palabra del profeta Isaías. Y este Amado continúa con sus brazos extendidos y la cabeza inclinada hacia nosotros, para que podamos abrazarle. O sea que no basta con mirar el árbol de la cruz, es preciso también abrazarla.