3 de julio de 2011

LA VOZ DE LOS PADRES

TEXTOS PARA EL TIEMPO ORDINARIO
Domingo 14º del tiempo ordinario (Año A)

San Agustín, obispo (sermón LX,270-273)
¿De dónde viene esta invitación: «Venid a mí todos los que estáis cansados y agobiados?» Indudablemente, es para liberarnos de nuestra pena, porque a continuación añade la promesa: «y yo os haré descansar».

«Aceptad mi yugo, haceos discípulos míos». Aprended de mí, no a construir el mundo, a crear el universo, visible e invisible, no a hacer milagros en este mundo, ni siquiera a resucitar los muertos. Aprended, en cambio, «que soy manso y humilde de corazón». ¿Quieres ser grande? Empieza por hacerte pequeño. ¿Sueñas de construir un edificio bien alto? Piensa primero en los fundamentos, bien profundos, bien hundidos en la tierra. Cuanto más alta queremos hacer la construcción, más necesitamos ahondar los cimientos. El edificio se eleva hacia el cielo, ciertamente, pero el obrero que excava los cimientos se hunde tierra abajo. De esta manera, podríamos decir, la construcción misma se baja antes de despegar, y sólo es coronada una vez ha sido hundida en el suelo.

¿Y cuál es el coronamiento de este edificio que nos esforzamos en construir? ¿Hasta qué altura nos hace falta subir? Te lo digo enseguida: hasta la visión de Dios. Mirad si es grande la altura! Se trata de ver a Dios! Todo el que tiene este deseo sabe de qué hablo. Se nos ha prometido la visión de Dios, la visión del Dios verdadero, la visión del Altísimo. Porque el bien consiste en eso, el bien es ver Aquel que ve. Los adoradores de los falsos dioses no deben afanarse nada para ver sus dioses; contemplan, simplemente, unos ídolos que tienen ojos, pero no ven. A nosotros nos es prometida la visión de Aquel que vive, de Aquel que ve. De esta manera se inflamará nuestro deseo de ver este Dios del que dice la Escritura: «El que ha hecho la oreja, ¿no sentirá? El que ha hecho el ojo, ¿no verá?»

Tanto si quieres como si no, él te ve. No te puedes esconder de su mirada. «Si subes hasta el cielo, él está allí, y si bajas a los infiernos también lo encuentras». No te empeñes en querer permanecer lejos y huir de la mirada de Dios. Y sin embargo, ¡como te esfuerzas en ello!

Pero, escucha lo que dice: «Venid a mí todos los que estáis cansados y agobiados». No será huyendo como encontrarás el reposo para tu fatiga. ¿Quieres huir del Señor, en vez de huir hacia él? Encuentra, si puedes, un refugio y vete. Pero no lo puedes huir de él, porque él está en todas partes. Es mejor que huyas hacia Dios, que está presente allí donde estás tú.

Filoxeno de Mabburg (sermón LX,270-273)
«Venid a mí todos los que estáis cansados y agobiados, y yo os aliviaré». ¿A quién se dirige nuestro Señor? ¿No se dirige tal vez a todos los que están agobiados por la superficialidad de las riquezas y que llevan el yugo pesado de las preocupaciones del mundo? ¿Qué fatiga es más pesada que la que se experimenta en lo que debería ser precisamente motivo de reposo? La búsqueda de la riqueza es un camino sin retorno en la vida: cuanto más se avanza, más largo se hace, no hay nada que sea el término, salvo la muerte. Mucho te afanas en amontonar riquezas para poder un día descansar. Pero tu reposo mismo te vuelve una fatiga, y si el reposo del mundo es una fatiga, ¿cómo lo deberemos llamar? El mundo es un peso pesado por las muchas ocupaciones, y los que llevan sus fardos no tienen conciencia de ello, porque lo aman, como ciegos que no se dan cuenta tropiezan; llevan cargas pesadas, y las encuentran ligeras; se cansan para ganar pérdidas, sin saberlo.

Nuestro Señor, viendo los hombres fatigarse por nada, les dice: «Venid a mí todos los que estáis cansados y agobiados, y yo os aliviaré». No hay reposo para su cansancio, pero la fatiga engendra la fatiga, y el trabajo es fuente de más trabajo, y la riqueza atesora pobreza; su placer es dolor; su tiempo libre, una tarea ingrata, su respiro, un ahogo constante. El camino de vuestros deseos de riqueza no tiene final, pero si venís a mí, el camino que yo os propongo tiene el término en mí. Habéis experimentado el camino del mundo, probad ahora el mío y, si no os gusta lo dejáis. Habéis llevado el peso del mundo, y habéis podido experimentar como eran de pesados: dejaos persuadir y tomar sobre vosotros mi yugo; aprenderás por experiencia que es un yugo suave y ligero.

Ciertamente, no haré paso de vosotros uno de esos ricos que tienen necesidad de muchas cosas, sino que os haré ricos de las riquezas verdaderas, ricos que no necesitan nada, porque el rico no es el que posee mucho, sino aquel a quien nada falta. En mí, si renunciáis a todo, seréis ricos. Pero si intentáis satisfacer vuestras codicias, sabed que os dejarán con hambre; cuanto más el rico se enriquece, más pobre se vuelve, cuanto más plata reúne, más quiere atesorar. Venid, pues, a mí todos los que estáis cansados por la riqueza, y descansar en la pobreza, venid, señores de bienes y de posesiones, y disfrutad de la renuncia.

Venid, amigos del mundo que pasa, gustad el mundo eterno. Ya habéis experimentado vuestro mundo, venid a experimentar el mío: ya habéis probado vuestra riqueza, venid a probar mi pobreza. Vuestra riqueza es una pobreza, mi pobreza es la riqueza, no tiene nada de extraordinario que la riqueza se llame una riqueza, lo que es admirable es que la pobreza sea la riqueza, que la humildad sea la grandeza.