25 de diciembre de 2012

NATIVIDAD DEL SEÑOR

MISA DEL DÍA

Homilía predicada por el P. José Alegre, abad de Poblet
Is 52,7-10; Salm 97,1-6; Hebr 1,1-6; Jn 1,1-18

Escuchábamos estos días una enseñanza sobre el sagrario en una sesión de catequesis. «El sacerdote les decía a los niños: Aquí está Jesucristo, el que nació de la Virgen, el que anduvo sobre las aguas, el que multiplico los panes y los peces, el que resucitó a Lázaro, el que murió y resucitó al tercer día, el que está sentada a la derecha del Padre. Y todos se quedaron mirando sin acabar de creérselo. Hasta que al final uno levantó la mano y dijo: ¿de verdad, lo dices?, ¿lo dices de verdad, en serio? Le respondió el sacerdote: si, lo digo en serio. Y añadió el niño: ¿Y por qué no abrimos la caja?»

»Y recuerdo también una canción de cuando iba a la catequesis, que decía: la puerta del sagrario ¿quien la podrá abrir?».

Hay una idea piadosa de visitar el sagrario, de pasar un tiempo, se dice, haciendo compañía a Jesús, que está allí, se dice, solo y cada vez más olvidado, hablando de esta manera con una ingenua piedad, pero con muy poco conocimiento del Misterio de Dios, que es un misterio de comunión, de amor, Trinitario: «Yo y el Padre somos uno, yo hago lo que veo hacer al Padre». Jesús no está sólo.

Pero «la Palabra que existe desde siempre, que estaba junto a Dios, que era Dios, por quien todo ha sido hecho, se ha manifestado como vida y como luz del mundo. Esta Palabra ha brillado como luz en la tiniebla, y la tiniebla no la ha recibido. Vino a los suyos y los suyos no la recibieron».

Efectivamente está en el sagrario esta Palabra que es vida, que viene como vida y como luz de los hombres; una Palabra que está viniendo constantemente. Pero no está sola y abandonada en el sagrario. Eres tú, yo, nosotros, los que caminamos con una dura soledad.

Soy yo quien necesidad de plantarme ante esta Palabra y abrir mi corazón y acoger a este Cristo que pasaba, que sigue pasando, «haciendo el bien, que cura».

Este Cristo de la caja del sagrario no necesita mi presencia sentimental delante de él, sino necesita la presencia de un corazón abierto que haga posible que mi espacio interior sea el verdadero sagrario.

Hay un icono precioso de la Anunciación que representa al Arcángel que acaba de anunciar a María. Y a María, que acaba de decir el «sí» que todo el universo estaba esperando, se la representa, efectivamente, como un sagrario representando en el interior de su cuerpo al Verbo de Dios ya encarnado. Una preciosa imagen para decirnos que María es el primer sagrario de Dios en nuestra humanidad.

Yo, tu, cada uno de nosotros necesitamos de un tiempo de silencio profundo ante el sagrario, o donde sea, para abrir el corazón a la Palabra que viene como vida, como plenitud de vida para todos los hombres, como plenitud de luz y de paz. «Cristo es nuestra paz».

Esta Palabra de vida y de luz ha estado viniendo siempre a los hombres, como nos sugiere la Epístola a los Hebreos: «En distintas ocasiones y de muchas maneras habló Dios antiguamente,… ahora nos ha hablado por el Hijo». Nos sigue hablando por el Hijo, la verdadera Palabra que los suyos no recibieron.

Hoy nos sigue hablando, nosotros necesitamos ser asiduos oyentes de esta Palabra de vida y de plenitud, para ser a continuación mensajeros de paz, como nos sugiere el profeta Isaías: «que gozo sentir sobre los montes los pies del mensajero que anuncia la paz, que trae la buena nueva, que pregona la victoria».

Soy yo quien necesidad de plantarme ante esta Palabra y abrir mi corazón y acoger a este Cristo que pasaba haciendo el bien, que curaba… Este Cristo de la caja del sagrario no necesita un presencia sentimental delante de él. Necesita y me pide la presencia de un corazón abierto que haga posible que mi espacio interior sea el verdadero sagrario, como el de Santa María.

Este Cristo necesita un silencio en mi espacio interior donde vaya resonando y arraigando la Palabra. Necesita un silencio que me permita exponerme a la fuerza de la palabra. Necesita un silencio para dejarme conducir por la sabiduría de la palabra. Necesita un silencio para que yo advierta que la Palabra de Dios, la Palabra de vida y de luz está en mi corazón, en mis labios y en mi boca, en lo más íntimo de mi mismo, renovando mi persona, mi vida, al hacerme experimentar su Paz, la Paz que trae la presencia Cristo, Rey de paz, y con su paz la buena noticia que es para toda la humanidad su Nacimiento, revestido de nuestra naturaleza, que me da esa paz que me lanza a caminar sobre los montes como mensajero de paz en una sociedad violenta, desgarrada por las enemistades, el odio.

«Canta al Señor un cántico nuevo, porque ha hecho maravillas». Él trae para ti y para toda la humanidad, su victoria.