19 de junio de 2016

DOMINGO XII DEL TIEMPO ORDINARIO (Año C)

Homilía predicada por el P. José Alegre
Zac 12,10-11; 13,1; Sal 62; Gal 3,26-29; L c 9,18-24

«Señor, tú eres mi Dios, por ti madrugo, mi alma está sedienta de ti, mi carne tiene ansia de ti… toda mi vida te bendeciré…»

El salmista no le reza a un Dios indefinido, extraño, sino a «mi Dios». Quiere decirle claro desde el principio: «Tú, eres mi Dios». Hay una utilización de los pronombres personales o posesivos en un tuteo amoroso: «mi Dios, te busco, sed de ti». Quiere vivir con Dios como en su propio hogar. Por ello escribirá el poeta:

«Para vivir no quiero islas, palacios, torres;
qué alegría más alta vivir en los pronombres».
(Pedro Salinas)

Este salmo es como el encuentro de dos sedientos: Dios y el hombre. Un encuentro de la sed infinita de Dios por darse en amor al hombre, y la sed del hombre por responder a ese amor. «Dios tiene sed, dice san Gregorio Nazianceno, de que el hombre tenga sed de Dios».

En el evangelio contemplamos como Jesucristo, cuyo alimento es hacer la voluntad del Padre, da, como hombre la respuesta que Dios espera de nosotros. Contemplamos a Cristo en diálogo con sus discípulos. Y podemos percibir como también se utilizan los pronombres:

«¿Quien dice la gente que soy yo?» ¿Qué se dice de mí? El pronombre en tercera persona. «Dicen que si eres Elías, dicen que si eres el Bautista…»

Pero Jesús no va con rodeos con sus discípulos. Nos lanza la pregunta directa, personal, a cada uno: «Y vosotros qué decís?» Y la respuesta viene de todos por boca de Pedro: «Tú eres el Mesías…»

¿Es también ésta tu respuesta? Una respuesta desde tu vida concreta, comprometida, con el Espíritu de Jesucristo. Se trata de vivir en los pronombres, pero no en los pronombres indefinidos se dice, se habla… sino en los pronombres de la invocación, con aquellos pronombres con los que invocamos a Dios, con los que nos abrimos a una relación personal con Dios: «yo, tú». «Tú eres mi Dios, yo te busco, te bendeciré». ¿Nos sale esta respuesta desde el corazón?

Tenemos necesidad de una relación que nos una, nos religue a la persona de Cristo, y dé un sentido profundo a nuestra existencia.

Como enseña el poeta: «El Amigo y el Amado ataron sus amores con los lazos o los nudos de la memoria, del entendimiento y de la voluntad, para que no pudieran separase jamás; y la cuerda con la que se ataron estaba tejida de pensamientos, de sufrimientos, de suspiros y de lloros». (Libro del Amigo y del Amado, n. 126)

Este es el camino para revestirnos de Cristo. De este revestimiento nos habla san Pablo cuando se remonta al bautismo mediante el cual empezamos a estar arraigados en Cristo, y empezamos a ponernos el vestido de Cristo: «judíos o griego, esclavo o libre, hombre o mujer. Todos una sola cosa en Jesucristo». Todos, una diversidad de personas, sí, pero revestidos de esa unidad profunda y fuerte que nos da Jesucristo.

Ahora bien, Jesucristo nos aclara un poco más acerca de cuál debe ser nuestro camino, de cómo nos vamos revistiendo de él. «Quien quiere venir conmigo, debe negarse a sí mismo, tomar cada día la cruz» y dar su vida con la fuerza del amor. La cuerda que liga, que ata el Amigo y el Amado son los pensamientos, los sufrimientos, suspiros y lloros…

Es decir que tenemos por delante toda una tarea apasionante y nada fácil, pues está en el centro de la vida la cruz. Pero también está en el centro de tu vida, de tu corazón el DESEO DE DIOS. Por esto es bueno aprender y decir las palabras del salmo: «Señor, tu eres mi Dios, por ti madrugo, mi alma está sedienta de ti, mi carne tiene ansia de ti… toda mi vida te bendeciré».