30 de diciembre de 2012

LA CARTA DEL ABAD

Querido Ramón:

Eres una persona de una gran fe en la fuerza de la familia, en su capacidad renovadora y en su sabiduría. No puede ser de otra manera, cuando llevas toda la vida trabajando, buscando iniciativas que contribuyan a poner de relieve esta importancia de la familia.

Todo esto subrayado cuando celebras tus 80 años rodeado de todos los miembros de tu familia. No es extraño en este contexto tu concluyente afirmación: «usted ya sabe que faltan sacerdotes, pero el sacerdocio matrimonial y familiar, en las manos de Dios puede cambiar el mundo».

Esta dimensión de consagración se dice de los simples laicos como leemos en 1Pe 2,9: «sois linaje elegido, sacerdocio real, nación consagrada, pueblo adquirido por Dios, para publicar las proezas del que os llamó de las tinieblas a su luz maravillosa».

Pero uno tiene la impresión de nos falta en la vida eclesial un auténtico protagonismo de los laicos. Yo descubro que todavía es noticia que un laico asuma una responsabilidad pastoral importante en la Iglesia. Y no digamos ya, si el laico que asume esa responsabilidad eclesial es una mujer. Y si el laico, hombre o mujer no tiene la responsabilidad que le corresponde como miembro de la Iglesia, me pregunto cuál puede ser la de una familia cristiana.

Después de 50 años del Concilio Vaticano II no debería ser ya noticia. Debería haber un protagonismo de los laicos, y ya no digamos de la mujer, más allá de la noticia anecdótica en la prensa. Así, por ejemplo, en esta línea de la mujer leo uno de los mensajes de los Padres del Concilio a la humanidad:

«Las mujeres, sois la mitad de la inmensa familia humana… Vosotras, las mujeres, tenéis siempre como misión la guardia del hogar,el amor a las fuentes de la vida, el sentido de la cuna. Estáis presentes en el misterio de la cuna. Estáis presentes en el misterio de la vida que comienza. Consoláis en la partida de la muerte. Nuestra técnica corre el peligro de convertirse en inhumana. Reconciliad a los hombres con la vida. Y sobre todo, velad, os lo suplicamos por el porvenir de nuestra especie. Detened la mano del hombre que en un momento de locura puede destruir la civilización humana… Vosotras que sabéis hacer la verdad dulce, tierna, accesible, dedicaos a hacer penetrar el espíritu de este Concilio en las instituciones, las escuelas, los hogares, en la vida de cada día. Mujeres del universo todo, cristianas o no creyentes, a quienes está confiada la vida en este momento tan grave de la historia, a vosotras toca salvar la paz del mundo».

Ramón, me cuesta creer que todas estas hermosas palabras hayan nacido con fuerza y generosidad de un corazón masculino. Sobre todo contemplando la evolución de la sociedad y de la Iglesia en los últimos 50 años. Creo que tienes razón al escribir: «La mujer, durante toda su vida y mayormente en el pasado, no ha sido respetada y amada como se merece. La mujer jugará un papel clave en la nueva familia humana y la forma en cómo sea amada y respetada será decisiva. El hombre tiene que comprender que la mujer no está ni detrás ni delante, sino que lo acompaña».

Hay una inquietud, preocupación, ansiedad… acerca del futuro de nuestra sociedad, a partir de los problemas que vivimos hoy. ¿Nueva sociedad? ¿nueva estructura familiar?... No lo sé, pero sí estoy convencido que el camino pasa por un correcto protagonismo de la mujer, y en una estructura familiar, muy problemática hoy día, a la altura de las circunstancias, no menos problemáticas e inciertas. Un abrazo,

+ P. Abad