25 de diciembre de 2012

NATIVIDAD DEL SEÑOR

MISA DE LA NOCHE

Homilía predicada por el P. José Alegre, abad de Poblet
Is 9,2-7; Salm 95,1-3.11-13; Tit 2,11-14; Lc 2,1-14

«Cantad al Señor un cántico nuevo,
cantad al Señor, toda la tierra,
cantad al Señor bendecid su nombre.»

Ante la entrada del Rey divino en la historia, el mundo estalla en un coro y en una danza cósmica. En este salmo, en trece versos diecisiete veces se invita a alabar a Dios. Una invitación que va dirigida a todos los pueblos, a toda la tierra. «Dios está con nosotros», o más expresivo todavía: Dios está con todos. El Evangelio nos ofrece una breve y expresiva crónica del acontecimiento que va a cambiar la historia de la humanidad.

Escribe Paul Claudel: «Cuando Dios toca la flauta no hay nada dentro del redil capaz de retener el rebaño». Y comienza la fiesta y el canto nuevo en las alturas: «Gloria a Dios en el cielo y en la tierra paz».

Hay cantos nuevos en las alturas, cantos nuevos en la presencia del Dios del universo, pero no los hay en la tierra, porque falta esa paz, el amor y la justicia, que hacen al hombre un hombre nuevo, y hombre, con un corazón nuevo, capaz de cantar un cántico nuevo. Viene el Señor, viene con una melodía nueva, para provocar una humanidad nueva, un día, un amanecer nuevo, del que dice el cantautor:

«También será posible,
que esa inmensa mañana
ni tú ni yo ni el otro
la lleguemos a ver.
Pero habrá que forzarla
para que pueda ser».

(Labordeta)

Dios quiere nuestra colaboración para que esa mañana, esa inmensa mañana de un hombre nuevo y una humanidad nueva, pueda llegar a ser. «Hoy —dice el evangelio— nos nace un salvador». Hoy es Dios con nosotros. O mejor todavía Dios con todos, pues como afirma Pablo: «hoy se revela el amor de Dios que viene a salvar a todos los hombres». Hoy contemplamos el inmenso abrazo de Dios a la humanidad. Dios al revestirse de nuestra humanidad se pone el vestido más sencillo y humilde, para ser reconocido por todos los hombres. Dios con todos.

Pero todavía, en nuestra vida, no hemos traducido bien la palabra Dios y menos aún la palabra todos. Dios ha tocado la flauta, pero tenemos mal oído y entonamos diversas melodías aquí bajo a la tierra, incluso dentro de una misma casa, de un mismo monasterio. Viene un Dios para salvar a todos. Y todos tenemos necesidad de su amor, el amor que nos salva; pero este amor que esperamos, este Dios al que suplicamos, ¿es el mismo para todos? O dicho más directamente: ¿el Dios al que rezamos es el mismo?

Y la pregunta es oportuna, porque estamos dentro de una misma tradición bíblica en la que contemplamos la gran inclinación que tiene, siempre, el hombre a construirse ídolos. Y cuando hacemos de Dios un ídolo hacemos un Dios a trozos, o esquizofrénico. Un Dios a mi medida.

Pero el mensaje de Navidad es la revelación del amor que viene a salvar a todos, un Dios con nosotros, con todos. Solo puede haber un Dios por encima de la persona humana, y de toda la belleza de la creación y del cosmos. Solamente puede haber un Dios fuente de la vida, fuente de la belleza y de la bondad. Todo lo demás entra en la categoría de los ídolos. Entonces, si yo quiero vivir una relación personal viva y auténtica, con este Dios que viene a salvarnos, debo estar corrigiendo siempre la imagen de este Dios que me sobrepasa, que está más allá de todo lo que yo puedo imaginar o pensar. Y esto me pide vivir en una actitud abierta de diálogo, de tolerancia, de una relación positiva con los demás. Es la exigencia de ser humilde y receptivo en la búsqueda de la experiencia de Dios. De un Dios que es patrimonio de toda la humanidad.

Pablo subraya la necesidad de «abandonar los deseos mundanos y vivir una vida de sobriedad, de justicia y de piedad, mientras esperamos que se cumpla nuestra esperanza y se manifieste la gloria de Jesucristo, Dios y Salvador nuestro».

La persona de Cristo debe ser, pues, nuestra referencia. Él nos invita a ensanchar el corazón buscando la sintonía perfecta con el Padre, y desde la fuerza de su amor en una abertura y receptividad permanente con la persona humana, pasar como nuestro Salvador: «Haciendo el bien».