23 de diciembre de 2012

LA CARTA DEL ABAD

Querido Ángel:

Gracias por tu visita. Dejas por unas semanas las tierras de misión para venir a compartir la alegría de un Cristo que se está gestando de modo permanente en la pobreza y abandono de aquellas lejanas tierras. Dejas por un breve tiempo tu misión para visitarnos y hacernos más próximo el latido de Cristo, un Dios profundamente humano, que vive, sonríe, llora, en la pobreza y abandono de aquellas lejanas tierras.

Gracias por tu visita. Porque necesitamos escuchar tu Magníficat. Necesitamos escuchar como en vuestra obligada sobriedad, en vuestra dura sobriedad, proclamáis la grandeza del Señor. Necesitamos contemplar en vuestro rostro la alegría de Dios. Saber de la levedad de vuestra vida, que es profunda vida humana y singular riqueza espiritual que aquí en nuestra «sociedad del bienestar» echamos en falta.

Porque aquí nos agobia la vida, el peso de la vida se nos hace duro. La abundancia de las cosas, el ritmo de la vida, la difícil relación humana. Aquí nos cuesta aprender el Magníficat. Cantarlo. Vivirlo.

Me preguntabas si rezamos por vosotros. Me salió un sí tímido, como quien está intentando recordar ese momento en que elevamos unas palabras concretas pidiendo a un Dios que no tiene necesidad de nuestras palabras, sino de nuestro corazón; pidiendo a un Dios que solamente sintoniza los movimientos que nacen del corazón; un Dios que sabe lo que necesitamos antes que nuestra boca se lo pida.

Y siento de nuevo resonar el Magníficat de la Visitación en mi mente: «A los hambrientos los colma de bienes, y a los ricos los despide vacíos».

Y tengo la sensación de que la plegaria más rica, más auténtica es vuestra vida, y las vidas de esos hombres, mujeres y niños que os rodean incesantemente con una sonrisa, a la espera del pan de cada día. Tengo la impresión de que la riqueza, el bienestar, de nuestra vida nos deja vacío el corazón. Un corazón vacío es un corazón desesperado, difícilmente puede elevar una plegaria que tiene que subir al alto con profunda confianza.

A la vez tengo confianza en la fuerza de vuestra plegaria, de la plegaria sencilla, rebosante de humanidad y de confianza, porque los corazones de vuestras comunidades están rebosantes de bienes, que nosotros necesitamos. Vosotros, nos enriquecéis con vuestros bienes espirituales; nosotros tenemos la obligación de atender a vuestras necesidades materiales. Es la solidaridad que nos pide nuestra fe.

La mejor y más auténtica oración es el gesto de amor que emerge desde el corazón. Gracias Ángel por tu visita; gracias por tu magníficat. Un abrazo,

+ P. Abad