y cetro de la casa de Israel,
que abres y nadie puede cerrar,
cierras y nadie puede abrir.
VEN a librar a los cautivos que viven
en tinieblas y en sombras de muerte.
¡La voz de mi amado!... El viene, está siempre viniendo. Esta siempre a la puerta. Se para,
oculto tras la cerca... Habla mi amado y me dice: Yo tengo las llaves del
abismo. Tengo las llaves de la muerte y
del abismo. (Apoc 1,19). Es Dios quien me habla desde el corazón con estas
palabras. Este Dios que es amor, un amor insondable; porque el corazón de Dios
es un abismo, y ha hecho al hombre a su imagen, con un corazón abismal. Y un abismo llama a otro abismo (Salm
42,8). Dios ha creado a la
criatura humana para hacer de él templo suyo. Él mismo es la puerta para entrar
en esta creación de Dios. Y la criatura entra en ese templo invocando Su
nombre, utilizando Su llave, que es su Palabra, para cantarle con todo el
corazón:
De día el Señor me hará misericordia,
de noche cantaré la alabanza del Dios de mi vida
Envía tu luz y tu verdad: que ellas me guíen
y me conduzcan hasta tu monte santo, hasta tu
morada...
(Salm 42-43)
Así
lo han comprendido los místicos, amigos íntimos de Dios, que nos hablan de esta
intimidad preciosa:
Alma, buscarte has en Mí,
y a Mí buscarme has en ti.
Porque tú eres mi aposento,
eres mi casa y mi morada,
y así llamo en cualquier tiempo,
si hallo en tu pensamiento
Llamo
en cualquier tiempo, si está la puerta cerrada. Un abismo llama a otro abismo.
Él viene, está siempre viniendo... esperando la respuesta de su criatura.
Este
diálogo vivo, creador y desbordante de vida lo inicia Dios con Santa María:
El angel aguarda tu respuesta. Señora, también
nosotros esperamos tu respuesta, esa palabra tuya de conmiseración. Te ofrecen
nada menos que el precio de nuestra salvación; si tú lo aceptas seremos
liberados inmediatamente. Todos fuimos creados en la eterna Palabra de
Dios; pero estamos muriéndonos vivos. Con tu brevísima respuesta, seremos
reanimados para recuperar la
vida. Todo el mundo te espera expectante y postrado a tus
pies. De tu boca cuelga el consuelo de los afligidos, la liberación de los que
yacen en tinieblas y sombras de muerte.
Responde ya, oh Virgen, que nos urge. Señora, di
la palabra que ansían los cielos, los infiernos y la tierra. Ya ves que el
mismo Rey y Señor de todos se ha prendado de tu belleza, y desea ardientemente
el asentimiento de tu palabra, por la que se ha propuesto salvar el mundo.
Hasta ahora le has complacido con tu silencio. Pero ahora suspira por
escucharte.
Di una palabra y recibe la Palabra; pronuncia la
tuya y engendra la divina; expresa la transitoria y abraza la eterna...[2]
¡La voz de mi amado!... Miradlo, aquí llega, ha llegado. Se inicia la experiencia íntima,
singular, de lo humano y lo divino, en la casa del hombre. La criatura humana
tiene abierto el camino para vivir una extraordinaria experiencia en su espacio
interior. Una experiencia que vive de modo privilegiado Santa María y a la que
nos acercamos por los caminos de la belleza:
La penumbra me invitaba al silencio. De pronto,
como siempre que entraba en el silencio, mi ser interior se ensanchó y se abrió
como un abismo en mis entrañas. Sentía que poco a poco las cosas de fuera se
habían desdibujado, y mi alma se perdía inundada, arrasada en un mar de luz.
Era la luz conocida de mis meditaciones en la que cada día me adentraba,
sabiéndome ser en el Ser, plenitud de lo que permanece, hondura de la
conciencia sin límite, gota del Mar, grano de su Arena, nota de su Música. Pero
aquel día fue distinto. Caí en una profundidad insospechada que no sabría
definir. Sentí en los ríos de mis venas una inundación. Algo nuevo, muy
especial, estaba ocurriendo dentro de mí.[3]
Algo
nuevo sucede en nuestro espacio interior cuando hay un silencio acogedor. Algo
nuevo emerge, nace...
¡La voz de mi amado!
Miradlo, aquí llega,
saltando por los montes,
brincando por lomas.
Es mi amado una gacela,
parecido a un cervatillo.
Mirad como se para
oculto tras la cerca,
mira por las ventanas,
atisba por las rejas.
(Ct 2,8-9)
Saltando
por los montes, brincando por las lomas. Llega como un enamorado, se para tras
la cerca, atisba por las rejas. Esperando escuchar la voz de su amada, espera
la respuesta de la criatura:
Paloma mía, escondida,
en las grietas de la roca,
en los huecos escarpados,
déjame ver tu figura,
deja que escuche tu voz;
porque es muy dulce tu voz
y atractiva tu figura.
Ct 2,14
El
abismo del amor divino llama a la generosidad del amor humano. Recorriendo las
páginas de las Sagradas Escrituras se diría que éste es el sueño de Dios: que
nadie se sienta solo en la vida, y que toda la casa viva la fiesta del corazón.
Y para eso Dios está en medio de ti, de mí, de nosotros. Exultando de gozo,
renovando su amor, como preámbulo de la fiesta. Santa María
le ha abierto la puerta de la humanidad. Ella nos ha proporcionado la llave,
para seguir teniéndolo entre nosotros. Dios está en medio de ti, de mi, de
nosotros, exultante de gozo y renovándote con su amor. Pero la fiesta del
corazón necesita de la presencia de ambos: la Suya, la divina, y la tuya, la criatura. Por esto
quiere ver tu figura, escuchar tu voz. Por esto:
Busca al amor de tu alma (3,1), hasta agarrarlo y llevarlo a la casa de tu
madre, a la alcoba de la que te concibió, para celebrar la fiesta de la vida.
Mira
que él esta a la puerta y te llama:
¡Ábreme, hermana, amiga mía,
paloma mía sin tacha!
Mi cabeza está cubierta de rocío,
mis bucles del relente de la noche.
(Ct 5,2)
Un abismo llama a otro abismo... Tú, amado de mi alma, hermano, amigo, me llamas
con ternura, con amor. Abre nuestro corazón a tus constantes llamadas. Haznos
disponibles y confiados, porque sigues estando a la puerta:
oculto tras la cerca,
mira por las ventanas,
atisba por las rejas.