23 de mayo de 2010

DOMINGO DE PENTECOSTÉS (C)

LA BELLEZA DE LA PALABRA DE DIOS EN LA HOMILÍA
Hech 2,1-11; Salm 103, 1.24.29-31.34; 1Cor 12,3-7.12-13; Jn 20, 19-23

Reflexión: Pentecostés

El Pneuma, el Espíritu Santo viene a ser como el "último toque", tanto en la Santísima Trinidad como en el plan divino de la salvación. El fruto de este Misterio es la Iglesia. El Espíritu Santo es quien la perfecciona en la santidad. Le comunica la santidad, la santidad de Dios. Cristo es la Cabeza de la Iglesia, y de Él parte el espíritu divino que recorre todos los miembros. Hace que la Iglesia sea un solo Cuerpo en el único Espíritu. Esta fuerza de Dios «la ejerció en Cristo resucitándolo de entre los muertos y sentándolo a su diestra, por encima de todo principado» (Ef 1,20-23).

El día de Pentecostés, el Señor glorificado se formó para sí a su Iglesia como Cuerpo suyo y como Esposa, y le comunica su fuerza vital divina.

Este don de Dios ha sido confiado a la Iglesia. Del mismo modo que comunicó su soplo a la carne modelada, para que al recibirlo queden vivificados todos sus miembros; en este don estaba contenida la comunión de vida con Cristo.

Dice Pablo: «En la Iglesia puso Dios a los Apóstoles, a los Profetas, a los Doctores» suscitados por la acción del Espíritu, para que con el servicio particular de cada uno ir edificando el Cuerpo en la comunión, en la unidad.

Donde está la Iglesia está el Pneuma, el Espíritu de Dios, el Espíritu Santo. Los que no lo reciben, o quienes no lo escuchan son los que se fabrican cisternas agrietadas, y beben el agua sucia del fango. Se alejan de la fe de la Iglesia para no dejarse guiar. El Pneuma, en cuanto fuerza vital de la Iglesia es fruto de la Pasión y Resurrección del Señor; y la Iglesia es también fruto del Misterio Pascual. Lo que decimos de toda la Iglesia lo decimos también de cada uno de los que están incorporados a Cristo. Son "almas eclesiales", según expresión de Orígenes y de san Ambrosio. Toda alma que tiene una fe viva lleva dentro de manera viva el Espíritu Santo. Es la prenda de nuestra filiación divina, como dice Pablo: «Dios envió a nuestros corazones el Espíritu de su Hijo que grita: ¡Abba, Padre!» (Gal 4,6).

Y como el Pneuma, el Espíritu, es Dios, el alma queda divinizada por participación, por gracia. Puede conocer y contemplar las cosas de Dios. Así pues el Espíritu de Dios crea al "hombre nuevo" a imagen de Dios, le inspira la vida sobrenatural de Dios y le prepara para la eterna comunión de vida con Dios.

El Misterio de la fiesta de Pentecostés es el acto redentor de Cristo en cuanto que nos comunica la vida divina en plenitud. El Espíritu no se hizo carne como el Verbo; sin embargo vino a nosotros. Por la Muerte y Resurrección de Cristo, Dios está en medio de nosotros y dentro de nosotros. En una posesión plena y permanente.

Palabra

«Estaban juntos el día de Pentecostés. De repente un ruido, como de un viento recio, resonó en toda la casa». "Estaban juntos", dedicados a la oración. Estaban preparando la tierra donde ya había caído la "semilla" de la Palabra, y como hombres del "tiempo" estaban en la espera, que llegará el "tiempo de Dios" en la vida. Todo trabajo en línea de unidad y reconciliación, es siempre preparar la tierra para que el Espíritu de Dios se manifieste plenamente.

«Hay diversidad de dones pero un mismo Espíritu». Lo importantes es que cada uno reconozca y aprecie y valore el don que ha recibido. Cada uno tiene el suyo.

«Diversidad de servicios, pero un mismo Señor». Lo importante y necesario es que cada uno en la comunidad desempeñe un servicio concreto. Cada uno tiene capacidad para un servicio. Nadie es tan pobre que no tenga algo que poder ofrecer.

«Diversidad de funciones, pero un mismo Dios». Es vital que cada uno sea consciente de esta gran verdad: solo hay una fuente de vida, y de esa fuente bebemos todos, y saciamos nuestra sed.

«Paz a vosotros. Y los discípulos se llenaron de alegría». Sólo la paz es fuente de alegría. Pero esta paz auténtica solo la da el Señor, no el mundo.

Sabiduría sobre la Palabra

«El Espíritu, como nos dice Lucas, descendió sobre los discípulos en Pentecostés, después de la ascensión del Señor, para introducir a todos los hombres en la vida y hacerles participar en la nueva Alianza; por eso alababan a Dios en todas las lenguas, mientras el Espíritu congregaba en la unidad a los pueblos más distantes i ofrecía al Padre las primicias de todas las naciones. Por todo ello había prometido el Señor enviarnos al Paráclito, a fin de que nos transformara para Dios. Pues así como el trigo seco, si no hay agua, no puede formarse una masa ni hacerse siquiera un solo pan, del mismo modo tampoco nosotros podríamos llegar a formar una unidad en Cristo Jesús sin el agua que proviene del cielo. Y así como la tierra seca no puede fructificar si carece de humedad, tampoco nosotros, que éramos leño seco, hubiéramos podido dar frutos de vida sin la lluvia de la voluntad divina». (San Ireneo, Tratado de las Herejías)

«Si el Espíritu Santo está en ti, por sus operaciones comprenderás absolutamente en ti lo que dice acerca de él el Apóstol: Donde está el Espíritu del Señor, allí está la libertad, (2Cor 3,17) y: el cuerpo está muerto a causa del pecado pero el espíritu es vida a causa de la justicia (Rom 8,10), y: los que son de Cristo han crucificado su carne con sus pasiones y deseos (Gal 5, 24). Todos los que han sido bautizados en el Espíritu Santo (1Jn 1,33) han sido revestidos enteramente de Cristo (Gal 3, 27), son hijos de luz (Lc 16,8) y andan en la luz que no tiene ocaso (1Jn 1,7); y viendo el mundo no lo ven; y oyendo las cosas del mundo no escuchan (Mt 13,13). Como está escrito acerca de los hombres carnales: viendo no ven, escuchando las cosas divinas no comprenden (Lc 8, 10) ni pueden comprender las cosas del Espíritu (1Cor 2,14), porque para ellos es locura. Así pienso igualmente acerca de los que tienen en sí el Espíritu Santo: llevan un cuerpo pero no están en la carne: Vosotros, dice, no estáis en la carne sino en el Espíritu si al menos el Espíritu de Dios habita en vosotros (Rom 8,9); están muertos para el mundo y el mundo para ellos: Para mí el mundo está crucificado y yo para el mundo. (Ga 6,14)». (Simeón, el Nuevo Teólogo)