17 de diciembre de 2012

ANTIFONAS OH, día 17, 2012

OH SABIDURÍA,
que brota de la boca del Altísimo,
y que dispone todas las cosas
con suavidad y fortaleza.
VEN y muéstranos
el sendero de la prudencia.

 

Oh Sabiduría... Oh Sabiduría... esta palabra tiene un cierto perfil seductor; es un vocablo que hace vibrar nuestro ser, como sugerencia de un deseo. Es el vivo deseo del rumor de una fuente de aguas vivas dentro de nosotros. O el recrecimiento de esas aguas en nuestro espacio interior. Para saciar nuestra sed, e iluminar nuestras oscuridades. En el fondo, es poner de relieve la realidad de una dimensión espiritual en nuestras vidas, en nuestra persona, que tiene necesidad de crecer y desarrollarse a través de una relación personal, de una relación de amistad. Lo sugiere perfectamente la Sagrada Escritura: la Sabiduría es un espíritu amigo de los hombres (Sab 1,6):

El Señor en persona la creó, la conoció y la midió,
la derramó sobre todas sus obras;
la repartió entre los vivientes, según su generosidad;
se la regaló a los que lo temen.
(Eclo 1,9-10)

Ha puesto su casa en nuestra casa, aquí echa sus raíces, crece como cedro y ciprés, como palmera y rosal, como olivo, se expande como perfume de incienso y espliego aromático, crece como vid hermosa, bellas flores y frutos abundantes... (cf. Eclo 24)
Esta Sabiduría es un regalo que el Dios bueno, Señor y amigo de los hombres, nos hace a nosotros sus criaturas. Un precioso regalo que nos hace Él que es «una luz inaccesible, paz que supera todo razonar, sabiduría más allá de toda medida, de grandeza incalculable. Pero nunca un ser lejano de nosotros, pues todo recibe de él el ser, y sin él todo se reduce a pura nada. Nada tan presente ni tan incomprensible como él. Una majestad que se digna ser para todas las criaturas lo que son: vida para todo viviente, luz para toda razón, fuerza para todo virtuoso, gloria para todo vencedor...» [1]

La ha derramado en la belleza de su obra creada; la ha derramado en mí, en ti, en cada una de sus criaturas, que somos obra suya. Un bello regalo suyo. La derrama sobre todo en Santa María, sede de la sabiduría. Ella acogerá este don singular en su regazo para mostrarlo, para ofrecerlo a la humanidad. Sin embargo, este don, este regalo divino, no siempre es bien acogido a lo largo de la historia. Pero Dios permanecerá fiel con su obra, como expresa el poeta:

Y con amor furioso
persigues a quien amas y si te huye
le acosas con ahínco y acorralas
sin dejarle vivir.[2]

Sin dejarle vivir, hasta seducirla; y así él mismo viene a nuestra casa. Gracias al «si» de Santa María, como el regalo más hermoso e inesperado. Es Dios mismo, que se me da a sí mismo como el más bello de los regalos. A través de una criatura humana singular como María de Nazaret, de quien toma nuestra naturaleza. Para hablarnos con acentos humanos, con sentimientos profundamente humanos... Es un regalo de amor. El amor busca amor... Pero vino a su casa y los suyos no le recibieron... (Jn 1,11)
No obstante la criatura está hecha para amar, es fruto del amor y el horizonte de su vida se ilumina y cobra sentido profundo cuando ama, cuando descubre el nexo entre esa fuente de la sabiduría y amor, y toda la belleza dispersa en el horizonte de la creación, de modo que llegará a exclamar: Mi amado es mío y yo de mi amado...(Ct 2,16)
Y siente un vivo deseo, el deseo de un beso, un beso de la boca de su Creador.

Que me bese con besos de su boca.
Mejores son que el vino tus amores,
qué suave el olor de tus perfumes,
tu nombre es un aroma penetrante
(Ct 1,2s)

Besos de la boca de Dios. Esa sabiduría vertida generosamente en el tiempo son los besos divinos. Son los besos de su Palabra, son los besos del Verbo de Dios. Será la Iglesia, será Santa María, serás tú, lector, quien vivirá la experiencia de su amor, el olor de su perfume, el aroma de su nombre. Sentirán un vivo deseo de esos besos.

