que brota de la boca del Altísimo,
y que dispone todas las cosas
con suavidad y fortaleza.
VEN y muéstranos
el sendero de la prudencia.
Oh Sabiduría... Oh Sabiduría... esta palabra tiene un cierto perfil seductor; es un vocablo que hace vibrar nuestro ser, como sugerencia de un deseo. Es el vivo deseo del rumor de una fuente de aguas vivas dentro de nosotros. O el recrecimiento de esas aguas en nuestro espacio interior. Para saciar nuestra sed, e iluminar nuestras oscuridades. En el fondo, es poner de relieve la realidad de una dimensión espiritual en nuestras vidas, en nuestra persona, que tiene necesidad de crecer y desarrollarse a través de una relación personal, de una relación de amistad. Lo sugiere perfectamente
El Señor en persona la creó, la conoció y la
midió,
la derramó sobre todas sus obras;
la repartió entre los vivientes, según su
generosidad;
se la regaló a los que lo temen.
(Eclo 1,9-10)
Ha
puesto su casa en nuestra casa, aquí echa sus raíces, crece como cedro y
ciprés, como palmera y rosal, como olivo, se expande como perfume de incienso y
espliego aromático, crece como vid hermosa, bellas flores y frutos abundantes...
(cf. Eclo 24)
Esta
Sabiduría es un regalo que el Dios bueno, Señor y amigo de los hombres, nos
hace a nosotros sus criaturas. Un precioso regalo que nos hace Él que es «una luz inaccesible, paz que supera todo
razonar, sabiduría más allá de toda medida, de grandeza incalculable. Pero
nunca un ser lejano de nosotros, pues todo recibe de él el ser, y sin él todo
se reduce a pura nada. Nada tan presente ni tan incomprensible como él. Una
majestad que se digna ser para todas las criaturas lo que son: vida para todo
viviente, luz para toda razón, fuerza para todo virtuoso, gloria para todo
vencedor...» [1]
La
ha derramado en la belleza de su obra creada; la ha derramado en mí, en ti, en
cada una de sus criaturas, que somos obra suya. Un bello regalo suyo. La
derrama sobre todo en Santa María, sede
de la sabiduría. Ella acogerá este don singular en su regazo para mostrarlo, para ofrecerlo
a la humanidad. Sin
embargo, este don, este regalo divino, no siempre es bien acogido a lo largo de
la historia. Pero
Dios permanecerá fiel con su obra, como expresa el poeta:
Y con amor furioso
persigues a quien amas y si te huye
le acosas con ahínco y acorralas
Sin
dejarle vivir, hasta seducirla; y así él mismo viene a nuestra casa. Gracias al
«si» de Santa María, como el regalo más hermoso e inesperado. Es Dios mismo,
que se me da a sí mismo como el más bello de los regalos. A través de una
criatura humana singular como María de Nazaret, de quien toma nuestra
naturaleza. Para hablarnos con acentos humanos, con sentimientos profundamente
humanos... Es un regalo de amor. El amor busca amor... Pero vino a su casa y los suyos no le recibieron...
(Jn 1,11)
No
obstante la criatura está hecha para amar, es fruto del amor y el horizonte de
su vida se ilumina y cobra sentido profundo cuando ama, cuando descubre el nexo
entre esa fuente de la sabiduría y amor, y toda la belleza dispersa en el
horizonte de la creación, de modo que llegará a exclamar: Mi amado es mío y yo de mi amado...(Ct 2,16)
Y
siente un vivo deseo, el deseo de un beso, un beso de la boca de su Creador.
Que me bese con besos de su boca.
Mejores son que el vino tus amores,
qué suave el olor de tus perfumes,
tu nombre es un aroma penetrante
(Ct 1,2s)
Besos
de la boca de Dios. Esa sabiduría vertida generosamente en el tiempo son los
besos divinos. Son los besos de su Palabra, son los besos del Verbo de Dios.
Será la Iglesia, será Santa María, serás tú, lector, quien vivirá la
experiencia de su amor, el olor de su perfume, el aroma de su nombre. Sentirán un
vivo deseo de esos besos.
El
beso es una conjunción de cuerpos, exterior, afectuosa; signo también, y
estímulo de una unión interior. Mediante la boca, a través del beso, se busca
un intercambio mutuo, para transmitirse una misma respiración y la vida misma.
