18 de marzo de 2012

LA VOZ DE LOS PADRES

TEXTOS PARA EL TIEMPO DE CUARESMA
Domingo 4º de Cuaresma (Año B)

Del comentarios de San Agustín al salmo 140
«Suba mi oración como incienso en tu presencia, el alzar de mis manos como ofrenda de la tarde». Cualquier cristiano sabe que esto puede referirse a la misma cabeza de la Iglesia. Pues, cuando ya el día declinaba hacia su atardecer, el Señor entregó, en la cruz, el alma que después había de recobrar, porque no la perdió en contra de su voluntad. Pero también nosotros estábamos representados allí. Pues lo que de Él colgó en la cruz era lo que había recibido de nosotros. Si no, ¿cómo es posible que, en un momento dado, Dios Padre aleje de sí y abandone a su único Hijo, que es un solo Dios con Él? Y, no obstante, al clavar nuestra debilidad en la cruz, donde, como dice el Apóstol, «nuestro hombre viejo ha sido crucificado con Él», exclamó con la voz de aquel mismo hombre nuestro: «Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?»

No hay nada más agradable que el aroma del Señor: que todos los creyentes huelan así.

Así, pues, «nuestro hombre viejo —son palabras del Apóstol— ha sido crucificado con Cristo, quedando destruida nuestra personalidad de pecadores y nosotros libres de la esclavitud del pecado».