15 de agosto de 2013

ASUNCIÓN DE SANTA MARÍA VIRGEN

Homilía predicada por el P. José Alegre, abad de Poblet
Apoc 11, 19; 12, 1.3-6.10; Sal 44, 11-12.16; 1Cor 15, 20-26; Lc 1, 39-56

San Bernardo tiene una página en la que comenta con una inmensa ternura y belleza la Asunción de la Madre de Jesús, muestra de su sensibilidad y profunda devoción a santa María, lo que hace que sea uno de los Santos Padres que más escritos tiene sobre ella.

«Habrá alguien capaz de imaginar la gloria que envuelve hoy a la Reina del mundo, el entusiasmo con que salen a su encuentro las legiones celestes, los cantos que le acompañan al trono glorioso? ¡Con qué aspecto tan afable, con qué mirada tan tierna y con qué abrazos tan divinos la recibe su Hijo! Es encumbrada por encima de toda criatura con el honor que merece tal madre y la gloria propia de tal Hijo. ¡Qué besos tan sabrosos le estampaba con sus labios al mamar y cuando la madre le acariciaba en su seno virginal! Pero son mucho más inefables los que hoy recibe de la boca del que está sentado a la derecha del Padre, cuando sube al trono de la gloria cantando aquel poema nupcial: Que me bese con besos de su boca. ¿Quién es capaz de explicar cómo fue engendrado Cristo y en qué consistió la asunción de María? Aquí recibió una gracia incomparable, pero es mucho más extraordinaria la gloria que recibe en el cielo». (San Bernardo, Sermón I sobre la Asunción, 4)

Hay alguien capaz de imaginar la gloria de María en este solemnidad? ¿Quién es capaz de explicar en qué consistió la asunción de María?

María la contemplamos siempre inmersa en el misterio de amor revelado por Dios. La revelación de este misterio de amor es que Dios tiene el proyecto de incorporarnos a su misterio de amor. Y la primera en incorporarse a este misterio es santa María, como nos sugiere la oración-colecta: «Dios ha llevado al cielo en cuerpo y alma la inmaculada Virgen María, Madre de Cristo». Y simultáneamente este misterio de amor nos abre el camino a todos nosotros como también dice dicha oración: «haced que con la mirada en las cosas celestiales merezcamos de tener parte en su gloria».

Pero nos conviene contemplar o reflexionar sobre el camino llevado a cabo por María. ¿Cuál es este camino? El camino de una persona creyente. Así lo constata su prima Isabel: «Feliz tú que has creído. Lo que el Señor te ha hecho saber se cumplirá». María es nuestra referencia primera en la fe. Ella, santa María del silencio, el silencio de evangelio, es la perfecta receptora de la Palabra. Comentaba san Bernardo: «¡Qué besos tan sabrosos le estampaba con sus labios al mamar y cuando la madre le acariciaba en su seno virginal!»

Pero este beso, un beso silencioso que destilaba su boca y su corazón, era permanente en María, abierta al misterio divino en un deseo vivo de una comunión con el Amor.

El BESO es una conjunción de cuerpos exterior y afectuosa, signo también y estímulo de una unión interior. Mediante el servicio de la boca busca, en un intercambio mutuo, la conjunción del cuerpo y del alma.

Cristo es el beso del cielo, el Verbo se hace carne, y la trae a una intimidad plena, haciéndose una sola cosa con ella. «Dios deviene hombre, el hombre deviene Dios», como nos enseñan los Santos Padres de la Iglesia. Es el beso que ofrece al alma fiel, su esposa, y le imprime, en el recuerdo de sus obras grandes, una alegría personal y exclusiva, y la inunda con la gracia de su amor. El camino de santa María, es la experiencia de un beso permanente, de una conjunción externa e interna, una compenetración íntima de María con la voluntad de Dios: «He aquí la esclava del Señor, que se cumpla en mí tu palabra».

Y por ello la palabra de María, el canto de María, no puede ser otro que el canto de las maravillas de Dios. El canto de Dios en su propia vida, donde se manifiesta la santidad de Dios, donde se revela la fuerza divina, donde la pobreza deja confundida a la riqueza. Donde se manifiesta que la fuerza está en la debilidad. Donde en definitiva se pone de relieve que los caminos de Dios no son los caminos del hombre, y que los pensamientos del hombre no son los de Dios.

El canto de María, el Magníficat, no viene sino a revelarnos que el camino de la criatura humana en este mundo no es sino desear el beso con el amado, ensayar en esta vida el canto nupcial con el que María asciende al cielo: «que me bese con besos de su boca».

No debemos aspirar a aprender otro canto. Este es el canto a ensayar para llegar a la glorificación que hoy celebramos de santa María, y que un día esperamos para nosotros: «que me bese con besos de su boca».