Dios,
fuente de la Sabiduría, deposita el primer beso, expresión de su amor que lo
hace todo bueno y desbordante de belleza. El amor divino seguirá persiguiendo a
la criatura, la seducción de Dios continuará manifestándose con nuevos besos,
más apasionados si cabe: hasta revestirse de de nuestra humanidad. Dios deviene hombre, para el que el hombre
devenga Dios. ¡Inefable Dios, amor extremo, inconcebible!...
Así
conocemos la grandeza divina, mediante su humillación que a la vez va a ser el
beso desbordante de amor de Dios por su criatura, que despertará la dignidad de
la criatura, que se siente llamada a responder al Amor, a desear el Amor.
Que me bese con besos de su boca...
Ya
no quiere intermediarios, desea el soplo de su misma boca, esa boca de donde ha
brotado toda la sabiduría de la creación. Como su palabra es vida, su beso es
eficaz, pues no se parece a aquella unión de labios que simulan la concordia de
dos corazones mentirosos. Este beso es:
La invasión de la alegría. La revelación
de los misterios divinos. La unión inseparable que confunde en una sola la luz
celeste y el alma iluminada.
El que se adhiere así a Dios, se hace un mismo
espíritu con Él (1Cor 6,17). Yo solicito solo este beso de su boca, que está
prometido a todo aquel que puede decir: Nosotros tenemos, todos, parte en su
plenitud (Jn 1,16).
La boca que da el beso es el Verbo asumiendo
nuestra carne; los labios que reciben el beso, es esta carne asumida; pero el
BESO es la persona formada por la unión del Verbo y de la carne, el mediador
entre Dios y los hombres.
Feliz beso que fue el más generoso de los dones,
puesto que no es una boca sobre otra, sino Dios mismo que se une al hombre. El
pacto sellado de dos naturalezas reúne las cosas divinas y humanas. Es la PAZ
concluida entre cielo y tierra. «Porque Él es nuestra paz, el que ha reunido
todas las cosas en una». (Ef 2,14)[3]
Mi amado es mío y yo de mi amado
que pasta entre azucenas
Ct 2,16)
Yo soy para mi amado
objeto de su deseo
(Ct 7,11)
Se
despierta el DESEO porque percibe al Amado como algo suyo; yo soy objeto de su
deseo, su amor me acosa, no me deja vivir...
Sucede
que ya hemos recibido una parte de la plenitud de Cristo, de este Verbo, beso
de la boca de Dios, hemos recibido ya una gracia de su amor, y deseamos la
plenitud total, la plenitud del Espíritu Santo, la plenitud en el seno del
misterio de amor, que es el misterio trinitario.
Oh ven amado mío
salgamos al campo.
De mañana iremos a las viñas
a ver si la vid está en cierne
si se abren las yemas
si florecen los granados.
Allí te entregaré
el don de mis amores
(Ct 7,11-14)
El
don de mis amores... Necesitas enamorarte del amor, y llegar a oír como un
rumor de aguas vivas saltando entre las piedras:
¡Qué bella eres, amor mío,
que bella eres!
Palomas son tus ojos
(Ct 4,1)
Cada
ser humano lleva, desde que nace, un libro dentro para aprender a deletrear y
vivir el poema de amor que debe ser nuestra vida, pero nos lo cierran a base de
preocupaciones, y se nos pierden los resplandores de esa luz.[4]
Recupéralo
con el deseo: ¡Que me bese él con besos
de su boca! La Palabra viva y eficaz será para mí un beso de su boca. ¡Que me bese...! Para que el hechizo de
su presencia y las corrientes de agua de su admirable doctrina se me conviertan
en fuente que salte hasta la vida eterna.
[1] San
Bernardo, Sobre el Cantar, sermón
4,4, o.c. V, BAC 491, Madrid 1987, p. 109.
[2] M. de
Unamuno, El Cristo de Velázquez, XXII,
Editorial Espasa, Austral 781, Madrid 1976, p. 45.
[3] San
Bernardo, Sobre el Cantar, sermón 2,
o.c. V, BAC 491, Madrid 1987, p. 89.
[4] Cf.
P.M.Lamet, Las palabras calladas. Diario
de María de Nazaret, Editorial Norma, Barcelona 2008, p. 14.