10 de enero de 2010

Domingo 3.º de Navidad: EL BAUTISMO DEL SEÑOR (Año C)

LA BELLEZA DE LA PALABRA DE DIOS EN LA HOMILIA
Is 42,1-4.6-7; Salm 28,1-4.9-10; Hech 10,34-38; Lc 3,15-16.21-22

Reflexión: En el Bautismo Dios revela que Cristo es su Hijo…

El Bautismo, constituye con la Confirmación y la Eucaristía los sacramentos de la iniciación cristiana. Con ellos se ponen los fundamentos de toda vida cristiana. Con el bautismo empezamos a participar de la naturaleza divina. Y empezamos también a crecer en una vida sobrenatural. Es un crecimiento que tiene una cierta relación con el crecimiento de la vida natural, mediante el cual vamos progresando en la vida espiritual. Además, por medio del Bautismo somos regenerados como hijos de Dios, hechos miembros de Cristo e incorporados a su Iglesia. El bautismo restaura en el hombre la imagen de Dios, a cuya semejanza ha sido creado. Escribe Tertuliano: «El hombre vuelve a la amistad de Dios tornándose semejante a ese primer hombre que había sido creado a la imagen de Dios».

En la liturgia de la Vigilia Pascual, cuando se bendice el agua bautismal se hace memoria de los grandes acontecimientos de la historia de la salvación, que prefiguraban ya el misterio del bautismo. Todas las prefiguraciones de la Antigua Alianza culminan en Cristo Jesús. Éste comienza su vida pública a partir de su bautismo por Juan Bautista. Después de la Resurrección confiará esta misión a los apóstoles.

Nuestro Señor se sometió voluntariamente al bautismo de Juan, destinado a los pecadores, para «cumplir toda justicia». Este gesto es una expresión de su anonadamiento. El Espíritu que se cernía sobre las aguas en la primera creación, también ahora desciende sobre Cristo como preludio de la nueva Creación, y el Padre manifiesta a Jesús como «su Hijo amado».

En su Pascua, Cristo abre a todos los hombres las fuentes del bautismo. La sangre y el agua que brotaron del costado traspasado de Jesús crucificado son figuras del Bautismo y de la Eucaristía. Desde entonces, es posible «nacer del agua y del Espíritu para entrar en el Reino de Dios». (Jn 3,5)

Dice san Ambrosio: «Considera dónde eres bautizado, de dónde viene el Bautismo: de la cruz de Cristo, de la muerte de Cristo. Ahí está todo el misterio: Él padeció por ti. En el eres rescatado, en Él eres salvado». (De Sacramentis 2,6)

Palabra

«Esto dice el Señor: Mirad a mi siervo a quien sostengo, sobre él ha puesto mi espíritu». Y este siervo que al encarnarse se abaja, inicia con el bautismo su vida pública; con este gesto del bautismo que es un gesto de conversión, de rebajarse. Como otros muchos del pueblo acude al Bautista a recibir este bautismo principio de un camino, por decirlo de alguna manera, de «conversión de Dios» al hombre, para que el hombre haga un camino de «conversión a Dios».

«Promoverá fielmente el derecho, no vacilará hasta implantar el derecho en la tierra». Es la trayectoria de Jesús entre los hombres. Él, el Justo, llama a ser justos, a implantar la justicia.

«Dios no hace distinciones; acepta al que lo teme y practica la justicia». El temor de Dios lleva a vivir, practicar los valores por los que apuesta Dios, según contemplamos en la persona de su Hijo, el Verbo encarnado.

Y Jesús insiste. «Yo soy quien debe ser bautizado por ti». Pedro, en la segunda lectura, que recoge el primer discurso, después de Pentecostés, r resume certeramente la trayectoria de Jesús entre los hombres.

«Yo os bautizo con agua, pero viene el que puede más que yo. Él os bautizará con Espíritu Santo y fuego». Lamentablemente son muchos los creyentes que no son conscientes de ser templo del Espíritu Santo, por lo cual se pierde una gran parte de tensión que estamos llamados a vivir desde el bautismo para prolongar en la humanidad la obra de Jesucristo. Y si no somos conscientes del Espíritu, poco podemos saber de ese fuego de Dios que debe mover toda nuestra existencia. Nos podemos quedar, y así pasa en muchos, en «cristianos descafeinados».

Sabiduría sobre la Palabra

«Cristo se hace bautizar; descendamos al mismo tiempo que Él, para ascender con Él. Juan se niega, le dice la lámpara al Sol, la voz a la Palabra, el amigo al Esposo, el mayor entre los nacidos de mujer al Primogénito de toda la creación, el que había saltado de júbilo en el seno materno al que había sido ya adorado cuando estaba en él, el que era y habría de ser precursor, al que había aparecido y aparecerá. Yo soy quien debe ser bautizado por ti"; y hay que añadir: y por tu causa. Honremos hoy nosotros, por nuestra parte, el bautismo de Cristo, y celebremos con toda honestidad su fiesta. ¡Ojala estéis ya purificados, y os purifiquéis de nuevo». (San Gregorio Nacianceno, Sermones)

«El Señor, en efecto, no tenía ningún pecado para hacerse perdonar, ni buscaba un medio para renacer espiritualmente. Quiso, sin embargo, ser bautizado, como había querido que se le cincuncidara, y que se ofreciera por él una víctima de purificación, a fin de que, nacido de una mujer, como dice el Apóstol, estuviera también sometido a la Ley, pues no había venido para abolirla, sino para cumplirla, y, cumpliéndola, llevarla a su fin que es Cristo, para la justificación de todo creyente». (San León Magno, Carta 16)