13 de noviembre de 2014

PROFESIÓN REGULAR DE OBEDIENCIA DE FRAY DAVID RENART

Alocución del P. José Alegre, abad de Poblet
Regla de San Benito, capítulo 5º: La obediencia

«El primer grado de humildad es una obediencia sin demora. Esta obediencia es propia de aquellos que ninguna cosa estiman tanto como a Cristo».

La respuesta que das hoy es que quieres «asumir este camino de la obediencia monástica, para configurarte más y más a Cristo, humilde y obediente». No olvides esta promesa a lo largo de tu vida, y te aseguro que dirán de ti: es un buen monje. ¿Y qué es un buen monje? El que se asimila, se configura a Cristo. El programa para esta asimilación a Cristo ya está hecho y experimentado a lo largo de los siglos. Mira, aquí tienes la experiencia de monjes venerables:

«Monje es un abismo de humildad que ha sometido y dominado en sí mismo todo espíritu malo» (Juan Clímaco, Escala 22,22). Todos tenemos necesidad de dominar este espíritu malo. Luego este es un buen consejo.

«Monje es aquel que ha apartado de su mente las cosas materiales, y que mediante la continencia, la caridad, la salmodia la plegaria tiene la mirada fija en Dios» (Máximo el Confesor, Centurias sobre la caridad 2,54). Nuestra mente no está totalmente alejada de lo material. Necesitamos estas gafas de la caridad, salmodia, meditación… para tener la mirada en Dios.

«Monje, de hecho es aquel que mira sólo a Dios, desea sólo a Dios, se dedica sólo a Dios, elige servir sólo a Dios, y viviendo en paz con Dios viene a ser un servidor de paz para los demás» (Teodoro Estudita, Pequeñas catequesis, 39).

Solo Dios basta, nada te turbe…, pues sí, nos turban todavía muchas cosas en la vida monástica, por ello tenemos necesidad de volver una y otra vez la mirada a Cristo que es el camino, que nos abre la ventana a la experiencia de Dios y a hacernos conscientes de que es verdad que todo se desvanece en este mundo rápidamente, y que sólo Dios basta, porque él permanece.

Desea ardientemente su paz. «Cristo es nuestra paz». Sólo él pacificará tu corazón. Si obedeces podrás vivir la alegría de ser pacificador de otros.

Esta obediencia monástica, como la pone de relieve otra de las preguntas del Abad es una escucha humilde y permanente de la Palabra de Cristo. Esta obediencia monástica no es sólo para ti sino que es para toda la comunidad como sugiere otra pregunta del abad: «obedecer a los superiores y buscar la voluntad de Dios practicando la obediencia en una escucha mutua con los demás miembros de la comunidad».

Puedes dar una mirada al camino recorrido en tu corta vida monástica. También podemos tener esta mirada los demás monjes que te acompañamos. Es muy posible que percibas que los momentos vividos con más paz interior, y con más alegría, son aquellos vividos a partir de un mandato recibido y realizado con una obediencia de corazón. Esos momentos vividos en la obediencia son momentos que nos centran la vida en profundidad, a no ser que uno esté tan descentrado que viene a ser una maquina humana tan desquiciada que no sirve sino para el desguace. Y ya sabemos que los desguaces son para que otros aprovechen piezas para sus máquinas.

Por esto yo quiero decirte con abbá Iperechio, que «el tesoro del monje es la obediencia. Quien la posee será escuchado por Dios y vivirá con confianza ante el Crucificado, porque el Señor se hizo obediente hasta la muerte». (Iperechio, 8).

Y todavía un matiz interesante que nos aporta abbá Mios: «Obediencia por obediencia:si uno obedece a Dios, Dios le obedece a él» (Abba Mios, 1).

No puede ser de otra forma, ya que vivir con fidelidad la obediencia es hacer nuestra la actitud de Cristo que se hizo obediente hasta la muerte. Cristo tiene como alimento hacer la voluntad del Padre, obedece en todo al Padre, y el Padre le obedece dándole la respuesta de confirmarle en su vida, en su doctrina, diciéndonos que tenía razón.

Así que la obediencia es el camino seguro, único, para llegar a Dios. Coloca a la criatura en el lugar que le corresponde dentro de la obra armónica de la creación. Si esa obediencia es perfecta, la mantiene completamente unida a la voluntad de Dios, y no de una manera estática, sino que moviéndose ambas voluntades al unísono hace que la humana colabore con la divina y sea una plasmación continua del deseo, del querer de Dios. San Benito ha comprendido la trascendencia de esta virtud a la luz de la figura de Cristo, en obediencia total a la voluntad del Padre. Para san Benito, la obediencia es, junto con la humildad, la base del ascetismo monástico, lo que nos pone en el camino de nuestra verdadera realización como monjes.

David, toma buena nota. Y no pierdas la agenda.