El beso es una conjunción de cuerpos, exterior, afectuosa; signo también, y estímulo de una unión interior. Mediante la boca, a través del beso, se busca un intercambio mutuo, para transmitirse una misma respiración y la vida misma.
Dios, fuente de la Sabiduría, deposita el primer beso, expresión de su amor que lo hace todo bueno y desbordante de belleza. El amor divino seguirá persiguiendo a la criatura, la seducción de Dios continuará manifestándose con nuevos besos, más apasionados si cabe: hasta revestirse de de nuestra humanidad. Dios deviene hombre, para el que el hombre devenga Dios. ¡Inefable Dios, amor extremo, inconcebible!...
Así conocemos la grandeza divina, mediante su humillación que a la vez va a ser el beso desbordante de amor de Dios por su criatura, que despertará la dignidad de la criatura, que se siente llamada a responder al Amor, a desear el Amor.

Que me bese con besos de su boca...

Ya no quiere intermediarios, desea el soplo de su misma boca, esa boca de donde ha brotado toda la sabiduría de la creación. Como su palabra es vida, su beso es eficaz, pues no se parece a aquella unión de labios que simulan la concordia de dos corazones mentirosos. Este beso es:

La invasión de la alegría. La revelación de los misterios divinos. La unión inseparable que confunde en una sola la luz celeste y el alma iluminada.
El que se adhiere así a Dios, se hace un mismo espíritu con Él (1Cor 6,17). Yo solicito solo este beso de su boca, que está prometido a todo aquel que puede decir: Nosotros tenemos, todos, parte en su plenitud (Jn 1,16).
La boca que da el beso es el Verbo asumiendo nuestra carne; los labios que reciben el beso, es esta carne asumida; pero el BESO es la persona formada por la unión del Verbo y de la carne, el mediador entre Dios y los hombres.
Feliz beso que fue el más generoso de los dones, puesto que no es una boca sobre otra, sino Dios mismo que se une al hombre. El pacto sellado de dos naturalezas reúne las cosas divinas y humanas. Es la PAZ concluida entre cielo y tierra. «Porque Él es nuestra paz, el que ha reunido todas las cosas en una». (Ef 2,14)[3]

Mi amado es mío y yo de mi amado
que pasta entre azucenas
Ct 2,16)

Yo soy para mi amado
objeto de su deseo
(Ct 7,11)

Se despierta el DESEO porque percibe al Amado como algo suyo; yo soy objeto de su deseo, su amor me acosa, no me deja vivir...
Sucede que ya hemos recibido una parte de la plenitud de Cristo, de este Verbo, beso de la boca de Dios, hemos recibido ya una gracia de su amor, y deseamos la plenitud total, la plenitud del Espíritu Santo, la plenitud en el seno del misterio de amor, que es el misterio trinitario.

Oh ven amado mío
salgamos al campo.
De mañana iremos a las viñas
a ver si la vid está en cierne
si se abren las yemas
si florecen los granados.
Allí te entregaré
el don de mis amores
(Ct 7,11-14)

El don de mis amores... Necesitas enamorarte del amor, y llegar a oír como un rumor de aguas vivas saltando entre las piedras:

¡Qué bella eres, amor mío,
que bella eres!
Palomas son tus ojos
(Ct 4,1)

Cada ser humano lleva, desde que nace, un libro dentro para aprender a deletrear y vivir el poema de amor que debe ser nuestra vida, pero nos lo cierran a base de preocupaciones, y se nos pierden los resplandores de esa luz.[4]
Recupéralo con el deseo: ¡Que me bese él con besos de su boca! La Palabra viva y eficaz será para mí un beso de su boca. ¡Que me bese...! Para que el hechizo de su presencia y las corrientes de agua de su admirable doctrina se me conviertan en fuente que salte hasta la vida eterna.



[1] San Bernardo, Sobre el Cantar, sermón 4,4, o.c. V, BAC 491, Madrid 1987, p. 109.
[2] M. de Unamuno, El Cristo de Velázquez, XXII, Editorial Espasa, Austral 781, Madrid 1976, p. 45.
[3] San Bernardo, Sobre el Cantar, sermón 2, o.c. V, BAC 491, Madrid 1987, p. 89.
[4] Cf. P.M.Lamet, Las palabras calladas. Diario de María de Nazaret, Editorial Norma, Barcelona 2008, p. 14.